El éxito desmesurado de Your name, que abrumó incluso a su autor, ha supuesto un impulso muy importante para consagrar a un director que lleva durante un tiempo sonando como una de las voces más distintivas del anime actual. Muchos le reconocen ya como el sucesor de Miyazaki, una comparación que a él mismo le suena exagerada y fuera de lugar. Por supuesto, me estoy refiriendo a Makoto Shinkai, que con tan solo 44 años ha dejado ya una extensa galería de trabajos caracterizados por un preciosismo inapelable en lo visual, un romanticismo empedernido en su trasfondo, y una coherencia interna de la que pocos pueden presumir. Shinkai se ha convertido en una de las voces más enérgicas y distintivas en el panorama de la animación, con un estilo que tras su apariencia estereotipada y adornada esconde una concepción realmente única del medio, utilizando y potenciando sus recursos de una forma muy característica para trasladar una visión romántica de la sociedad y las relaciones humanas, con temas constantes sobre el distanciamiento, personajes torturados por unos sentimientos que les hacen sufrir y les impiden seguir adelante, y una cierta melancolía inherente a ello.
Tras iniciar su carrera en cortometrajes que ya mostraban con toda claridad los rasgos más llamativos de su estilo, dio finalmente el salto al largometraje con El lugar que nos prometimos, estrenada en 2004 tan sólo dos años después de Voces de una estrella distante, con la que comparte no pocos detalles. Su historia principal es sencilla: una misteriosa torre se alza en Hokkaido y dos niños están resueltos a construir un avión para llegar hasta ella. Tras conocer a una chica que se une a su propósito, surge en ellos la promesa de visitar algún día esa torre. Sin embargo, un día la niña desaparece y los dos amigos con el paso del tiempo distancian sus trayectorias, quedando su promesa en papel mojado.
La nostalgia de la infancia, la incapacidad de pasar página del pasado, el amor y la amistad separados por barreras infranqueables, todos éstos temas que la historia plantea a través de unos personajes que en sí resultan más bien esquemáticos y poco elaborados. Pero lo que hace especial al cine de Shinkai no es la profundidad psicológica de sus personajes. Lo que le interesa a él es hablar de los sentimientos, y esto en esta película es una constante. Lo que conocemos de Hiroki, Takuya y Sayuri está por completo subordinado a la exaltación pura. Sabemos poco de su contexto y su trayectoria vital se nos cuenta fragmentada. Poco importa esto, en realidad: conocemos lo suficiente para que las emociones lleguen y evoquen, y esto es lo que le importa a su director. Igual que en el resto de sus obras, no se echa de menos en ningún momento un retrato más elaborado, porque es capaz de suplir sin problemas esto con una evocación muy efectiva por otras vías.
El lugar que nos prometimos es una cinta a todas luces extraña, en su estructura y decisiones narrativas. De fondo se está gestando una guerra y los avances tecnológicos redefinen el concepto que tenemos del universo, pero de frente tenemos una narración que se fragua con calma, de largos monólogos interiores y silencios elocuentes, y que nos habla de los remordimientos por haber dejado de lado una promesa y de los lazos que se resisten a caer. Si los personajes en ella son herramientas subordinadas a la exaltación, el contexto en el que se mueven está reducido a una expresión mínima, casi anecdótica. Y al contrario que en aquel caso, en éste sí supone un problema. La película nos recuerda constantemente que está encuadrada en un mundo complejo y fascinante, que de explorarse daría para otra historia. Una tan, o tal vez más interesante que la que se nos cuenta, y que nos es negada. Las decisiones de su autor son desde luego coherentes con su intención principal, pero dada la magnitud de aquello que sugiere, también resultan contraproducentes. Éste pudo haber sido un filme muy logrado de ciencia ficción, pero este aspecto aparece completamente desaprovechado y reducido a la nada a pesar de su más que notable planteamiento conceptual. Esta sensación acompaña durante toda la segunda mitad de su metraje, y hace que en muchos momentos se llegue a echar de menos una exploración por esa vía, impidiendo de paso una inmersión completa en lo que realmente nos quiere contar.
Consideraciones aparte acerca de sus dudosas decisiones a nivel argumental, lo que fascina de esta película es sin duda su recreación visual, sello inequívoco de Shinkai y llevado aquí, como de costumbre, a un nivel de preciosismo fotorrealista y atención al detalle impresionantes, con una gran exuberancia de colores y efectos de luz para describir escenarios llenos de matices. El carácter de poema romántico exaltado queda representado a la perfección con éstos, que por sí solos conducen gran parte de la historia. Es tal la importancia que les da el autor que abundan los planos generales, mostrando a los personajes como partes diminutas en un escenario inmenso, que les rodea y domina por completo. Y gran parte de la evocación emocional de la cinta se canaliza a través de lo puramente visual, utilizando los colores y la iluminación para trasladar y envolver al espectador en un estado de ánimo, de una forma de hecho más eficaz que la que logran los diálogos e interacciones. Una experiencia estética cautivadora que, si bien no diría que está entre lo mejor de su director, sigue siendo más que suficiente para jugar en una liga completamente diferente al resto, y que además se adereza de una banda sonora que, en este caso sí, se encuentra entre sus más logradas.
Con todo, tal vez lo más meritorio de El lugar que nos prometimos es que se trata de una primera incursión en el formato de largometraje, y por ello todos sus logros, que no son pocos, resultan aún más reseñables. Tiene un sello de autor innegable y a pesar de su falta de experiencia se mueve con un desparpajo increíble por esta manera de concebir la animación, única y distintiva. Pero lo cierto es que esta falta de bagaje sí se nota. Si bien no en la ambición de la obra, sí en sus defectos, y en concreto, tiene un gran peso en su forma de estructurar lo que narra. La historia se cuenta con un estilo excesivamente fragmentado, acentuando demasiado las pausas a través de fundidos en negro, y separando en exceso sus distintas partes de forma que la sensación de continuo queda muy dañada. Esto tal vez funciona mejor en un cortometraje, pero en una narración de la extensión de ésta es un recurso que se hace pesado, que enlentece artificialmente la trama y que en cierto modo contribuye a disociar de las emociones que pretende crear. En posteriores obras narra de forma más fluida y compensada; aquí todavía se hace notar demasiado esta carencia.
En cualquier caso, si bien tanto éste como la introducción errática de su contexto de ciencia ficción son defectos que impiden la inmersión completa en la experiencia y que empequeñecen de manera inevitable la obra ante las cotas que alcanzará su autor posteriormente, no deberían suponer un obstáculo para considerar los méritos de una cinta que merece ser rescatada, reivindicada y disfrutada. El lugar que nos prometimos puede verse como una cinta menor, pero no hay duda de que hay mucho potencial en ella y una coherencia discursiva que ha hecho de Makoto Shinkai uno de los autores más destacados y reconocibles de la animación moderna.