Debut en el largometraje de la prometedora realizadora de etnia mapuche Claudia Huaiquimilla, Mala junta supone la demostración de la envidiable forma en la que se encuentra el diverso y rico cine chileno. Si bien la comunidad mapuche ha estado relegada históricamente al destierro cultural ejercido por la clase dominante de origen europeo tanto en Chile como en Argentina, en los últimos años parece que ha despertado un más que interesante movimiento reivindicativo en el medio cinematográfico en torno a este castigado pueblo brotando de este modo una especie de altavoz con el objetivo de llamar la atención acerca de las motivaciones y de los tormentos sufridos por los miembros de este perseguido colectivo. Ambiciones centradas en la lucha por conservar una identidad que ha pretendido ser usurpada por multitud de actores. No son pocos los asentamientos mapuches que han batallado contra multinacionales y fuerzas de orden público con el propósito de no dar su brazo a torcer resistiendo las acometidas de un enemigo poderoso que intenta ganar terreno a la naturaleza. Obras como la también chilena Rey o el documental argentino La voz mapuche y el chileno Newen Mapuche, la fuerza de la gente de la tierra son recientes muestras de ello.
Un punto muy llamativo del film resulta el hecho de ser una especie de continuación del corto realizado por Huaiquimilla en 2012 San Juan, la noche más larga protagonizado por un niño mapuche llamado Cheo (Eliseo Fernández) que parecía no sentir ningún tipo de apego a sus raíces debido fundamentalmente a la presencia de su violento progenitor. Pasados cuatro años desde la realización de esta obra, Claudia Huaiquimilla retomará a este personaje (interpretado por el mismo actor) ya crecido y convertido en un introvertido adolescente objeto de las burlas y crueldad de sus compañeros suscitadas por el sangrante racismo que explota en las aulas de la escuela. Si bien la directora arrancará el viaje desde la distancia. Otorgando el protagonismo del film a un muchacho merodeador de la delincuencia juvenil llamado Tano. Un aprendiz de nada que ha sido abandonado por una madre habitante de un mundo alucinógeno e irresponsable. Otro adolescente rebelde y contestatario que será apresado por la policía siendo abandonado por sus compañeros de fechorías tras la comisión del asalto a un establecimiento. Ello acarreará su envío a un correccional de menores del que se librará por mediación de una trabajadora social que decidirá asignar la custodia del recluso a su padre Javier, un hombre despegado y poco dado a las exhibiciones de cariño con su hijo que aparecerá como un completo desconocido ante el escaso contacto afectivo existente entre el uno y el otro, suceso que será recriminado por el chico a su apático padre.
Tano acompañará a su familiar a la región montañosa en la que Javier ha montado un taller en compañía de un socio, residiendo en el hogar que su padre comparte con los moradores mapuches, entre ellos una amiga con la que su ascendiente ha establecido una relación amorosa y el hijo de ésta, el anteriormente mencionado Cheo. En un primer instante Tano se mostrará reticente a adaptarse al nuevo entorno rural y salvaje donde han ido a parar sus huesos, evidenciando un temperamento conflictivo, irrespetuoso y resentido hacia su padre y nueva familia. Un odio del que será víctima Cheo, pues Tano guardará un interesado silencio ante la violencia sufrida por éste en el colegio a manos de los pijos colegas de maldades del recién llegado. Éste observará con gusto como los jóvenes se burlan, escupen y apalean a su retraído y apocado vecino como una forma de vengarse de su padre vertiendo toda esa desilusión en la figura más frágil, incendiando con sus comentarios y menosprecios el calvario padecido por Cheo.
Sin embargo la soledad que amarga el corazón del joven urbanita terminará haciendo buenas migas con la grafía pasiva y enrevesada del chaval mapuche. Ambos compartirán su dolor y angustia. Su vacío existencial. Sus penalidades y desengaños. Su carencia de perspectivas futuras y de verdaderos amigos. Se harán por tanto compañeros inseparables. Encontrarán en la sombra del otro ese alma gemela capaz de comprender ese hastío y aflicción que azota su inexistente calma espiritual.
Y será en ese preciso momento de encuentro de dos emotividades divergentes cuando la cinta girará bruscamente su guión. Se convertirá por tanto en otra película dentro de la misma obra. El inicial relato de alumbramiento adolescente en medio de un rincón hostil adecuado para desencadenar esos conflictos retratados en la típica historia que narra el trayecto emprendido desde el universo infantil hacia la madurez será reemplazado súbitamente por otra trama quizás más complicada que denota las pretensiones de quien está detrás de la cámara. La mirada de Tano dejará de ser feroz. Ha sido domada. Gracias al ejemplo del pueblo mapuche. Un pueblo represaliado por la policía. Al que no se le permite gritar sus consignas políticas en público. Obligado a discutir las mismas en reuniones celebradas en lugares fuera del alcance de los gobernantes. Asimismo Tano admirará a Cheo. No solo por compartir unas improvisadas cachimbas. Ni por revolverse ante los golpes cruzados por los antiguos colegas de su insólito cómplice. Sino por alzar su voz y puño en contra de las injusticias que golpean a los más débiles. Por su valiente reacción tras el asesinato a manos de la policía del socio del padre de Tano y jefe dogmático mapuche. Por la defensa de su raza contra viento y marea sin agachar la cabeza ante el sonido de las balas. Por mostrarse firme delante de los voceros y voceras de su comunidad que llaman a la sedición en contra del orden establecido, incendiando el ambiente con proclamas que entonan un conflicto centenario que busca defender la tierra de los desahucios auspiciados por quienes manejan los hilos de la economía apoyados por la presencia policial como sombra que ejerce una acción represora.
En este sentido la cinta desbrozará su línea tomando una bifurcación inherente al cine de compromiso político. Los problemas que atañen a Tano ya no importarán tanto al espectador. Éstos se han transformado en disputas lidiadas en otra dimensión. La furia juvenil tornará en coraje mapuche. La marginalidad asociada a la delincuencia labrada por pillos con cara de niño será sustituida por la tremenda situación de discriminación a la que deberán hacer frente los protagonistas. Sin duda un paralelismo desarrollado con mucho arrojo por Claudia Huaiquimilla. Un riesgo que quizás hace naufragar la narración en un mar de confusión. Se crea cierta sensación de que nos hallamos ante una de esas películas que van de más a menos. En mi opinión la cinta será víctima en su último segmento de sus inquietudes, retratando de forma un poco apresurada un combate social que merecía mayor pausa y reflexión.
La veracidad que desprenden las imágenes captadas por la directora en el primer vector del film son impactantes. Escenas de gran naturalismo y piedad. Exquisitas en su trazo. Realistas, cercanas y también duras. De magnética belleza pictórica aprovechando el brillo que cala los bosques y parajes agrestes que sirven de escenario a la epopeya. Sin embargo este contorno se irá tiznando con pinturas de guerra igualmente poderosas, pero cuya caligrafía no me seduce tanto. Me interesa y agrada pero no me conquista. Quizás debido a mi desconocimiento actual (mea culpa) de la problemática que aqueja al fascinante pueblo mapuche. Quizás porque la directora protege demasiado a sus héroes, despojándolos de esas imperfecciones y virtudes que humanizan a los afectados. No ahonda en su talante introspectivo pero sí en su esfera exterior. Sabemos su ropaje ideológico pero desconocemos su atuendo íntimo. Todo sigue una línea muy acelerada. En mi opinión esto resta veracidad e impone cierto artificio a la resolución final.
Sin embargo la película aprueba con nota gracias a un excelente traje formal que saca a la luz el talento y virtuosismo del que hace gala Claudia Huaiquimilla a la hora de componer sus encuadres. Desde el punto de vista conceptual Mala junta forma parte de ese grupo de películas de cine social iberoamericano que tan buenos resultados ha cosechado en los últimos ejercicios (El club, Leonera o Siembra son posibles ejemplos), manifestando ese estilo seco, incómodo y agitador de conciencias que parece clasificar a una directora a la que habrá que seguir sus pasos futuros.
Todo modo de amor al cine.