El terror sí tiene forma (y nombre propio).
Llega Halloween una vez más. Invento este del demonio que, junto a otra obra de Satán llamada San Valentín, patrocinada por El Corte Inglés, viene a colonizar una festividad tradicional y convertirla en algo que no está ni de coña en nuestro acerbo cultural. Más allá de estas consideraciones socioculturales o económicas sí que hay que agradecer que esta festividad sirva de excusa fácil para pegarte una sesión de películas de terror, ya sean revisiones de tus films favoritos o indagaciones en el submundo de la caspa de serie Z que nunca tienes tiempo para ver.
La película a recomendar para esa noche (y solo esa noche ya que en otro momento es absolutamente insoportable) se sale un tanto de los parámetros tradicionales. Estamos ante el título que marca el precedente posterior para ‹slashers› tipo Halloween, es decir la de los ya tradicionales y entrañables (por aquello de que te apuñalan hasta las entrañas) amigos psicópatas con máscara.
Imaginen la situación, un Londres brumoso, niños desamparados en una casa de estilo victoriano. La lluvia y la niebla se adueñan de todo y entonces surgiendo de la nada aparece ella volando. A partir de aquí todo se dispara. Niños chillando, juguetes que cobran vida propia y se ponen a dar saltos poseídos, cabezas que giran, miradas turbias, personas que salen volando debido a fenómenos meteorológicos inexplicables, saltos dimensionales alucinatorios y muchas otras cosas que harían temblar al más pintado.
Imágenes ellas todas perturbadoras que influyeron sin duda en directores como Carpenter para hacer La niebla, Friedkin para El exorcista o Tobe Hooper para Poltergeist, pero que por sí solas no explican el terror que producen sin tener en cuenta la figura central detrás de todo ello. Una figura femenina con sombrero de flores horrible que, armada con un aparentemente inocente paraguas, puede volar e hipnotizar a todo niño que se le ponga por delante con sus desgarradores aullidos disfrazados de canciones infantiles.
Sí, Mary Poppins es sin duda una de las experiencias más terroríficas que uno puede paladear en pantalla, y más si la ha sufrido de niño. Un auténtico generador de traumas y miedos varios que ni una letal combinación entre Bambi y Freddy Krueger podría superar. Una producción icónica que permitió pasar a su director, Robert Stevenson, de director de mediocres ‹noir› a ser el Wes Craven de su generación capaz de generar otros ‹horror films› de culto como La Bruja Novata o Herbie un volante loco.
No podríamos cerrar esta reseña sin hacer referencia al mayor logro de la película, que no es otro que dibujar en pantalla el que sería prototipo a seguir del ‹psycho killer›. Después de Julie Andrews nada sería igual y por ello repetiría papel de psicópata cantarina en producciones, casi tan terroríficas como la que nos ocupa, tales como Sonrisas y Lágrimas. Y todo sin exagerar como Jack Nicholson ni con máscaras a lo Michael Myers, Jason o Freddy de turno. Una pesadilla andante que ya forma parte del inconsciente colectivo como uno de los paradigmas más terroríficos del siglo XX superando por goleada a gente como Pol Pot, Charles Manson o el mismísimo Hitler.
El verdadero y único trailer que todo el mundo debe conocer de Mary Poppins
Un artículo muy curioso. Me parto con lo del sombrero de flores horrible. Yo fui más convencional y dediqué el blog a la historia del cine de terror, por si os interesa. Saludos