En los años ochenta el cine soviético dio un giro de 180 grados, de modo que el habitual tono de exaltación patriótica en el que predominaba un cálido entusiasmo hacia el Régimen Comunista y hacia los héroes anónimos que ayudaron a establecer y fortalecer el sistema chocó frente a una nueva visión de la constitución del Estado (influido en parte por los nuevos vientos políticos más aperturistas implantados por Mijaíl Gorbachov) que desembocaron en una serie de cintas en las que con una visión bastante crítica y realista se mostraban las miserias de un sistema que no era tan perfecto como se reflejaba en las grandes obras mudas de la época post-revolucionaria.
La cinta cuenta con la emoción y la mirada melancólica como principales señas de identidad, pero sin que ello suponga que los esquemas de la sensiblería se apoderen del ambiente de la obra. Ciertos planteamientos empleados por Yuri Kara recuerdan a los llevados a cabo por Peter Weir en su archi-conocida El club de los poetas muertos, puesto que básicamente la película versa sobre las inquietudes y problemáticas imperantes en esa complicada etapa de la vida que es el final de la adolescencia que implica la separación de los amigos, el final de los juegos y el inicio de las responsabilidades así como la importancia de la figura del profesor aperturista inquieto en abrir los ojos de sus alumnos hacia los caminos de la libertad y la elección personal para evitar de este modo que sus vidas se vean encadenadas por los rígidos designios de entes superiores destructores de libertad (el Estado en la película reseñada y la familia en la cinta de Weir).
El carpe diem está presente en ambas cintas, aunque en Mañana fue la guerra la exaltación del aprovecha el momento se edifica desde la insinuación y la visión reflexiva, sencillamente narrando las frustrantes peripecias de los chavales protagonistas, los cuales son incapaces de disfrutar plenamente de su libertad debido a los yugos auto-impuestos. El futuro invisible y amenazador destruirá las ilusiones de los jóvenes, impidiendo de este modo que éstos puedan disfrutar del esplendor de la vida que es la adolescencia.
Aunque a simple vista puedan parecer films antagónicos, también encuentro ciertos puntos de conexión entre Mañana fue la guerra y una película emblemática del cine adolescente americano de los ochenta, o lo que es lo mismo, con Cuenta conmigo de Rob Reiner. Al igual que en la cinta estadounidense la cinta narra desde la perspectiva de los recuerdos de uno de los protagonistas pretéritos (el escritor interpretado por Richard Dreyfuss que rememora sus vivencias adolescentes tras descubrir el fallecimiento de un viejo amigo de la infancia es sustituido por una voz en off que describe una vieja fotografía académica en la que contemplamos las alegres caras de unos jóvenes estudiantes del curso del 9º B de un instituto soviético en 1940). Aunque contrapuestas, las experiencias reflejadas en ambas cintas no son más que una vía para mostrar con fervor los maravillosos y robustos vínculos de amistad que se forjan en la más temprana etapa de la vida.
Uno de los puntos que hielan el alma y que convierten a la película en una auténtica obra maestra es su carácter sugerente y poético. A pesar de situar la trama en 1940 (año de clara evocación pre-bélica) en ningún momento del metraje se hace referencia explícita al fulminante advenimiento de la II Guerra Mundial. La cinta podría estar ambientada en el siglo XIX, a principios del siglo XX o igualmente en el momento presente en el cual se realizó el film (los años ochenta) y mantendría su espíritu más esencial. Esto se debe a que básicamente (como hemos comentado) la cinta es una obra que lanza una esperanzadora exaltación de las virtudes que se suponen a los jóvenes que se inician su apertura a la vida real, es decir, un canto a la libertad, la despreocupación, la alegría y la rebeldía que definen con denominación de origen a esa maravillosa y a veces manida palabra que es la juventud.
[Spoiler] La sinopsis se resume de la siguiente manera: la visión de una vieja fotografía en blanco y negro de unos jóvenes estudiantes da paso a la narración de las sucesos que éstos protagonistas fotográficos vivieron en la Unión Soviética de 1.940 poco tiempo antes del comienzo de la II Guerra Mundial. Así conoceremos a la joven y soñadora Zina, una joven romántica más preocupada por conocer el mundo del amor que el de la política, y que es a su vez la mejor amiga de la rígida y comunista Iskra, una joven dogmática poco dada al romanticismo propio de su edad influida por las férreas doctrinas de su pragmática madre. Ambas asistirán a clase de 9º B en el instituto de la ciudad, al cual arriba un nuevo director (Nikolai Romajin), un maestro con una visión aperturista y libre del mundo de la enseñanza que chocará con la habitual rigurosidad de los centros formativos soviéticos y con la visión interventora de la profesora Valendra Andonovna.
Iskra es la alumna ideal soviética: severa, disciplinada y rigurosa, no deja que los sentimientos juveniles venzan a su ideología comunista, y ni siquiera encuentra en su pretendiente un estímulo para abandonar su total casamiento con el Régimen. Sin embargo, durante una fiesta, una alumna (Vika) por la cual Iskra siente una poderosa fascinación, leerá unos versos de un poema escrito por Esenin, un poeta contrario a la ideología imperante. A pesar del inicial rechazo que Iskra siente hacia la poesía de Esenin, ésta accederá a leer el libro prestado por Vika.
Sin embargo tras la celebración de la fiesta, llegará a los oídos de la totalitaria Valendra el hecho de la lectura de los versos prohibidos de Esenin, por lo cual interrogará a Iskra para averiguar quien osó a regalar los oídos de los jóvenes comunistas con estos poemas proscritos. Iskra delatará a Vika, la cual es inicialmente perdonada debido a que es hija de uno de los más prestigiosos ingenieros del Régimen. Arrepentida por su acto de delación Iskra acudirá a casa de Vika para disculparse. De este modo conocerá al ingeniero Lyuberetski, un funcionario soviético, culto y partidario de la apertura cultural. Este posicionamiento provocará que el ingeniero sea detenido acusado de enemigo del Régimen e inducirá a que Valendra inste a la fiel Iskra a que expulse de las juventudes comunistas a la hija del traidor Vika. Sin embargo, Iskra defenderá la permanencia de su amiga en el grupo de jóvenes comunistas. Acosada por la presión ejercida por los poderes más retrógrados del instituto la joven Vika se suicidará, provocando este suceso un cambio en Iskra, la cual adoptará una visión menos pragmática de la vida.
Los últimos minutos de la película son sencillamente emocionantes y magistrales. Así tras la celebración del funeral de Vika, el viejo y aperturista director Nikolai Romajin leerá un discurso crítico con el sistema y la intransigencia mostrada por las juventudes comunistas y por su propia compañera Valendra, lo cual impulsará su degradación profesional. Tras la marcha de Nikolai, los alumnos, abanderados por Iskra se enfrentarán al viejo sistema que representa Valendra (escena que recuerda y mucho a la escena final de El club de los poetas muertos) mostrando así su apoyo a las enseñanzas de Nikolai. Pero sin duda la escena más escalofriante y la cual provoca un grito de obra maestra tras la finalización de la misma, es la secuencia que culmina el film, en la cual, después de todas las experiencias fotografiadas en el film que nos han hecho olvidar en el momento histórico en el que nos situamos, este momento estallará de bruces en la cara de los protagonistas. [/spoiler]
La cinta presenta numerosas escenas inolvidables. Ya desde la primera secuencia en la que asistiremos al choque entre la fantasiosa Zina y la aparentemente frígida Iskra, así como las secuencias de esparcimiento en el bosque de los jóvenes soviéticos, los diálogos que inspiran libertad conversados en casa del ingeniero Lyuberetski, las magníficas tomas de viejos cantares soviéticos protagonizados en las escaleras del instituto por los alumnos del centro o aquellas en la que vislumbramos el despertar amoroso de Iskra (la cual es la auténtica protagonista de esta película coral).
Fotográficamente la cinta es espectacular, predominando los planos medios y largos en los que se entremezclan escenas más teatrales filmadas en el interior del instituto con otras de marcado carácter soviético rodadas en los campos y calles que hacen las veces de escenarios naturales. Todos y cada uno de los actores están espléndidos en sus respectivos roles, si bien sobresale especialmente la guapísima (aunque por su maquillaje y personaje se intente afear su aspecto) Irina Cherichenko en el papel de Iskra.
A todo esto se une el empleo como banda sonora de las grandes piezas clásicas de Antonio Vivaldi que ayudan a embellecer el cosmos del film a la vez que a emanar una atmósfera taciturna y doliente que acabará por completar un maravilloso cuadro pintado con mano maestra por Yuri Kara. Mañana fue la guerra es una de las mejores películas del cine soviético de todos los tiempos que aún se mantiene vigente y fresca y que seguro logrará que se nos escape una tímida lágrima al finalizar el visionado de esta obra cumbre del cine.
Todo modo de amor al cine.