Cualquier película de corte biográfico como la que nos ocupa, debe —o debería— centrarse en una figura histórica para, a partir de ella, armar un discurso coherente tanto visual como argumentalmente hablando. O dicho de otra forma: no limitarse a narrar detalles relevantes (o escabrosos) de la vida de alguien famoso, como si de un tabloide hipertrofiado se tratara, sino emplear dichos detalles con un propósito temático específico.
Conviene decir, empero, que por desgracia no es lo más habitual en este tipo de filmes, lo que hace que muy pocos de ellos, con independencia de lo cuidado de su ambientación, de lo fundamentado de sus datos históricos o de lo brillante de sus interpretaciones, resistan bien el paso del tiempo. A la larga, y por el contrario, el único interés que la mayor parte de estas creaciones terminan por poseer es el de obras de consulta o de referencia para los curiosos, los eruditos o los admiradores de los personajes retratados; un interés, sobre decirlo, que nada tiene que ver con valores intrínsecamente cinematográficos.
En esta línea, lo primero que conviene preguntarse de cara a analizar Marie Curie de Marie Noëlle es si la cinta cumple con este propósito de partida, y la respuesta es, lamentablemente, negativa. Aunque la propuesta se sostiene sobre una clara intencionalidad de base, como es la de hacer una justa denuncia de los ataques sufridos por Maria Skłodowska-Curie (Karolina Gruszka) por haber mantenido una breve relación extramatrimonial con un hombre casado cinco años después de la muerte de Pierre Curie (Charles Berling), lo cierto es que dicha denuncia se articula de una forma muy deficiente.
Para empezar, sorprende que el personaje del amante, Paul Langevin (Arieh Worthalter), sea tratado con tanta comprensión, simpatía y condescendencia, a pesar de ser un mujeriego irredento, mientras que su esposa, Jeanne (Marie Denarnaud), pronto se convierta en la “villana de la función”, sin tener en cuenta que, en puridad, la parte agraviada de la historia es ella; y no tanto porque una mujer se acueste con su marido, sino porque esa mujer no es una desconocida, sino amiga suya. Asimismo, y si bien los métodos empleados por Jeanne para mantener unido su matrimonio son sin duda deleznables (v. gr. amenazar a Marie con un cuchillo, exponer el idilio con su marido a la prensa…), seguramente eran de los pocos con los que podía contar una mujer de su educación y su condición dentro de una sociedad como esa, tan represiva y machista. En este sentido, tanto la directora como su coguionista, Andrea Stoll, cometen el error de aplicar sus coordenadas ideológicas a un tiempo pretérito —olvidándose de que Marie Curie era la excepción y no la norma en su época—, de donde a buen seguro procede el otro gran defecto de fondo de la pieza: su tono marcadamente hagiográfico.
Y es que, pese a que se pretenda justamente lo contrario, el retrato de Marie Curie es terriblemente plano en su estereotipo de mujer inteligente, culta, altruista y liberada, hasta el extremo de que el personaje más anodino de toda la película será el de ella. ¿O qué se puede decir de alguien que, además de una científica increíblemente brillante, es una esposa y una madre perfecta, y cuyos dos mayores “defectos” son la seriedad y la adicción al trabajo? Sin duda, también contribuye a la falta de implicación emocional del espectador con la protagonista el comedimiento general de la narración, algo que, si bien evita los excesos melodramáticos propios de esta clase de relatos (lo que es de agradecer), a fuerza de sobriedad y distanciamiento consigue provocar en el ánimo del público una absoluta apatía respecto a lo contado. Encima, la contención del discurso tampoco impide que este redunde en muchos de los peores clichés del género, léase la inevitable —y manida— caída en desgracia de la heroína y su posterior restitución mediática mediante el aplauso público final; una trayectoria de la repulsa al reconocimiento que, de tan vista, casi abochorna.
Según lo expuesto, por consiguiente, ¿qué se puede destacar de esta incursión en la vida de una de las figuras clave de la física y la química del siglo XX, que se halla en cuanto calidad a eones luz del clásico de Mervyn LeRoy de 1943, Madame Curie? Pues tal vez lo único digno de encomio del filme, aunque más por su intencionalidad que por sus resultados, sea la opción estética adoptada por la realizadora; porque, desde los llamativos títulos de abertura y cierre del metraje hasta el notable score de Bruno Coulais, se hace patente la voluntad de Noëlle de alejarse del preciosismo clasicista tan extendido en los ‹biopics›. De ahí que a menudo se empleen imágenes feístas, distorsionadas o de tintes oníricos, en las que destaca el cromatismo de la fotografía de Michal Englert y la presencia recurrente del agua, en tanto símbolo de la fuerza creadora de vida y, por ende, de la feminidad. Sin embargo, a prácticamente el plano alegórico queda reducido aquello que, sobre el papel, era planteado como una estimulante relectura, en clave feminista, de la vida de Marie Curie. Desde luego, Noëlle es incapaz que lograr lo que, por poner un ejemplo muy ilustrador, consigue Margarethe von Trotta en sus acercamientos a otras mujeres emblemáticas de la historia, esto es, que su condición femenina forme parte de su idiosincrasia y de su encaje en el mundo, pero que no por ello dejen de ser seres humanos con sus contradicciones y sus complejidades.