Mars Express (Jérémie Périn)

El animador francés Jérémie Périn realiza su debut en el largometraje con un proyecto que remite a otras épocas y tendencias en la animación y la ciencia ficción, narrando una historia ‹neo-noir› de estilo ‹cyberpunk› en la que Aline, una detective humana, y su amigo Carlos, un robot que contiene la memoria de su compañero fallecido, tratan de dar con el paradero de Jun Chow, una estudiante de cibernética desaparecida tras ser atacada en su apartamento por un individuo disfrazado de policía. Esta en aparencia sencilla búsqueda desentrañará una red oculta de intereses, capaces de desestabilizar el orden social de todo el planeta.

Mars Express exhibe orgullosa sus prestigiosas referencias, desde Blade Runner a Ghost in the Shell, y las encauza para reflexionar sobre la deriva de la automatización y la precariedad resultante, tomando como base el desarrollo de las inteligencias artificiales como algo que invade absolutamente todos los aspectos de la vida. La difícil convivencia entre humanos y androides en este orden social, que ya ha convertido la Tierra en un lugar abandonado y decadente, se ha trasladado a Marte con toda su conflictividad, en un futuro desolado en el que los errores están condenados a repetirse. El guion de Laurent Sarfati y Périn describe las consecuencias de la transición tecnológica con idéntico pesimismo al que ya apuntaba el subgénero desde los años 80 y con reflexiones similares, incidiendo tal vez en lo poco que han cambiado realmente esta problemática y las urgencias sociales que inspira desde entonces hasta ahora. Lo más impresionante sin duda de esta película es ver en ella un espejo de la ficción realizada hace 30 o 40 años, respondiendo a las mismas preguntas que aquella; la tecnología evoluciona, las perspectivas de lo que se puede alcanzar con ella también, pero la estructura socioeconómica y sus debilidades se mantienen invariables.

En esa descripción de su mundo, del futuro que tiene ecos de tantos clásicos del subgénero, Mars Express se revela como una propuesta llena de pequeñas ideas muy interesantes, que construyen a lo largo de toda la película una ambientación futurista plenamente creíble para las perspectivas actuales. Desde la cotidianeidad, con la comunicación a través de ondas cerebrales, la cirugía automatizada o la posibilidad de crear clones artificiales de tu propio cuerpo, hasta la presencia de “granjas de cerebros” que permiten vender los recuerdos o el desarrollo del último grito en implantes orgánicos, la cinta describe un mundo en el que la tecnología ha invadido todos los aspectos de la vida, revelado nuevas formas de opresión de clase, precariedad y represión autoritaria y generado una sociedad de humanos y androides con idéntico aspecto y “funcionalidad” social, en un equilibrio frágil que solamente se mantiene por la posibilidad de tener controlada la conciencia de estos últimos mediante los mecanismos de seguridad cibernética habituales. La imaginación de esta película en la descripción visual de su universo está fuera de toda duda y da sustento a una conceptualización que, si bien no tiene novedades significativas, sí mantiene la vigencia en sus temas y preocupaciones.

Esta base conceptual, tan densa e importante en la obra, no obstaculiza en cualquier caso el ritmo de una trama de persecuciones permanentes, tiroteos y una sensación de peligro detrás de cada esquina, que combina la acción y la intriga sin dejar apenas espacio para asimilar los giros en el caso que se van encontrando Aline y Carlos, y que, de manera gradual, construyen algo más y más grande a partir de una investigación rutinaria. Sin embargo, pese a la sucesión frenética de acontecimientos y la cada vez mayor significatividad de cada decisión tomada, la película es capaz de tomarse respiros y de dosificarlos para desarrollar aspectos de la cotidianeidad de los dos protagonistas, su amistad y, particularmente en el caso de Carlos, la relación problemática que mantiene con su pasado. Este es, sin duda, uno de los méritos más notorios de un filme al que, por otro lado, se podría acusar, debido a todos los paralelismos conceptuales señalados, de no estar innovando realmente; ya que todo su sustento narrativo no solamente ha sido ya explorado con frecuencia, sino que es parte de la esencia misma del subgénero. En este sentido, yo no considero que Mars Express realmente consiga labrarse un camino propio y lo suficientemente distintivo de su universo referencial, por lo que me cuesta ver con tanta claridad la individualidad autoral que otros han destacado. Está, sin duda, bien hecha y planteada, pero lo que está proponiendo, a grandes rasgos, no se siente nuevo en absoluto.

La sensación de estar viendo un refrito de cosas ya exploradas está ahí, por tanto; aunque no tiene por qué suponer un problema. Es más, en la época actual se siente como una rareza ver una película como esta, cuyas referencias inmediatas son los planteamientos que dominaron el género hace tres o cuatro décadas, por lo que compensa la ausencia de innovación con una recuperación y leve actualización de temas clásicos, y una estética muy influida por aquellas obras que le da un toque distintivo y audaz respecto de las tendencias actuales de la animación. Mars Express, al margen de lo estimulante que pueda resultar ver algo que no se despega de unas influencias muy reconocibles, va a contracorriente de la mayoría del cine de animación que se ve hoy en día y eso por sí solo es un enorme atractivo, que demuestra la capacidad de la industria francesa para salirse de la norma con este tipo de producciones y ofrecer a su público una ventana a una era tan remota como influyente en la ciencia ficción y en el medio animado.

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