El viaje de Álvaro Gurrea a la isla de Java en Indonesia provocó en él la necesidad de rodar una película, arrebatado por el paisaje de las minas de azufre del volcán Kawah Ijen. Una necesidad que le obligó a formarse como cineasta, antes incluso de aprender el idioma para poder comunicarse con los habitantes del lugar, que formaron parte del proceso de creación de lo que ha resultado ser el largometraje Alma anciana (Mbah Jhiwo, 2021). Y a través del vínculo telúrico con estas extrañas tierras —repletas de concentraciones de rocas de un llamativo color amarillo, sobre las que trabajan multitud de hombres extrayendo este recurso natural en pésimas condiciones—, el director construye su relato. O, mejor dicho, tres versiones de una misma historia que tienen como protagonista a uno de estos mineros. A Yono le abandona de un día para otro su esposa Oliv. Desesperado, recurre a la ayuda y consuelo que brindan sus creencias para tratar de provocar tanto el regreso de su mujer como la sanación de su madre, que cae enferma poco tiempo después. Este esquema se repite a lo largo de su metraje, variando la visión del mundo sobre el que el protagonista vive y se apoya en los momentos difíciles: el animismo, el Islam y el capitalismo.
A través de un riguroso tratamiento formal, la cámara de Gurrea establece planos estáticos para capturar los diálogos y a los personajes en relación a sus entornos. El sonido ambiente toma un papel fundamental para construir la atmósfera del filme, introduciendo un tratamiento sensorial de la imagen y de conexión con la naturaleza que parece extraído de una cinta de Apichatpong Weerasethakul (Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas, 2010), con quien también se puede relacionar a través de sus escenas nocturnas, la presencia de lo mágico y de los rituales chamánicos que se muestran. El denso humo de las minas —que emerge de lo profundo y rodea a los mineros mientras trabajan en las tomas abiertas sobre el lugar que rodea a un lago— recuerda a las carboneras de Tasio (Montxo Armendáriz, 1984) y potencia esa idea de existencia de fuerzas atávicas que son el motor primordial de lo humano, desde lo más primitivo a lo extremadamente avanzado de la civilización. También ayuda a proponer visualmente un sentido de ensoñación que, combinado con la hibridación deliberada de elementos de ficción con recursos propios del cine documental, sugiere una gran ambigüedad sobre el sentido de realidad de las imágenes, propia del cine de Bi Gan (Kaili Blues, 2015).
Y sobre esto se erige una estructura basada en la repetición y el juego con la narrativa a partir de sus múltiples variaciones de un mismo universo de personajes, cuya evocación de los desafíos a las convenciones de la narración de la filmografía de Hong Sang-soo (Ahora sí, antes no, 2015) es ineludible. Así Alma anciana propone, a través de un dispositivo carente de efectismos, un estudio sobre las correspondencias entre distintas tradiciones y religiones que conviven en una misma sociedad en aparente contradicción. Ya sea el animismo con la magia negra y los conjuros dentro de una cueva, el Islam con sus mezquitas y sus peregrinajes a la Meca o el capitalismo tecnológico financiero del siglo XXI con los centros comerciales como lugares de reunión y culto, el consumo y la especulación con criptomonedas como eternas promesas del progreso y la felicidad personal. Yono recurre a ideas, instituciones y figuras que cumplen una función concreta que se perpetúa en el tiempo y resultan intercambiables, basadas en las necesidades de los seres humanos de apoyarnos en distintos tipos de conocimiento y cosmogonías que trasciendan lo material y lo evidente. Estos conceptos funcionan como anclas a nosotros mismos y a los demás en momentos de necesidad, duelo o agonía, enlazando nuestros deseos íntimos con su proyección en la dimensión social que los legitima, en un presente de hiperdesarrollo industrial que envuelve esencias culturales ancestrales.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.