Masking Threshold (Johannes Grenzfurthner)

¿Cuál es el sonido… del sonido? ¿A qué suenan las cosas? Sí, esto último bien podría salir de un anuncio de compresas, pero tan cierto como que es la premisa de la cual parte el austriaco Johannes Grenzfurthner en su ópera prima; uno de esos autores totales (si es que eso tiene sentido hoy en día) que preferiblemente busca dirigir, escribir, editar y, si es posible, interpretar. Esto último, dicho sea de paso, no supone un gran reto en Masking Threshold, en especial si tenemos en cuenta que la película se desarrolla a través de planos subjetivos en todo momento, y que ni siquiera la voz de Grenzfurthner es la encargada de modular un horror extraño a la par que físico, incluso agotador si se quiere. La cuestión es que el primer largometraje del austriaco, más que por sus pretensiones (si es que eso tiene sentido hoy en día —otra vez—), destaca por la búsqueda de nuevas vías que interfieran en una raigambre genérica no tanto inexplorada, sino más bien atípica, tan insólita como fascinante por momentos y, como algunos tramos de este propio texto, incluso reiterativa… o quizá ese sea el efecto provocado por un sonido incesante e insaciable, el del ininterrumpido timbre de la voz del protagonista, que será la que nos acompañe a lo largo de un recorrido incómodo, insólito, magnético en algún instante, pero en especial insistente, incapaz de liberar al espectador de las fauces de un experimento que parece engullirlo todo, pero no es más que la resonancia del incansable vaivén de su personaje central, quien construye desde la obsesión y la alucinación más absoluta un artefacto impredecible.

Porque es probable que Masking Threshold pueda con más de un espectador: su propuesta es tan radical y aturdidora como extenuante puede llegar a ser un proceso que se antoja inabarcable en su primer visionado. Pero, pese a la dificultad del terreno en que busca manejarse Grenzfurthner, el cineasta nunca se rinde a lo obvio, que sería ceñir su construcción a una inagotable exploración que revela pesquisas y deriva en una voluble parcela psicológica: lejos de una predilección por lo sonoro —cuya lógica se supone inevitable, al estar ante un personaje que indaga en su propia discapacidad auditiva—, el film provee un potente trabajo visual desde el cual arrastrar esa vorágine de disertaciones hacia un terreno mucho más sugestivo, que acompañe (sin subrayar) los cimientos de ese horror latente y excesivo, suministrando mediante la imagen un vehículo que sea capaz en algunas ocasiones de refrendar las inquietudes expuestas en pantalla desde ese agónico testimonio que provee su protagonista. De este modo, el acertado tratamiento de que dota el realizador a su obra, consigue sin lugar a dudas sobreponer (y complementar) su universo matizado en estampas desde las que reflejar su angosto manifiesto a una abrumadora exposición que bien podría engullir la propuesta por completo —si bien en algún momento lo consigue sin apenas esfuerzo—. Y es que pocas veces una secuencia compuesta por planos detalle ha maridado así con el empleo de un sonido capaz de reproducir ciertos espectros y recorrer una amalgama de sensaciones tan amplia en tan poco tiempo; un logro sustraído desde la ductilidad del montaje, clave en Masking Threshold por la configuración de un microcosmos que conjuga con una facilidad pasmosa su propensión por la fisicidad de las imágenes con ese penetrante desempeño sonoro. Masking Threshold será, en ese sentido, una obra con tantos adeptos como detractores, que puede se sienta tan agotada y fallida a ratos, como insólita durante su insobornable recorrido. Sea como fuere, una propuesta única sobre la cual leer quizá sea un ejercicio del todo inocuo: nada como enfrentarse a ella, aunque sea para abandonar por extenuación diez minutos más tarde.

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