He vivido muchas mañanas esperando a que las comadronas (matronas, llevadoras) atravesaran la puerta del bar para desayunar, habitualmente las últimas del centro médico que teníamos cruzando la calle. Iban siempre juntas, como una piña, hablando de casos imposibles, de pacientes increíbles, del maltrato generalizado a los sanitarios o de sus cosas, ajenas a un útero. No afirmaría que fuesen mujeres fuertes, al final todas padecemos de nuestras debilidades personales, pero sí eran íntegras, comprometidas con lo que hacían, tremendamente intensas. Admiro a esas mujeres que ya no veo a diario, pero que espero que sigan manteniendo esa inquebrantable energía, aunque sea para hablar del nuevo disco de Rosalía.
Tengo una imagen preconcebida y aún así no voy a llevarle la contraria a Léa Fehner y su idealización de una profesión tan poco agradecida. Mujeres y hombres que traen vidas a diario, desde el punto más batallero, verdaderas amantes de su profesión, de otro modo sería insoportable, pero al fin y al cabo currantes que salen adelante en un siempre demasiado precario sistema sanitario. Fehner ha querido hacer hincapié en el fulgor de la batalla: no tanto en esos partos programados, o aquellos en los que enchufan un chute de oxitocina a las embarazadas para que dicha circunstancia no coincida con un cambio de turno. Aquí se enfrenta a la urgencia, los casos difíciles y los que se tuercen sin esperanza alguna para dar forma a un hervidero donde los niños exigen llegar a este mundo sin preguntar si es un buen momento.
Matronas parece seguir un abecedario de acontecimientos. Nos presentamos en la planta de neonatos acompañando a dos novatas en su primer día en la maternidad, una con gran determinación, otra totalmente perdida, en una de esas jornadas complejas y repletas de trabajo donde no hay tiempo de presentaciones. Así, Fehner nos sitúa en un punto de partida como si de una lanzadera se tratase, sin intención de bajar el ritmo. La progresión es conocida y no por ello desechable. Como si penetráramos en una de esas historias de Thomas Lilti que tanto gustan a los franceses, la película intenta abordar todos y cada uno de los problemas plausibles en un hospital público: dudas de trabajadores, asuntos sociales y problemas, muchos problemas, invariablemente desde el punto de vista de esas dos jóvenes recién llegadas que intentan encontrar su lugar en un espacio impredecible. Mientras una evoluciona favorablemente, la más segura de sí misma encuentra su propia piedra en el camino y debe volver a aprender sus propios valores, de modo que la historia de Matronas no deja de polarizarse mientras observamos todo tipo de familias que tienen un paso fugaz pero determinante en las vidas de este joven equipo médico.
Léa Fehner intenta visibilizar una profesión que todo el mundo imagina idílica pero que es tan imperfecta como cualquier otra. Detrás de la supuesta magia de traer al mundo montones de niños al día, nos traslada a una realidad en la que el desgaste, el agotamiento y las decisiones de último momento son una constante que debilita a esas personas que tienen en sus manos el futuro. No hay giros novedosos ni historias rompedoras, simplemente una pequeña porción de realidad edulcorada por pequeños pasajes de las vidas de sus protagonistas, evidentemente llevado al extremo para poder visualizar todo tipo de problemáticas, evitando ese punto de vista en la que futuras madres desistirían de su ilusión, pero consecuente con el grito de guerra que toda profesión merece en algún momento para hacerse notar. Matronas es una sencilla aventura que desea llamar nuestra atención, al menos durante un rato, para que sepamos un poco más de aquello que nos rodea. Puede que su efusividad no se plasme en nuestra retina para siempre, pero nos concede unos instantes de complicidad en los que aferrarnos a sus pluriempleados personajes.