Tras visionar su última obra, Maps to the Stars, imagino al nunca complaciente David Cronenberg sentado en el sillón de su casa acariciando un gato mientras sonríe maliciosamente. Me cuesta recordar a otro director de cine vivo que sea capaz de crear atmósferas malsanas de forma tan natural como él lo hace desde los inicios de su carrera. Y no lo digo porque el director de Cine maldito me esté amenazando con un dvd arrojadizo de Videodrome (1983) —una excusa como cualquier otra para pasarse al blu-ray—, lo he vivido durante los 111 minutos que dura esta creciente sátira de Hollywood y sus intermitentes estrellas y puedo dar fe de ello.
En Maps to the Stars, término utilizado para referirse a la guía con los itinerarios y direcciones de las casas de los famosos y de las productoras, los protagonistas son los actores, esos seres fagocitados por un mundo más cercano al de una pecera, viviendo en casas de lujo similares a los escaparates de las tiendas y destinados al disfrute de turistas y prensa amarilla/rosa/generalista. Su entorno o, como dicen algunos cuando se refieren al salario de determinados futbolistas, los que hacemos que ganen una cantidad tan desproporcionada y vergonzosa de dinero, comprobamos el nivel de decadencia de sus vidas, pero casi siempre desde una perspectiva distraída y tuiteable.
El elenco está formado por actores de fama internacional, aunque casi nunca dados a los grandes éxitos de taquilla. Por un lado, tenemos a la nominada al Oscar a mejor actriz Julianne Moore y John Cusack, un hombre dado a protagonizar cine dentro del cine, y por otro lado, a los jóvenes, guapos y famosos Mia Wasikowska y Robert Pattinson, entre otros. En las manos de Cronenberg todos parecen haber nacido para su papel, aunque es una pena que ya no pueda cachondearse de las fans de Pattinson como sí lo hizo con Cosmopolis.
Hollywood es un negocio próspero lleno de negocios que parecen haber sido creados para tener éxito solamente en el microcosmos que es la meca del cine. El dinero fluye y los problemas se relativizan en función de las necesidades psicotrópicas de cada uno, encerrados en su propio mundo más o menos banal. Como con las máquinas, la obsolencia programada ha llegado al ser humano; psicólogos, psiquiatras o actores —sin importar su edad— se retroalimentan en las altas esferas de la baja estofa, y viceversa. Cúrame la cabeza, pero nunca del todo, que tienes que pagar las facturas. Cada uno se enfrenta a sus problemas como quiere, puede y sabe. Si no, que se lo digan a Uma Thurman o a Renée Zellweger.
De forma secundaria, al principio, y principal a medida que van resolviéndose misterios, comienza la verdadera historia de Maps to the Stars, una extraña chica que vuelve a la ciudad, un actor “prodigio” ex-adicto a las drogas —que acude a fiestas nocturnas con menores de edad mientras se expresan como verdaderos adultos y bromean sobre veinteañeras menopáusicas—, una actriz excéntrica, una familia excepcional. Unos ingredientes que deberían atraer a todo amante del cine y de la comedia negra.
Al final, te quedas con la sensación de que el director está hasta las narices de su gremio, cosa que yo entendería también. Muestra la sordidez e histeria de ser parte del «star-system», los tejemanejes y la decadencia de los humanos que la conforman, incluyendo a esos conocidos que jamás les criticarán de forma constructiva —de ahí la razón para existir de los críticos de cine—. Como si de la Antigua Roma se tratara, con su libertinaje y con la juventud como divino tesoro; sólo que en un periodo, el actual y desde hace varias décadas, en que los jóvenes idolatran a otros jóvenes aun cuando se ve que están más desequilibrados que muchos de nosotros. Si no, que se lo digan a Justin Bieber o a Miley Cyrus.
David Cronenberg arremete y se la mete —con gusto— a toda la industria del cine estadounidense, se burla de su maquinaria, de los actores y representantes, de los premios, y hasta tiene tiempo de ridiculizar al cine indie y sus festivales de pasada —ese destinado a la burguesía hipster y que ha parido en los últimos años cosas como Orígenes (2014) o Bestias del sur salvaje (2012)—. Claro que, no está solo en esta tarea, ya que parte del mérito es también de Bruce Wagner, guionista de la cinta, que después de este trabajo igual se tiene que dedicar a otras facetas de escritor. Nunca se sabe, todo depende de los beneficios.