El cuarto trabajo en solitario del cineasta nacido en Sarajevo pero afincado en Zagreb, Antonio Nuić, demuestra una lenta pero fascinante evolución en su mirada y el manejo de la cámara. Mali rompe con sus anteriores cintas para convertirse en su mejor filme hasta la fecha.
La primera secuencia de la obra refleja a la perfección la personalidad del personaje principal a la vez que resume todo lo que está por venir. Franki, expresidario que cumplió condena durante 4 años por tráfico de drogas, lleva a su hijo Mali al colegio seguido de cerca por un policía. Al llegar al edificio, pide una cita con la directora, con el fin de conseguir unos papeles que le den la custodia del chaval una vez que en un futuro próximo, su mujer Martina deje de agonizar en el hospital por una enfermedad que no es mencionada pero resulta terminal. El desparpajo a la hora de manejar la situación por parte de Franki cautiva a un espectador que asiste a la representación de un teatrillo por parte de un diablo encantador, que lleva desde el primer instante jugando a un doble juego.
Mali es una cinta de criminales preparando un gran golpe, enmascarando en todo momento un drama de amiguetes que se reúnen después de un tiempo. Al igual que su protagonista, Nuić juega con el espectador. Prescinde casi por completo de la tensión del golpe y parece centrarse en la extraña relación que surge entre el padre y el hijo junto a un fin de semana placentero por parte de los sujetos anteriormente mencionados y tres viejos amigos del primero.
Sin embargo, hay una atmósfera malsana que rodea a Franki y que nos pone en alerta en todo momento. Aparentemente es un hombre que tras su salida en prisión y encargarse, provisionalmente, del cuidado de su hijo —al menos hasta la futura muerte de su esposa, ya que sus suegros quieren tener la custodia de Mali—, consiguiendo una evolución impresionante en el pequeño: sus notas han mejorado notablemente, es campeón de ajedrez y en todo momento ejerce en él una figura paterna ejemplar. Pero por otro lado, Franki sigue siendo el de antes, sólo que más listo y con la protección de un abogado corrupto y un policía criminal que, paradójicamente, resulta ser el tipo que le detuvo.
La historia sigue a padre e hijo durante un fin de semana que se irán con los viejos amigos de Franki a una casa de campo. Ahí se dedican a emborracharse, cantar viejas canciones, fumar marihuana, hablar con la gente y meterse mil rayas, como si fuera una canción de Extremoduro. Los amiguetes resultan unos entrañables perdedores sometidos por un entorno laboral asfixiante y un presente monótono. Franki los maneja a su antojo desde el primer momento, resultando una amistad malsana, donde el diablillo encantador hace con ellos lo que quiere y cuando quiere, preparando su gran golpe sin que se intuyan los movimientos, como una partida de ajedrez donde sólo él mueve las piezas.
Sí, hay una extraña sensación a lo largo del metraje que pone al espectador en alerta, por mucho que deliveradamente Nuić parezca capturar el ambiente de la película con la misma frialdad que el plan de nuestro protagonista, y no es sino hasta el final cuando encajan todas las piezas del rompecabezas. Huye de la tensión del golpe, regodeándose en capturar las relaciones entre personajes. Llegados a este punto, merece la pena detenerse en esos amiguetes, que uno entiende que no saben la mitad de lo que sucede, mientras el resto prefieren mirar para otro lado. Como se dejan llevar por el amigo… no es tanto que se dejen engañar, hay también cierto miedo. Pero no pueden huir, acaban siendo como esos animales asustadizos que, en medio de la carretera al ver un coche, se quedan quietos, paralizados, sin decidirse a actuar.
Mali es la obra final de un conjunto de cortometrajes creados por Nuić hace varios años, destacando su fragmento para la película episódica Sex pice i krvoprolice (2004). Estamos ante una obra que funciona mediante diferentes miradas, relaciones de personajes y el paso del tiempo, así como la extraña pero fascinante enseñanza maquiavélica entre el padre y el hijo, adornada de la falsa ética del esfuerzo y el sacrificio, y la de una trama criminal que apenas se ve venir.
Todo resulta una partida de ajedrez. Todos los movimientos están previstos. El espectador intuye que las cartas están marcadas, pero se deja guiar por Nuić, tan diablillo encantador como su personaje principal.