Alejandro Dumas escribió que «Las madres perdonan siempre: han venido al mundo para eso», una sentencia que trata de revocar Fabrizio Cattani en Maternity Blues, un duro drama que explora el concepto del instinto maternal, tratando de averiguar que es lo que lleva a una madre a matar a sus propios hijos.
Pese a la buena pinta del planteamiento inicial, o quizá precisamente por eso, este largometraje no ahonda en ningún momento, quizá por miedo a caer en el concepto de lo políticamente incorrecto, en aquello que dice explorar: la depresión post parto, el infanticidio, la psicología, son temas que aparecen en algún momento pero sin mayor profundidad que la que pueda haber en un charco.
La historia la protagoniza una lánguida Andrea Osvárt en el papel de Clara, a la que, según vemos, ingresan en un centro psiquiátrico para mujeres, donde trabará amistad con otras internas. De este modo, al más puro estilo de Inocencia interrumpida, se nos ofrece una visión de la intimidad de las mujeres internas que encuentran, en su mutuo apoyo y comprensión, una salida para superar sus problemas.
El caso es que, según descubrimos, todas estas mujeres han asesinado a sus hijos. Chiara Martegiani, Monica Barladeanu y Marina Pennafina son las amigas de Clara en el centro psiquiátrico, y vemos como todas ellas afrontan, individual y colectivamente, de modo distinto la culpa de haber matado a sus hijos. Hacia la segunda parte del metraje también se nos presenta al marido de Clara, Luigi (Daniele Pecci) el hombre que tiene que convivir con los actos de su mujer y tratar de continuar con los pedazos de su vida.
El problema es que Cattani nos vende el drama de una manera descarada, como si estuviésemos viendo una teleserie de sobremesa como otra cualquiera. Cattani da muchos interrogantes, pero ninguna respuesta. Uno no sabe si está tratando de exculpar o defender de algún modo el comportamiento de estas mujeres, si las acusa o si simplemente quiere pasar el rato.
Todos los efectos causados para vendernos el efecto dramático que quiere causar quedan descolocados en el conjunto: ni los primeros planos en los que las mujeres cuentan sus experiencias vitales, ni los retazos de ‹flashback› que tienen por objeto mostrar sus actos en el contexto adecuado, ni las ráfagas musicales que intentan ser conmovedoras. Todos está preparado, al efecto, para abordar una película “dura” y tratar de obtener la lágrima fácil de aquellos espectadores más dados al sentimentalismo.
A nivel técnico no hay mucho que comentar de una película que no acaba de estar bien construida en ninguna de sus facetas. Los trucos de dirección resultan fáciles y burdos, la iluminación mortecina y las intérpretes se pasean de un lado a otro de la pantalla tratando de parecer tristes y apesadumbradas, siendo su labor muy limitada.
El hecho es que plantear un tema controvertido no es excusa para desarrollar un trabajo tan pobre. No hay espacio para una reflexión crítica, ni lo hay para un visionado minímamente racional. No hay conceptos. No hay voluntad de contar una historia. No hay, prácticamente, enfoque. No hay nada nuevo, ni nada que se nos quede en la cabeza una vez abandonamos la sala de proyección. Y, cuando una película se puede definir mejor por todo lo que no hay, es que algo ha fallado.