Las mejores películas de Xavier Dolan son explosiones de emociones. Todo en ellas son excesos, cuesta trabajo explicar cómo consiguen alejarse de lo empalagoso. La planificación, los personajes, los conflictos. También la música. Es algo, pues, apreciable tanto en lo formal como en lo conceptual. Pero el caso es que, de algún modo, el joven director canadiense logra conciliar tantos estímulos para dar forma a un producto redondo. Así sucedía con la estupenda Lawrence Anyways, ficticio seguimiento de un proceso de cambio de sexo. Dolan fortalecía su historia con interesantes conflictos amorosos, y el resultado era un profundo relato de amor que encajaba a la perfección con una igualmente profunda reflexión sobre la identidad sexual. Del mismo modo lo lograba en la posterior Mommy, donde conocimos aquella pequeña familia disfuncional formada por Steve y Diane, repleta de vicios malsanos y de costumbres tóxicas. Aquí, lo sorprendente era la profundidad con que calaban sus personajes, la inesperada empatía que transmitían todos ellos (no sólo los dos protagonistas, también aquella imprevisible vecina tartamuda). Y, sobre todo, el indescriptible surtidero de sensaciones que era verlos interactuar.
Matthias et Maxime contiene varios de estos elementos. El más llamativo, la identidad sexual. Pero lo que el director se propone no es contarnos la historia de un personaje que descubre su propia orientación sexual. Más bien pretende poner en duda los cánones convencionales que definen tal cosa. Dolan nos presenta a dos protagonistas masculinos (uno de ellos encarnado por él mismo) que experimentan una mutua atracción… pero no por ello los encierra en el famoso “Cuartel de la Dicotomía Sexual” (esto es: heterosexual/homosexual). De hecho, en una de las secuencias más interesantes de la película, Maxime manifiesta su necesidad de “entender”: no tanto entender la naturaleza de su orientación como el por qué de su atracción. Dolan huye de lo general y abstracto (identidad genérica, orientación sexual) para centrarse en lo tangible y particular (la atracción entre Matthias y Maxime). En resumen, son dos personajes cuyo entendimiento, cuya mentalidad, no está preparada para descifrar la experiencia que comparten. La película que nos ocupa es una invitación, pues, a reescribir los criterios que definen el concepto “sexualidad”.
Otro elemento reconocible es la disfuncionalidad familiar: ambos personajes sufren una fuerte crisis comunicativa con sus madres (si bien el caso de Maxime parece mucho más exagerado). En el terreno formal encontramos el uso de la música pop y la insistencia en los planos cortos. Sin embargo, aquí la cohabitación de los elementos no es tan harmoniosa como en los títulos más arriba mencionados. Dolan no consigue la sinergia entre planificación y montaje (este último firmado también por el director) que sí consiguió en los casos de Lawrence Anyways y Mommy. Como ya sucedía en la fallida Sólo el fin del mundo, su planificación cerrada impide palpar la interacción entre personajes y, con ella, sus conflictos y atracciones (prueba de ello es lo mucho mejor que funcionan las secuencias rodadas en planos abiertos, como la del primer —y segundo— encuentro físico entre Maxime y Matthias). Del mismo modo, los problemas familiares de los dos protagonistas parecen dos tramas aleatorias que se resisten (involuntariamente) a actuar de forma complementaria.
No creo que estemos, sin embargo, ante una mala película. Matthias & Maxime no deja de ser un trabajo dotado de personajes extravagantes pero (en su mayoría) creíbles, repleta de ironía y provista de la mala leche exigible a cualquier retrato social. Sin olvidar, por supuesto, lo mencionado en el segundo párrafo: una reflexión que, aún perteneciendo a una obra menor de su director, alcanza una profundidad muy superior a buena parte de los hitos de tantos otros autores.
Puedes ver Matthias & Maxime en Filmin:
https://www.filmin.es/pelicula/matthias-maxime