A finales de 2012, el estudio de animación japonés Production I.G. lanzó una campaña de ‹crowdfunding› para financiar el nuevo proyecto de Masaaki Yuasa. Poco más de medio año después, salió a la luz una curiosa y memorable incursión en el cortometraje de su director en la que se cuenta una historia de amor atípica a través de la lucha libre. En ella, un luchador apodado Masked Man M se queda prendado de otra luchadora, Lady S, durante una pelea. Las casualidades del destino harán coincidir a ambos de nuevo, dentro y fuera de la pista.
Kick-Heart está construido sobre la premisa del chiste obvio al que aluden los nombres de los dos personajes (S&M) y que define muy bien el fetiche del protagonista y la relación entre ambos en el ring; pero me atrevería a decir que la historia, funcional y divertida aunque con algún ramalazo de humor un poco rancio, ocupa un lugar muy secundario respecto del gran atractivo de la obra: la estilización exagerada que le imprime su director. Y es que el que nos ocupa es un artefacto visual potentísimo que utiliza todo tipo de recursos expresivos para maximizar y llevar al absurdo cómico las emociones de la trama.
Enraizado en las influencias del ‹cartoon› clásico que han definido gran parte del estilo artístico de su director, el resultado recuerda en buena parte a la fisicidad grotesca y la elasticidad de las formas de Bill Plympton, pero llevadas al terreno lisérgico y maximalista de Yuasa hasta convertirse en una experiencia estética con entidad propia. Es de destacar en particular el agresivo uso del color marca de la casa que ya hizo de Mind Game, una de las películas visualmente más cautivadoras de la animación de este siglo, y cuyo espíritu parece querer recuperar su director en este formato reducido. Todo esto hace de su trama, que podría resumirse en un chiste simplón y una historia de amor muy esquemática, un ejercicio de hiper-expresión visual que se queda en la retina y que destaca sobre todo por su variedad de recursos y la originalidad de su puesta en escena.
Kick-Heart es ante todo un proyecto que, sin ninguna clase de limitación que le pudiera haber generado tener que adaptarse a un formato de emisión concreto, da rienda suelta a la libertad creativa de su director. Es un pequeño disfrute para sus fans, y una muestra del rango y también de la identidad expresiva que puede alcanzar la animación con un ánimo puramente experimental y desatado en las formas. Pero además es una demostración palpable, aunque aún a escala algo modesta, de que el ‹crowdfunding› puede sacar a flote proyectos independientes dentro de la industria de la animación. No es oro todo lo que reluce en ese sentido, claro está, porque el éxito de su financiación bebe de las rentas generadas por su director y su estudio en obras anteriores, lo cual puede explicar en parte la dificultad de replicarlo por parte de proyectos posteriores. Pero sin duda marcó un camino a seguir para el desarrollo de la animación en Japón fuera de los circuitos comerciales.