¿Qué le deparará en un futuro próximo al cineasta David Cronenberg el hecho de ser el autor de Maps to the Stars? El cine de este director canadiense se ha estado rigiendo por la división de dos etapas diferenciadas. En sus inicios los tintes surrealistas venían acompañados por una linealidad en su realización y un argumento, en casos, poco convincente para el público y retorcido, pero siempre con algo que decir. En sus últimos largometrajes la elaboración de la historia y su profundidad han hecho mella en el espectador y películas como Cosmopolis (2012) crean debates y diversidad de opiniones a cada cual más dispar. Sin embargo, creo no equivocarme cuando digo que la llegada de otra etapa en el mundo de la realización para Cronenberg se acerca con Maps to the Stars. A pesar de seguir creando opiniones varias, enfoques múltiples, el mensaje es claro desde el inicio de la cinta: la obsesión por la popularidad.
De todos modos, existen puntos básicos para el embellecimiento de la película que no están satisfactoriamente logrados. Pongámonos en situación y luego despotriquemos. Agatha (Mia Wasikowska), una joven algo desequilibrada y marcada por unas cicatrices psíquicas y físicas tras un accidente pasado, será la encargada de entrelazar la intervención de todos los personajes cuando, a su llegada a Los Ángeles, provoca la inestabilidad de aquellos afines al mundo de Hollywood involucrándose en sus vidas. De esta forma, conoceremos la vida del famoso americano y de aquellos que viven el día a día rodeados de las excentricidades de este. Un punto dispar es la elección del reparto. Actores como John Cusack —terapeuta y padre de una estrella adolescente— y Robert Pattinson —chófer de estrellas— quitan seriedad a la película; sin embargo, están muy bien posicionados en sus papeles de ‘quiero y no puedo entrar en el mundo del estrellato’. Mención aparte la intervención de la actriz británica Olivia Williams —mujer en la ficción de Cusack—, la cual no consigue encajar en el elenco con una interpretación tremendamente forzada y unas lágrimas de cocodrilo que nada tienen que envidiar al malogrado sollozo de Brad Pitt en el final de Se7en.
No obstante, sin luz no hay sombra, y en la claridad vemos a un correcto Evan Bird, que por la tierna edad de la que goza encontramos claras similitudes con artistas adolescentes de poster y carpeta en la actualidad. La presión de la fama apresurada, las exigencias de los progenitores, el coqueteo con el mundo de la noche (y lo que ello conlleva) regala al joven actor, en la vida real y en la ficción, un repertorio de situaciones en las que moverse y con las que consigue convencer. Pero la guinda pelirroja del pastel es, sin duda, la recientemente oscarizada Julianne Moore, quien ganó el premio por la película que nos ocupa en el Festival de Cannes a mejor actriz. Su personaje tiene mucho de todos los personajes excéntricos y polémicos del panorama hollywoodense. Inestable, infantil, caprichosa, codiciosa son adjetivos que definen la personalidad de su papel. Como dato curioso, su personaje —Havana Segrand— ansía hacerse con el papel protagonista de un remake sobre una película que su madre interpretó para así conseguir realzar su carrera cinematográfica y aspirar a ganar el premio de los premios de interpretación, el Óscar, justamente el año en que por fin Moore se hace con la estatuilla.
En el ámbito técnico no encontramos grandes aspectos a destacar. Escenas sin musicalidad irrumpidas por diálogos concisos, escasos efectos especiales, como escasos son los recursos (momento nefasto en el que aparece una llama visiblemente digitalizada), nos quedamos con la fotografía y la ambientación, pues verdaderamente transportan al mundillo afamado que se quiere contemplar.
Maps to the Stars muestra la corrupción y la actitud maquiavélica que la fama ‘dota’ al ser humano. Cronenberg se envalentona dibujando un Hollywood sucio, frío, macabro, funesto y, a su vez, real, que nos hace pensar en si llegará a tener una repercusión mayor en la industria o quedará como una sátira de este universo artificial.