Un fantasma recorre Europa… y más concretamente los recodos cerebrales de Marco Bellocchio: el fantasma de su hermano gemelo Camillo, que, sumido en una profunda e invisible depresión, se quitó la vida en 1968, a los 29 años de edad. Desde entonces, la familia Bellocchio y muy particularmente Marco, han sido perseguidos (desde el prisma hauntológico de Fisher) por el espectro de un ser querido, cuya memoria se reconstituye en este documental y ramifica en todos los miembros del linaje italiano Bellocchio.
Durante la escalada revolucionaria del 68, en pleno movimiento estudiantil, Marco Bellocchio tuvo una última conversación con su hermano, quien nunca había terminado de encontrar su sitio en el mundo. Marco, ajeno al infierno íntimo que vivía su gemelo, le empujaba a abrazar el optimismo revolucionario, pero Camillo le respondería con una hermosa y triste réplica, que da nombre al documental: «Marx puede esperar». Hay frases que, por contexto y contundencia, persisten. El film de Bellocchio, a modo de arrebato terapéutico, es la prueba manifiesta de que nunca terminó de superar el duelo por la pérdida de Camillo.
La aproximación estilística del cineasta, sin embargo, no termina de estar a la altura del profundo pesar que sobrevuela la familia Bellocchio. Para un director como Marco, con una trayectoria irregular pero con mucho carácter, su tránsito por el cine documental resulta ciertamente desalentador. La dirección plana, algunas decisiones de elección de testimonios o un relato que no se esfuerza (ni lo pretende, ¡faltaría más!) en ir más allá de la tragedia individual de cada Bellocchio terminan por limitar el interés de la cinta. Ese encorsetamiento se hace aún más evidente en la implicación del cineasta de formar parte de cada uno de los careos con sus familiares, en el sentido que contamina la visión de ellos con el sentimiento de culpa propio.
Por supuesto que el documental ofrece asideros de interés, especialmente para quienes estén más familiarizados con la filmografía de Bellocchio. De entre las imágenes de archivo que acompañan a los testimonios, Marco introduce fragmentos de su obra, que ya desde su ópera prima (como suele ocurrir cuando indagamos en los estilemas de cualquier autor/a) revelaba las señas de identidad que hoy celebramos: un cine inconformista y combatiente, político y comprometido. Durante el documental veremos desfilar fragmentos de Las manos en los bolsillos (I pugni in tasca, 1965), La gaviota (Il gabbiano, 1977), Salto al vacío (Salto nel vuoto, 1980) o Gli occhi, la bocca — Los ojos, la boca (1982), que situaron a Bellocchio en el centro de la mirada crítica y en los que se desvelan personajes y situaciones autobiográficos. Es decir, que antes de este documental, que sirve de receptáculo de la acumulación de remordimientos del cineasta, el propio Bellocchio ya había pretendido expiar sus inquietudes morales.
A sus 83 años (dos menos en el momento de filmar este documental-terapia), es perfectamente comprensible que el cineasta italiano eche la mirada atrás, más aún si nos ceñimos a duelos familiares que no han terminado de solventarse (es triste y emocionante, en ese sentido, observar a su hermana Letizia afirmar con rotundidad que el suicidio de Camillo no fue tal, sino que fue un accidente). Con todo, la filmografía de Bellocchio raramente habla del presente, y ya nos ha demostrado que en el terreno de la ficción sus proyectos vuelan mucho más alto y con menos turbulencias que en su producción documental. Sin ir más lejos, sus dos últimas obras —a expensas del estreno de Rapito (2023)—, un film y su incursión en el formato serial, son dos retratos contundentes, rabiosos y llenos de carácter de la Italia de los años 70 y 80, adjetivos que se echan mucho en falta en este Marx puede esperar (Marx può aspettare, 2021).