En la innumerable lista en la que se categoriza el cine llegamos a la diferenciación entre el cine de entretenimiento y aquel que trasciende barreras, el cual va más allá de la mera trama y se nutre de otros elementos cinematográficos para crear una cinta. El cine de Leos Carax huye de la distracción y se centra en profundizar en los personajes, la imagen, los diálogos y, sobre todo, los silencios. Uno tiene que saber dónde se ha metido cuando se enfrenta a Carax. Casi 30 años desde su estreno, con una imagen restaurada, llega a nuestros cines Mala sangre, una de las mejores películas hasta la fecha dirigida por el cineasta. Leos Carax, tras realizar Chico conoce chica, su ópera prima, sin llegar a la treintena, rodó Mala sangre nutriéndose de las interpretaciones del que llegaría a convertirse en su alter ego Denis Lavant (Los amantes del Pont Neuf y Holy Motors) y de Juliette Binoche, como sendos protagonistas.
Sería absurdo escribir una introducción hablando sobre el argumento de la cinta, pues para Carax esto es totalmente secundario en la película que nos ocupa. No es tanto el qué se cuenta si no cómo hacerlo, y aquí es donde existe la dualidad entre disfrutar o no del filme. Cuando un director desde el inicio sabe lo que quiere conseguir y transmitir no existe jerarquía, estamos hablando de un buen trabajo. Reflexiona sobre el espacio en una angustiosa y oscura ciudad de París, ahonda en las relaciones entre los personajes, llegando a sorprender sus actitudes imprevisibles, y tiene múltiples escenas que bien podrían tildarse de clásicas. La película cuenta con tantos rasgos destacables que sería imposible hacerle justicia. Se unen géneros del cine negro, el thriller, ciencia-ficción, romance y drama a partes iguales creando un filme personal y poético.
Lavant realizará el papel del joven Alex, un chico que perdió a su padre, con el que no tenía mucho trato. Sin embargo, su vida volverá a ponerle frente a su progenitor cuando Marc (Michel Piccoli), colega de negocios del difunto, contacta con él para que robe el único antídoto que curará a la raza humana del letal virus STBO, el cual ataca a todos aquellos que mantengan relaciones sexuales, e incluso caricias, sin sentir una pizca de amor por el otro. A simple vista parece una premisa descabellada e insulsa si no fuese por el estallido que tuvo el SIDA en los años 80. Sin embargo, como ya contaba antes, el argumento no es lo primordial, pues mientras tanto el joven conocerá a Anna (Juliette Binoche), la mujer de Marc, y aquí es dónde la película coge las mancuernas y proyecta fuerza hacia el espectador, pues la relación de amor que sentirá Alex y la de ternura, unida al respeto, ejercida por Anna será el aliciente y el subidón necesario tras unos primeros minutos de metraje en el que todo parece difuso y sin sentido. Consiguen despertar a uno y engancharlo hasta el final. Todo ello sucede paso a paso y de manera fragmentada, incluso la música tiene un papel estelar en la historia, pues la manera de expresar el amor imposible, repentino y alocado que siente Alex por Anna a ritmo de Modern Love de David Bowie es sublime; como también lo es el Dance of the Knights del Romeo y Julieta de Prokofiev, que despertará al protagonista y le devolverá a la realidad huyendo de los sueños. A su vez, Mala sangre es un paseo por el cine que le dio de mamar a Leos Carax. Cabe destacar el momento en que Anna se encuentra frente al televisor y sucede un fragmento de La petite Lise de Grémillon, o como atrapa la imagen de una joven y preciosa Juliette Binoche encuadrada en la pantalla como si de Jean Seberg en Al final de la escapada de Godard se tratase.
Y es que el cineasta se sustenta, además, en el cine mudo. Esos silencios de los que anteriormente hablaba y daba como ejemplo, le convierten en un experto de la materia tras destacar la potencia del cine mudo y del sonoro de igual modo, convirtiendo escenas en las que las palabras sobran pero el silencio habla a gritos. Binoche será la protagonista de estos actos, pues con un guión que apenas gozará de 15 minutos en toda la cinta, le hace partícipe del despunte de su carrera con únicamente sus gestos y presencia.
Mala sangre tiene de todo y, de este modo, podemos permitirnos el lujo de escoger aquello que más llame nuestra atención, porque así es el cine de Leos Carax, un trabajo único retroalimentado de la exclusividad de aquellos maestros que, como desafortunadamente dicen algunos críticos, llegaron a la esencia del séptimo arte.