El tailandés Nawapol Thamrongrattanarit parece sentirse cómodo trabajando con planteamientos narrativos rígidos. Si en 36, su anterior trabajo y ópera prima, operó sobre ese número exacto de planos para hablar de la persistencia de la memoria y de las secuelas que deja el paso del tiempo tanto en el paisaje físico como en el humano, en Mary Is Happy, Mary Is Happy vuelve a plantearse un desafío al convertir 410 tuits consecutivos de una adolescente tailandesa en la arcilla narrativa con la que moldear una historia ficticia que tiene mucho de educación sentimental. Pese a las limitaciones que implican ambos dispositivos, resulta paradójico el alto grado de libertad que acaba alcanzando su director, como si el hecho de crear desde la adversidad potenciara su inventiva y alentara en él el deseo de asumir riesgos que otros directores, contando con menos restricciones, ni se plantearían. Es esta misma libertad la que ya animaba las obras surgidas de la ‹nouvelle vague›, movimiento que claramente inspira este filme engañosamente ligero e intensamente evocador. Más allá de un guiño directo en forma de falso cameo de Jean-Luc Godard, podemos detectar aquí la misma heterodoxia creativa y la misma espontaneidad que caracterizó a muchas obras de esta corriente, hasta el punto de coquetear directamente con el absurdo o jugar puntualmente con el lenguaje metacinematográfico (el gag de la impresora o la coña sobre Wong Kar-wai). Esta inclusión de un humor suave y un punto anómalo (inédito en la obra previa de su autor) ayuda a contrarrestar la carga dramática que se va apoderando de la película mediado el metraje, conforme la melancolía y la tristeza hacen aparición.
Pese a este cambio de registro, en el que el tono sereno, callado y contemplativo de 36 es sustituido por un dinamismo narrativo delicado y sorprendente, la coherencia temática persiste. Thamrongrattanarit insiste en su fascinación por la memoria, por la fugacidad de un tiempo que se nos escapa de las manos dejando atrás meros recuerdos en forma de fotografías: las que tomaba la protagonista de 36 y las que toma (o intenta tomar) la de Mary Is Happy, Mary Is Happy para el anuario del colegio en el que estudia. Asimismo, explora los complejos asuntos del corazón con la misma sensibilidad que demostró en aquella cinta, en este caso añadiendo un plus de ternura y dolor al tratar el primer (des)amor. Lo interesante de la película no reside tanto en lo que cuenta (ya visto muchas veces antes), sino en la forma tan cercana, limpia y cautivadora con la que lo cuenta, siguiendo una aparente arbitrariedad narrativa que va ganando en consistencia y sentido conforme avanza el metraje, siempre marcado por los tuits reales (sobreimpresionados en la pantalla) que han inspirado la película; una decisión que otorga singularidad a la propuesta y que, pese a las dudas iniciales (¿redundará el texto en lo que ya comunican las imágenes?), lo cierto es que funciona, no sin dejar antes una ligera sensación de extrañamiento en el espectador: equivale casi a poder ver con rayos X el esqueleto de un edificio en plena construcción.
Ni siquiera puede decirse que las dos horas de metraje sean excesivas, porque incluso cuando la película parece avanzar hacia ninguna parte o reiterarse en su mensaje, sigue captando nuestra atención y sigue fluyendo con una tranquilidad gratificante, haciendo que su muy logrado personaje femenino protagonista (muy bien interpretado por Patcha Poonpiriya) cale en el espectador y se llene de matices y contradicciones. Tampoco importa si la película pretende jugar a ser ‹cool› con alevosía y deliberación (el atractivo estético del vestuario o de ciertos toques de humor estrafalario, como los accidentes sucesivos de la protagonista), porque nunca llega a resultar lo suficientemente artificiosa como despertar antipatías. Sí logra, sin embargo, que sus reflexiones en torno al amor, la amistad, la pérdida y el paso del tiempo se carguen de un sentimiento de verdad muy potente, además de expresarse con un gusto que cifra en alto el talento de su director, cuajando instantes (el rechazo amoroso, entre muchos otros) de gran belleza y melancolía. Instantes que, pese a otros pequeños defectos que uno pudiera detectar aquí y allá, hacen de Mary Is Happy, Mary Is Happy una película no sólo meritoria y hermosa, sino perdurable.