El pasado con aires renovados. Neil Jordan ya sabe lo que es adaptar grandes personajes de la literatura al cine, no olvidamos su universo vampírico reinterpretado a través de las historias de Anne Rice en Entrevista con el vampiro, un mundo, el de la noche, que resucitó con Byzantium, una especie de puerta a una nueva etapa para el realizador, que en sus últimos trabajos ha reinterpretado las historias clásicas bajo el revuelo de la actualidad, o algo así se podría destacar de su irregular propuesta en La viuda y las extravagancias de Isabelle Huppert, donde sin lugar a dudas lo mejor era su selección actoral, y su forma de llegar a un punto donde la seriedad perdía su efecto y los excesos se convertían en un gran salto al vacío, que podías decidir dar con él o no.
Es algo que tal vez se eche en falta en su última película, una Marlowe excesivamente correcta y complaciente que sigue acertando con sus actores, pero que no sabe borbotear su ingenio. Pocos minutos son necesarios para ser conscientes que estamos dentro de una novela negra que desde sus páginas clama protagonismo. Quizá esa sensación de terreno conocido fuera de su tiempo se deba a que la película surge de la novela de John Banville La rubia de ojos negros, que rescata un mítico personaje ‹pulp› creado por otro escritor, Raymond Chandler. Así, el protagonista de esta historia, Philip Marlowe, uno respetado a través de las novelas y películas que ha protagonizado desde finales de los años 30. Muchos (y muy importantes) han sido los actores encargados de interpretar a Marlowe —Humphrey Bogart en El sueño eterno, Robert Montgomery en La dama del lago o Dick Powell en Historia de un detective abrieron las puertas del personaje—, un detective privado que se mueve con soltura por Los Angeles, terreno de celuloide, ricos excesivamente poderosos y todo ese lado oscuro que conlleva el lujo y el glamour. En esta ocasión es Liam Neeson el que debe separarse lo justo de su labor de justiciero para acomodarse en una gabardina y un sombrero, el tipo serio y entregado a su labor por encima de cualquier tentación que se encuentra frente a personajes con un halo de intriga que modifica su percepción en todo momento. Es así como nos introducen a las ‹femme fatales› de esta historia, porque no solo impacta el papel entregado a Diane Kruger, también Jessica Lange revive su fuerte presencia. Ambas crean la tensión y la duda frente al impenetrable protagonista, dando a entender un juego ajeno al film con las mujeres, como si el público necesariamente estuviese familiarizado con sus hazañas y desventuras.
Sin duda Marlowe es una película de personajes que intenta homenajear el cine negro. La técnica es quizá pobre al dejar de lado en cierto modo la oscuridad con la que convivía el género para ser más bien una densa concatenación de diálogos donde elucubrar más que mostrar los misterios de la trama. Parece como si todo lo que en la novela se dice fuese imprescindible para dar forma al film, por lo que no hay espacio para la contemplación, y por tanto para el deleite visual. Pese a ambientarse en el mundo del cine, son pocas las escenas que se desviven por lucir el medio, aunque hay un momento clave —justo antes de descubrir el misterio de Serena— que hace perdonar la monotonía generalizada del metraje.
En definitiva, Marlowe forma parte del entretenimiento sin grandes riesgos, intentando dar sentido a la reinterpretación de los grandes éxitos de ciertos géneros sin necesidad de ofrecer los rasgos de sus realizadores, algo complejo cuando se trata de alguien tan carismático como Neil Jordan, que consigue en esta ocasión un film correcto desaprovechando la oportunidad de profundizar en un personaje mítico.