Enric Marco no solo dio falso testimonio de una supuesta experiencia en un campo de concentración nazi, sino que llegó a ser presidente de una asociación dedicada a esa memoria. Años después se descubrió su farsa, justo cuando estaba a punto de ofrecer un discurso conmemorativo en el campo de Mauthausen frente a una audiencia internacional. Marco cuenta esa historia desde la perspectiva de su protagonista, que debe moverse estratégicamente entre instituciones, familiares y figuras con poder. El film hace al espectador único cómplice de sus mentiras y construye con cierta astucia todas las tensiones que supone seguir a un mentiroso. Incluso al sorprendernos con otras mentiras que el resto de personajes sí conocen.
Desde el inicio, la película plantea unas coordenadas: evidencia el artificio de la ficción mostrando una claqueta. Funciona como un separador entre las imágenes de archivo y las imágenes de Marco, indicando que aquí comienza la ficción. El intento de remarcar la representación ficcional de la realidad tiene estrecha relación con la insólita historia de Marco. Es la primera imagen que resuena en mi memoria, posiblemente porque abre un camino sobre el que luego no avanza. Lo traiciona, como Marco cuando hace promesas a sus compañeros. Porque si bien los límites de la ficción y la verdad entran en evidente zona de cortocircuito con Enric Marco, la película obvia integrar esa dicotomía en su forma. Esa claqueta es un símbolo un tanto aislado, y a medida que avanza la película contamina las imágenes como el fantasma de un potencial no investigado. Su presencia refuerza la ausencia de una propuesta formal interesante o, al contrario, evidencia la fuga de una intención que no se atrevió a plantarse.
Lo mejor de la película es su misterioso protagonista y la gran interpretación de Eduard Fernández. Marco es un hombre hábil para el discurso, que hace suya una experiencia ajena con el fin de transmitirla más eficientemente. En un contexto histórico en el que proliferó el testimonio como forma de contar la Historia, Marco entendió que no basta con decir la verdad sino que hay que saber contarla. Y cómo el testimonio en esencia atestigua la realidad a partir de una experiencia subjetiva, explorando con libertad esa posibilidad. En uno de esos diálogos que suponen un punto de anclaje para los temas de la película, Marco da a entender que todos somos de alguna manera u otra una construcción subjetiva. Quizás por eso nunca se arrepintió de sus actos, pues interpretaba que su enorme mentira estaba dirigida a contar la verdad de una causa noble. Marco no condena al protagonista, sino que deja abiertas distintas vías para que el espectador interprete por qué hizo lo que hizo. Es una historia insólita con muchas incógnitas que la película no pretende abarcar.
El film confiesa que se tomó la libertad de fabular. Sospechamos, en escenas de cierta intimidad, que ese será el caso; como cuando el protagonista se relaciona con el público en el cine al asistir a una proyección de Ich bin Enric Marco de Lucas Vermal y Santiago Fillol, un documental sobre sí mismo. Fabular sobre una vida fabulada crea sentido, pero la distancia entre la propuesta radical de Marco y su faceta más cautelosa produce una sensación contraria: esa realidad es más potente y atrevida que su intento por convertirla en ficción. Tanto es así que, aunque se otorga la libertad de fabular, la narrativa parece al mismo tiempo forzada a seguir la historia real. Es una de las dificultades de contar una historia que ya sucedió en el mundo, pues la de Enric Marco es insólita, y Marco resulta amena para descubrirla.