La China rural acoge el nuevo trabajo de Geng Jun tras las cámaras después de la buena recepción de Free and Easy para enhebrar en esta ocasión un relato coral que implica principalmente a tres personajes: una mujer embarazada que encontrará entre la ropa de su marido señales de un posible romance, el propio marido, que se verá obligado a encontrar un nuevo hogar para su perro ante la llegada de un nuevo miembro de la familia, y un pequeño empresario asediado por sus acreedores que terminará acogiendo al can (con funestas consecuencias).
El cineasta chino tiñe, a través de esa historia a tres bandas, un relato en el que se pueden encontrar con facilidad tanto un humor negro de lo más particular, que se fragua en ese tono seco, incluso impasible (en algún pasaje incluso “kaurismakiano”) de sus personajes, uno de sus principales rasgos, así como una realidad social que parece indivisible del cine del gigante asiático, y que no solo marca el devenir de los distintos individuos que pueblan la cinta, sino también advierten una deriva de lo más significativa que el propio cineasta se encarga de afianzar con ese último extracto de voz en off, que cierra con el acierto necesario una obra que por momentos se siente igual de pérdida que sus propios protagonistas.
Y es que si bien en esa suerte de travesía por el desierto desencadenada a raíz de distintos factores se advierte precisamente una falta de rumbo patente, una desorientación lo suficientemente elocuente como para poder abordar cuestiones que, con perspicacia, Jun no expone de un modo explícito, dejando que sea el mismo espectador el encargado de ir dando forma a ese singular viaje, evitando discursivas afiladas o sermones tan habituales cuando la palabra social hace acto de presencia, lo cierto es que en más de una ocasión Manchurian Tiger esboza una imagen ya no de indefinición, sino de caos adquirido ante la irregularidad que dispone la narración y, en especial, debido a una dispersión que incluso llega a sacudir al espectador con una sensación de desconcierto patente. Sí, quizá un desconcierto que al fin y al cabo entronca con aquello que viven o sienten sus personajes centrales, pero asimismo ofreciendo una percepción que desbarata algunas de las virtudes de la obra ofreciendo, de forma paradójica, un efecto de no lugar de lo más pertinente para con el devenir de esos pobres diablos.
Porque puede que esa China retratada por el realizador sea, a fin de cuentas, reconocible en sus tonos apagados y en esa ruralidad entendida como conato de dejadez o pobreza como síntomas de la cristalización de un sistema, pero dispone también la impresión de encontrarnos ante un infértil terreno donde, por mucho que sus personajes avancen, siguen en el mismo lugar —hecho que, repito, remata a la perfección esa voz en off conclusiva—.
Además de todo ello, y en especial, sobresale ese humor negro que sobrevuela constantemente la cinta, y del que conviene destacar, más allá de algunos acertados elementos en la planificación y puesta en escena, tanto una banda sonora que dota, así como los intérpretes, del tono adecuado a ese particular rasgo, como la articulación de algunas secuencias que, más que como tal, se podrían advertir como ‹set pieces› en las que el autor glosa un carácter fuera de toda duda.
Manchurian Tiger se podría definir pues como una propuesta que posee ciertos puntos de interés, si bien en términos generales nunca termina de encontrar un asidero desde el que sumergir al espectador en esa ardua realidad; puesto que pese a sustraerse cierta firmeza del modo de afrontar sus desvíos narrativos y hacer de ese retrato coral un mosaico que sabe sostener en cada instante una cierta extravagancia, Jen advierte formas laberínticas que bien pudieran parecer un mero capricho, pero que poseen cierta coherencia con un fondo bien implementado y consecuente con sus momentos de divagación, con el hándicap de terminar asistiendo a una obra cuya constante pérdida de rumbo refleja inmejorablemente tanto el periplo de sus protagonistas como la evocación de un espectador que en más de una ocasión no sabrá bien a qué atenerse para llegar a su final.
Larga vida a la nueva carne.