Vemos unos planos cortos, cerrados, de la hierba, que hacen que se conviertan en pequeños jardines, unos centímetros de césped, lentamente esos planos, igual de cerrados, se intercalan con partes del cuerpo, con arrugas y lunares que parecen galaxias, con un pene en primer plano y con fluidos que caen en la propia hierba. La escena en cuestión es una felación en un parque donde hacen ‹cruising›. La persona que la recibe muere, absorbida por algo o alguien; solo quedan unos restos, la piel; el recipiente, el interior ha sido succionado. Así empieza la primera secuencia de Mamántula de Ion de Sosa. El mediometraje de 50 minutos fue estrenado en San Sebastián, Sitges y ahora en Gijón. Cuenta la historia de Mamántula, una tarántula gigante con el aspecto de un chico atractivo al que da vida Moisés Richart. Enamora a sus víctimas que conoce en discotecas, parques de ‹cruising› o en la gasolinera donde trabaja para después, a través de una felación, absorber todo su cuerpo, solo dejando la piel. Mientras, una pareja de policías interpretadas por Lorena Iglesias y Marta Bassols investiga qué o quién provoca estos asesinatos en la ciudad, en los que en cuerpos, que parecen fundidos, encuentran cantidades gigantescas de veneno.
Bajo esta premisa, de la que no quiero desvelar mucho más, nos sitúa Ion de Sosa para presentarnos un thriller ‹queer› de ciencia ficción que no deja indiferente a nadie. Nos movemos en un universo grotesco y bello que me recuerda al de Dennis Cooper por su atmósfera, a un personaje que está entre Under the Skin o Terminator 2: El juicio final, a Gregg Araki por su humor, a Cronenberg por su acercamiento a la ciencia ficción y a La posesión por Berlín y porque son maravillosas películas. Tras todas estas referencias, de las que hay un poco de todo, pero sin parecerse a nada que haya visto antes, posee una personalidad única y muy clara. Mezcla una idea bizarra que casi se catalogaría de serie B, con una estética epatante. Enlazando esto con unas actuaciones plásticas, casi sobreactuadas, herederas de su cine pasado y con rostros extraños pero bellos. Visto a través de una fotografía que remite a Nan Goldin, con un grano dado por el celuloide, que juega con los planos muy detallados, crea texturas con pieles, lunares, naturaleza y penes. Y la elección de esos planos tan cortos justificada en la misma película, mediante el diálogo de un especialista en arañas («Si vemos una araña desde lejos nos parece insignificante, si nos acercamos un poco más pueden ser peligrosas, y si las vemos de bien cerquita son preciosas»). Estos planos se combinan con un sonido igual de atmosférico y una música lúgubre con un aura mágica.
Por último, destacaría la animación, de la que no voy a revelar nada, solo que es tan plástica y extraña, y que funciona en la línea de la película. Me gustaría comentar también la etiqueta ‹queer› que uso para describir la cinta, pues suelo tenerle cierta tirria cuando se usa esta etiqueta solo para referirse a que hay personajes LGTBI que aparecen en la misma. Personalmente, atribuyo este adjetivo a un cine que en España no se ha dado tanto, con excepciones, como el cine de Marc Ferrer o el primer Almodóvar, y siempre hay que remitir a las típicas referencias de John Waters o Gregg Araki. Pero Ion de Sosa crea un universo sucio y sexual, apartándose, pero sin alejarse de la comedia, retratando realidades a las que se les puede llamar marginales, aunque no lo son. Esta podría ser una de esas películas que hace años catalogaríamos de culto, se rescataría tiempo después y alguien diría: esto ya no se puede hacer. Ion de Sosa se ha consagrado como un director con una visión muy personal, tajante y, como las cortinas a las que pegaba Bruce Lee, invencible. Ha demostrado que se puede hacer otro tipo de fantástico en España, otro tipo de cine ‹queer› y en general otra clase de cine, mucho más libre, diferente y rompedor a lo que acostumbra el cine patrio.