Majid Majidi es uno de los más exitosos y sólidos cineastas iraníes surgidos del boom que protagonizó el cine iraní en los años 90 siguiendo la estela que una década antes habían abierto directores como Abbas Kiarostami, Sohrab Shahid Saless, Dariush Mehrjui o Mohsen Makhmalbaf. Y ello lo consiguió a través de un cine austero basado en historias mínimas y muy humanas que expiraba todos los olores y sabores del neorrealismo italiano, en especial gracias a la apuesta de otorgar el protagonismo de sus películas mayoritariamente a niños que debían superar pequeñas desgracias y obstáculos para sobrevivir en un mundo no apto para la inocencia y la bondad. Un mundo siempre hostil e inhóspito para unos protagonistas que sin embargo sabían sobreponerse a sus desdichas luchando por su supervivencia de un modo algo más optimista que lo expuesto por los clásicos del cine neorrealista italiano.
En este sentido, los cuatro largometrajes filmados por este veterano y estupendo realizador iraní en su década de mayor aplauso critico y esplendor popular, los 90 (me refiero al cuarteto Los niños del paraíso, El color del paraíso, Baduk y El padre), fueron trenzados desde una óptica infantil para derretir unas fábulas morales que ponían de manifiesto los dilemas humanos a los que nos enfrentamos vertiendo de este modo el cine de denuncia social que no abusaba para nada de la pornografía (a pesar de que en algunos casos la fragilidad infantil se agravaba con la presencia de discapacidades como la ceguera, a la que Majidi ha acudido en más de una ocasión) sino que prefería explotar una óptica vitalista no exenta de un cierto humor escapista que le sentaba especialmente bien a las historias narradas por el maestro persa.
Es por ello que la cinta elegida para homenajear al director de la semana pueda parecer extraña. Puesto que Las cenizas de la luz parece una huida hacia adelante de un Majidi que parecía cansado de exprimir la misma fórmula que le había conducido al éxito alzándose como una vuelta de tuerca a su cine desde diferentes perspectivas.
En primer lugar porque se trata de una película narrada desde una mirada adulta, optando por la casi total (no total por la mera presencia de la hija del protagonista que apenas aparece unos instantes para hacer acto de presencia) ausencia de niños en su reparto. Este hecho confiere al film un sustrato mucho más amargo y derrotista que el resto de la filmografía de su autor, careciendo de todo atisbo de dulzura e inocencia inherente al universo infantil.
En segundo por la total falta de humor en todo el metraje, una de las señas de identidad del cine de Majidi, algo que agria el vestido del film hacia los parajes tocados por los maestros del persa, siendo ésta una cinta más enraizada con el núcleo duro del neorrealismo de Rossellini.
Finalmente nos encontramos con un drama muy oscuro y pesimista que no deja hueco para la esperanza (huyendo por tanto de otro de los ingredientes comunes del cine de Majidi), perfilando a un personaje del que nos apiadamos en un primer instante debido a su discapacidad y su lucha por tratar de sobrellevar este hecho con la mayor dignidad posible para posteriormente convertirlo en una especie de monstruo que ha perdido su alma y generosidad para abrazar un egoísmo extremo y asfixiante justo en el momento en el que su desgracia parece haber sido vencida.
Así, la cinta narra la historia de Youssef, un profesor de universidad ciego cuya discapacidad, producida cuando sólo contaba con 8 años por el golpeo en sus ojos de la pólvora de unos fuegos artificiales durante un festejo, no le ha impedido formar una bonita familia junto a su sumisa esposa y una pequeña hija deseosa de jugar con su padre a las orillas del riachuelo que riega las lindes de su pequeño paraíso en el campo a las afueras de la gran ciudad. Sin embargo, Youssef reza todos los días pidiendo que un milagro le permita volver a recuperar su vista. Y este hecho será convertido en realidad de casualidad, cuando el maestro es trasladado a Francia con el objeto de extirpar un tumor en su ojo que parece maligno y que le ha provocado varios desmayos. Pero lo se asemejaba a un cáncer, será finalmente un tumor benigno que permitirá a los galenos franceses descubrir que la ceguera de Youssef es reversible pudiéndose curar con un trasplante de córnea.
Y las plegarias del educador serán escuchadas volviendo a recuperar su ansiada visión y regresando ya vidente a su país. Pero ese nuevo mundo que se abre alrededor de nuestro protagonista será un mundo de sombras, de desencanto al observar su rostro avejentado y golpeado por la fatalidad. Igualmente al descubrir que su mujer no es tan bella como la hija de un familiar más joven y de la quedará prendado al llegar al aeropuerto creyendo que era su esposa. También al observar que todos sus conocimientos y lecturas en braille no sirven para nada en un mundo no apto para los ciegos, viéndose incapaz de volver a aprender a leer a sus 45 años, de tener que enfrentarse a una clase con rostros desconocidos a los que únicamente reconoce por su voz, de un mundo del que se ha perdido el disfrute de todos los avances y cambios acontecidos al estar encerrado en su pequeño hogar aislado del bullicio de la ciudad.
Porque el olor de la ciudad corrompe a Youssef convirtiéndole en un hombre arisco, esquivo y huraño. Alguien que reniega de su familia pues le gustaría formar otra distinta. Un hombre codicioso, tosco y asqueado por no haber vivido una vida que según él debería haber disfrutado. Alguien que rechaza lo que es, ambicionando dar un giro de 180 grados a su existencia, pero no atreviéndose a cambiarla optando por destruir todo lo que había alcanzado para emprender una huida hacia el vacío y el infierno que se le ha presentado de improviso. Ello le conducirá al exterminio de su vida marital, a la agravación de la enfermedad de su madre y al abandono de su trabajo y también de sus amigos y familiares. Pero de nuevo un brusco bandazo del destino retornará a Youssef al camino de la verdad, puesto que a veces la oscuridad es más beneficiosa que esa luz que nos venden como el camino que debemos seguir.
Las cenizas de la luz es una película muy incómoda y desoladora. Quizás la película más desgarradora de la carrera de Majid Majidi, algo que sorprende puesto que el primer tramo del film contiene esa sensibilidad y humanidad que asola en sus emocionantes guiones, pero que terminará siendo devorada por un personaje que pasará de héroe a villano en tan solo un instante sin que hayamos sido avisados de antemano.
Puesto que la superación del infortunio al que se enfrenta el protagonista de la historia será su martirio. De esta manera, Majidi lanza una moraleja bastante letal que refleja que es mejor aceptar lo que uno es y no pretender ser otra persona diferente para vivir en paz y armonía, puesto que la conversión en aquello que no somos puede acarrearnos vivir en las tinieblas más profundas que desuellan el alma humana.
A pesar del sorprendente giro insertado en la trama que nos llevará desde el drama social hasta el thriller psicológico, Majidi no renunciará a la construcción de algunas secuencias muy poéticas y desgarradoras, como la del reflejo en el ventanal del hospital del rostro del maestro recién recuperada su vista en la que se siente el miedo y la incredulidad de ese paciente que observa su tez por primera vez, o la excelente secuencia del aeropuerto que nos hace sentir el miedo del recién llegado y sus ansías por reconocer a los miembros más cercanos de su familia solo con la mirada, algo que será imposible y que le originará ciertos disgustos futuros que observaremos a lo largo del metraje del film.
Siendo una película no apta para todos los públicos debido a su engranaje pesimista y muy desolador, éste es un film más que notable y espléndido que da fe de la calidad y buen hacer detrás de la cámara de un maestro que quiso ofrecer un cambio de perspectiva con el fin de evitar ser encasillado en ese cine de niños neorrealista marca de la casa. Una muestra que personifica el talento de un cineasta que arriesgó como nunca para construir una metáfora desgarradora y nihilista que a pesar de ello deja un sabor de boca más que bueno. Puesto que Las cenizas de la luz se eleva como el film más sorprendente y doloroso de uno de esos cineastas que marcó una época en los 90 y al que se le ha perdido la pista en los últimos años. Esperemos que el estreno de su nueva cinta sirva para recuperar a los nuevos amantes del cine uno de esos nombres que nunca está de más recordar.
Todo modo de amor al cine.