Dibujando un paisaje asolado por las drogadicciones y las mafias locales, el director canadiense Karl Lemieux presentaba en el año 2016, tras su periplo en el cortometraje, su ópera prima llamada Maudite Poutine. En un refinado blanco y negro y apostando por el ejercicio de estilo, la historia nos cuenta la idiosincrasia de un joven, metido de lleno en el suburbio, que tras apropiarse de droga de quien podríamos tildar como la “gente equivocada” decide huir; lo que estaba lejos de las esperanzas del joven era el encontrarse con su hermano mayor, con quien había roto cualquier tipo de relación desde hacía años y quien, de manera sorprendente para nuestro protagonista, se convertirá en espontánea protección al mismo tiempo que vive su particular caída a los infiernos.
En una estética gris, de ampulosos espacios y creando unos límites atmosféricos inalcanzables para su personaje protagonista, Lemieux propone en la utilización de un saturado blanco y negro la construcción del espectro abstracto; debido a ello, y aunque la película luche constantemente por el preciosismo estilístico, será habitual ver planos de coches recorriendo calles fantasmales, carreteras que no parecen tener fin y una grisácea pictórica en su ya de por sí intrigante tono visual. El personaje principal, ahogado por la decadencia y una amalgama de situaciones rozando la exasperación, se nos presenta al mismo tiempo inmerso bajo la cotidianidad de bandas locales,de tratos sucios y almas rotas. Esto le sirve a Lemieux para anexarse rápidamente al componente dramático, elemento que le interesa lo justo al cineasta, ahogado por sus pretensiones del ejercicio visual: la aparición de un hermano, llave maestra de conexión con el pasado, sirve para repasar el declive y el ocaso supurado por la atmósfera, y donde esta Maudite Poutine llegará a destacar.
Aunque con las barreras del cineasta amateur que experimenta con el estilo, la historia que se traza no sorprenderá por sus mecanismos, arraigándose a la propia película de manera trivial; el impacto de estilo que el director emprende provoca la pérdida de relevancia en una trama que acaba más en la experiencia que el contenido, ya que la cinta destacará por encima de todo en su inventiva visual. Cabe destacar el grano exacerbado del celuloide, lejana a las modernas vicisitudes del formato digital, los planos angulosos, y en general una trabajada composición de cada una de las imágenes que pueblan la pantalla. En su intento por construir una disposición visual a favor de la personalidad narrativa, Maudite Poutine se convierte en un objeto digno de admiración y que no se deja aminorar por los subversivos efluvios del cine experimental. Por el contrario, su epicentro dramático, el desarrollo y retrato de una relación rota entre dos hermanos que encuentran en la decadencia un irreflexivo punto de unión, no gozará del impacto que seguramente el director pretendía, pero que alcanza un taciturno estado de exposición reforzado por el logrado empaque visual.
Es en su trasfondo donde sí contenido y envoltorio se conectan, dibujando un incómodo espectro de existencialismo bajo la estirpe de una Québec suburbial repleta de hostilidades y fatalismo. Interesante es el recurso del cómo Lemieux, cuando ya tenga establecido el componente de oscuridad de su historia, se centre en cada uno de los personajes, relatando sus actos más cotidianos y personales, cerrando el plano en sus actividades diferenciadoras: desde los ensayos de la banda de rock, epicentro de la acción que desembocará el entramado, hasta las centralizaciones en miradas o actos descriptivos como el fumar; aún con la sensación de envoltorio estético, todo circula hacia el énfasis sensorial, el dibujo de un componente atmosférico donde la carga visual se asemeje con las acciones de los personajes, que a todas luces acarrearán une irrefrenable lucha ante la caída, y donde la película adquiere su personalidad. Perfectamente achacable es el olvido de dar más irreflexión o profundidad a un drama de fondo que probablemente necesitase más, pero adquiere una dimensión de fatalidad perseguida desde el inicio del metraje.