Cuando comienza la ópera prima de Nely Reguera saltan todas las alarmas preventivas para los detractores de la comedia urbana nacional. Las razones son por la propia coyuntura del argumento. Una mujer soltera de algo más de treinta años, que sufre su encrucijada personal con una posición de responsabilidad, impuesta por una familia, pasiva agresiva, formada solo por hombres. Su padre, un hostelero viudo con problemas de salud al que acompaña durante su estancia en el hospital. Sus hermanos, casados o emparejados, dos sujetos egoístas e inmaduros, aunque entrañables, pero tan inútiles como solo podemos ser los hombres criados en un proteccionismo cómodo y despreocupado. Por si fueran pocos inconvenientes, a María no le ayudan nada sus amigas, consejeras de lo evidente que nunca se aplican a sí mismas sus propias recomendaciones. Tampoco un jefe que es editor y propietario de una librería de referencia en la ciudad, pero ignora totalmente la capacidad creativa de su empleada. Ni mucho menos la beneficia una relación con un divorciado voraz en el sexo pero desinteresado en el afecto que le profesa su amante.
Todo este material le sirve a la directora, en plena sintonía junto a otros cuatro guionistas, para realizar una comedia ejemplar, perdurable, clásica. Mientras otros cineastas contemporáneos tomarían este guión para rodar un film de corte más dramático o una comedia sensiblera en la que sus protagonistas se lamerían las heridas, Nely Reguera opta por someter a María a una maratón emocional, llena de obstáculos, retos y sorpresas que favorecen el desarrollo humorístico de la cinta. Frente a una generación cinematográfica que prefiere la evidencia, los chistes sobre actualidad, la escatología o la comicidad a base de diálogos, la realizadora escoge una vía menos practicada en la comedia, como es la de la sutileza. Por medio de las elipsis, las acciones y reacciones hilarantes de la protagonista. Los diálogos de sus interlocutores que apoyan las situaciones, mediante la extrañeza o caracterización simple de cada personaje, nunca como el único sustento narrativo del metraje. Pero en el rasgo que más se aprecia un gusto por la búsqueda de la sonrisa, con el logro de la carcajada en el espectador, es en el ritmo interno de las secuencias. Casos como los de la visita a una boutique para encargar el vestido de novia de la novia del padre, futura madrastra, una situación que comienza en tono costumbrista, sigue con un giro romántico y llega hasta producir risas sin esfuerzo aparente. Cualquiera de las ensoñaciones de María respecto a sus triunfos deseados como escritora vanagloriada y superventas, también reflejados por escenas descacharrantes. O esa visita familiar a la playa, en la que se bordea el peligro, el drama, una situación que origina una vorágine de sentimientos mezclados y simultáneos, desde la risa hasta la pena. Desde la comprensión hasta la enemistad personal o la ignorancia de los parientes, sin resultar trágica en ningún momento.
Para llegar al estado de fortuna de María (y los demás) resulta esencial la colaboración activa de un reparto de actores que conocían a la cineasta por trabajos anteriores. Algunos como José Ángel Egido y Pablo Derqui en los papeles de padre e hijo, roles que ya desarrollaron en Pablo, un gran cortometraje de Nely Reguera que demuestra la fuerza del formato de duración breve. Unidos a la complicidad de Vito Sanz, Marina Skell, Miguel de Lira, María Vázquez, Rocío León e incluso Julián Villagrán al cargo del resto de compañeros secundarios, enriqueciendo unos caracteres que pueden ser incómodos sobre el papel escrito, pero humanos e incluso simpáticos en la pantalla.
Sin embargo, destacaremos en este párrafo aparte la actuación de Bárbara Lennie, intérprete sobre la que recae todo el peso del film delante de las cámaras. Presente desde el título hasta los créditos finales, en un registro humorístico inesperado para el tipo de papeles dramáticos por los que ha sido más conocida hasta ahora. Un aumento de calidad interpretativa con una protagonista capaz de hacer reír, enfurecer, soñar y enamorar a los espectadores de la sala, contra el mutismo e indiferencia de todos los demás personajes de la película, tan necesitados como capaces de minusvalorar la importancia de ella. Siendo justos, con riesgo a equivocarme, algo paralelo sucederá cuando empiece la temporada de premios de cine. María (y los demás) será tan apreciada como subestimada en las quinielas ganadoras.