Paula, una joven veinteañera, se desplaza lentamente, cansada, como si tuviera muchos más años. En la mano lleva una pistola. Se para cuando llega al borde de la colina y observa la multitud de casas que se extienden por la ciudad de Medellín. El camino recorrido para llegar allí, ha sido muy largo.
Esta es la secuencia que abre el segundo largometraje de ficción firmado en solitario por Laura Mora Ortega, directora del film Antes del fuego, que presentó solo con su primer apellido, como Laura Mora. Además participó del documental Código origen, hecho con Alejandro Fernández. También ha realizado episodios en series de televisión colombianas, pero este trabajo, Matar a Jesús, es quizás su obra más personal hasta el momento. La secuencia inicial, rodada mediante un largo travelling con la cámara a pulso, un plano que se apoya en la música compuesta por Sebastián Escofet, supone una escena que aumenta su tensión al llegar a la coda final, solo rota por el cambio de plano que regresa al pasado o inicio de la historia. Tras este flash forward o adelanto temporal expresivo, se crea un enganche, una búsqueda de interés para llamar la atención del público al principio del metraje.
Lo cierto es que ese comienzo resulta próximo a un cine social, cuando asistimos como espectadores a una asamblea universitaria en la que varios compañeros de la protagonista y ella misma deciden convocar una huelga. Tanto esa secuencia, como las siguientes, tienen una vocación documental por el uso de la cámara al hombro, con panorámicas rápidas y cierta inestabilidad en el equilibrio visual, formas cercanas al reportaje y al documental que presentan la vida cotidiana de la joven en el aula y en el campus. Se corona este primer tramo por el trayecto que hacen en coche la chica y su padre, una escena rodada dentro del vehículo, en la que la cineasta ejemplifica las virtudes de crear tensión por el uso del fuera de campo, amplificado por el sonido, con un tiroteo que se queda al margen del plano y en el que pierde la vida el padre. Después del trágico suceso, la película desarrolla la búsqueda de los culpables por parte de Paula con su hermano, pero ante las actitudes reticentes y consejos de olvidar todo por parte de la policía, la huérfana decide perseguir al autor del crimen, cuando lo encuentra accidentalmente en una discoteca.
Laura Mora Ortega escoge la mezcla entre drama costumbrista y policíaco en esquema de thriller, para enfocar su punto de vista personal, con un argumento similar a lo que le sucedió a ella, haciendo así ficción de su propia vida. Sometiendo el film al subgénero —o subclase— de justicieros urbanos, la directora consigue revitalizar las señas de filmes populistas norteamericanos que proliferaron desde los años setenta hasta los noventa, usando solo el punto de partida de la protagonista que desea vengarse. Gran parte del film sigue poco a poco la evolución de un personaje común que no pertenece al mundo de los sicarios, traficantes y gangsters contra los que decide enfrentarse, aunque lo hace como si fuera la cara b de ese estilo de cintas, lejos del glamour o la épica mafiosa. En este cambio vital descubre furia, rabia e incluso la necesidad de ver cómo Jesús, el sospechoso, amenaza a unos ladrones de poca monta, quienes con anterioridad habían propinado una brutal paliza a Paula. Toda esta violencia es mostrada de manera frontal pero sin coartadas estéticas por la cineasta, como golpes secos que duelen igual que si estuviéramos allí. Del mismo modo presenta las costumbres del grupo de sicarios, amigos de Jesús, que se reúnen para beber, drogarse y divertirse. También otros usos cotidianos como es la veneración que siente el delincuente por su madre y familia. Nunca se justifica la razón de ser de estos criminales, pero sí que se consigue un punto de vista equilibrado hacia personas que, por muy peligrosas que sean sus acciones, son humanas. Aumentada esta sensación de verismo por la jerga y acento del lenguaje propios de zonas populares de Colombia, dialectos difíciles de seguir en su totalidad.
Todo esto consigue el mayor acierto del film, en la perspectiva destructora del thriller de vigilantes, vengadores y otros. Esa mirada que resulta ser una deconstrucción de los justicieros urbanos de talante fascista. La directora no busca la espectacularidad después del primer encuentro con Jesús, sino que el ritmo de la película se mantiene con altibajos similares a los de la realidad. Tiene algunos clímax, alternos con otros momentos más tranquilos. Incluso situaciones oníricas en ese campamento de jóvenes delincuentes. La película, sin embargo, permanece viva durante su proyección —y mucho después de finalizada— por esa irregularidad tonal más pendiente de la veracidad. En ese empeño de perseguir a Paula constantemente, sin abandonarla en su evolución personal, decisiones erróneas y reacciones inesperadas. Un film arriesgado en su propuesta que sale victorioso con un final demoledor, vibrante, contundente y perfecto.