Son varias las portadas míticas que han acompañado la música de Pink Floyd, pero hay una que me vino a la cabeza tras ver Manto de gemas. En el disco Wish You Were Here dos hombres vestidos con traje se dan la mano, solo que uno de ellos está envuelto en llamas. Alguien arde, pero parece no ser importante, no desencadenar ningún drama a través de la imagen, más allá del impacto visto desde fuera, ajeno a la situación. En la película hay fuego, literal y metafórico, y ambos sucumben a esa sensación de quedar extasiados ante el humo sin conocer por qué se inició el incendio.
Natalia López Gallardo debuta en la dirección con Manto de gemas, pero no son pocos los que han contado con ella anteriormente como montadora (Carlos Reygadas, Amat Escalante o Lisandro Alonso son algunos de los directores con los que ha colaborado), algo que luce de un modo impactante en cada secuencia, quizá con más fuerza que cualquier sentido que le quisiera dar a la película. La directora pone todo su empeño en crear delicias visuales constantemente, ajenas a la literalidad, para comprometerse con el miedo, la violencia o el desgaste emocional.
Son tres las historias que se cruzan en un mismo lugar, algún remoto paraje rural de México a través de tres mujeres muy distintas que comparten un momento de degradación personal cuando todo sigue funcionando a su alrededor sin importar su destino próximo. Son mujeres enfrentándose a sus miedos, con la impresión de que el miedo las va a devorar. A Natalia le interesa el clímax, y lo hace desde el concepto del verano, un ambiente laxo para una familia adinerada dentro de una gran mansión en clara decadencia por la dejadez y el paso del tiempo, y que se reencuentra con aquellos que en el pasado trabajaron para ellos, creando un vínculo de hermandad que no coincide con su estatus. De fondo, un drama intrigante que desean resolver y que acaba creando un triángulo que compite con desazón entre las tres mujeres por motivos totalmente contrarios. Contextualiza así un México que ya no soporta unas diferencias sociales antes mucho más marcadas y lo lleva al terreno más sórdido argumentando que del día a día forman parte los secuestros, las drogas, la servidumbre mal entendida como respeto, la corrupción y, como consecuencia de todo ello, la tristeza. Manto de gemas funciona como un conjunto de pasajes que van dando sentido al murmullo constante, puesto que el personaje nunca es protagonista directo de lo que ocurre, siempre hay un jaleo casi anecdótico a su alrededor que se sobre-impresiona a lo que parece verdaderamente importante. Es como si su propio argumento eludiera tanto las preguntas como las respuestas, esperando que el contexto dé la solución, por lo que el espectador puede acabar con la sensación de que si parpadea, se perderá algo vital para encontrar la clave de lo que sucede.
Sin duda es una película difícil, pero visualmente impactante. Está pendiente del objeto y no tanto del sujeto, viendo escenas en las que se dinamiza algo concreto mientras escuchamos una conversación ajena que se lleva la verdadera atención, u otras en las que la cámara se aleja completamente del escenario para que nosotros busquemos aquello que realmente debería resaltar, algo que queda minimizado entre lo abrupto del lugar, diciéndonos constantemente que estas aturdidas figuras son insignificantes y no dejarán ninguna huella imperecedera en la tierra. No funciona el film como un thriller al uso pese a que las constantes estén ahí presentes, porque es muy complicado hilar una película que se intenta construir por estímulos, pero sí rezuma una tensión y una pesadumbre que va destruyendo tanto a ricos como a pobres entre personajes erráticos que van a la deriva pese a estar luchando contra ella constantemente.
Termina Manto de gemas y, como frente a la portada de Pink Floyd, te preguntas por qué el hombre arde, pero ya da igual, sigues hechizada con esa fatídica visión. La imagen fagocitando una vez más la intriga.
