Lucha contra el patriarcado, feminismo y poner el foco sobre cierto sector femenino que por edad parece olvidado, relegado al abandono, como si sus necesidades físicas, pasionales o sexuales ya no tuvieran importancia. Todos estos temas están en Marygoround, que se postula como artefacto de demolición poniéndolos en la palestra. Muy estimable, sí, si no fuera porque, precisamente, en su voluntad de cargar contra todo ello lo hace como un auténtico elefante en una cacharrería.
Jugando con una puesta en escena colorista, propia del pop de los 80, combinada con ciertos aires tenebristas que bien podrían estar en el Mother! de Aronofsky asistimos a un delirio grotesco pretendidamente ubicado en la comedia negra donde el discurso es tan sutil como un martillazo en la cabeza. Quizás el efecto deseado sea el de despertar consciencias con ello, pero la sensación es la de estar ante un despliegue de brochazos subtextuales que quieren hacer comulgar con el mensaje por la ineficaz vía del embudo.
Quizás el film no dé para mucho más aparte de glosar sus delirios alucinatorios y pretensiones de ser algo punzante e inteligente. En cambio, sí da para reflexionar al respecto de la importancia del mensaje y si todo vale en nombre de unos valores que, pudiendo ser reivindicables, acaban por ser pasto de burla, de meme o de sarcasmo ante su despliegue impúdico en pantalla.
La pregunta que se nos plantea es qué puede motivar a exponer algo tan desastrado en su forma (por más artificiosamente decorada que esté) como vehículo para expresar una idea. ¿Ganas de impactar? ¿Dejar claro el posicionamiento inequívoco? Sea como fuere el efecto es precisamente el contrario. Se acaba por hablar más del continente que lo valioso de un contenido necesario a todas luces.
La justificación valle-inclanesca que ofrece la directora Daria Woszek a la hora de mostrar la realidad opresiva del patriarcado, de la religión, de la edad como basurero de la sexualidad pasional, como un espejo deforme en los ojos de la protagonista pierde potencia desde el inicio al aparecer subrayada la palabra alucinación (en diversas ocasiones, además) y, por si fuera poco, partiendo además de una estética alejada de cualquier proceso de degradación de la realidad. No se puede entrar en el juego por la sencilla razón que las cartas están marcadas desde la premisa. A partir de ahí, cualquier cosa que suceda no es más que un truco sin credibilidad con el hay que tener muchas tragaderas para poder tomárselo mínimamente en serio.
Como el juego de palabras de su título, Marygoround no es más que un tiovivo de ilusiones cargado de luces, canguros, mariachis y mucho ruido de fondo que no puede ocultar, tras su aparatosidad, una torpeza narrativa y una desidia importante a la hora de dar profundidad a unos temas que, repetimos, merecían mejor fortuna. Una película que puede que sea premiada (así lo atestigua su galardón en el Festival de Gijón) por su presunta relevancia temática, pero que desde nuestro punto de vista no la convierte en una buena película, como mucho en algo que, queriendo ser manifiesto, se queda en un mero panfleto de dudoso gusto.