Maite Alberdi lleva años centrada en grupúsculos radiantes de personalidad apartados de la sociedad que todos conocemos, convivientes y supervivientes, todos con una historia que merece ser escuchada al ritmo que ellos decidan utilizar. Ahora nos divierte y emociona a partes iguales El agente topo, su último documental con el que coquetea con la ficción dentro de un asilo de ancianos, pero no es el primero que visita para narrar a partir de la voz de la experiencia.
Allá por 2016, año del estreno de Los niños y tras el éxito de Las once, Alberdi acometió un proyecto de diez días junto a Giedre Zickytè, uno de esos en los que hay algo de dinero y total libertad creativa, y no decidió desandar lo que había avanzado en sus investigaciones, en su cercanía por los olvidados, así que las dos directoras se encerraron en un centro de mayores y buscaron a la persona ideal para abordar un “más difícil todavía”: hablar del olvido a través del recuerdo.
Yo no soy de aquí es un trabajo de cámara fija y abandonada en un rincón, como un observatorio de pájaros en el que alguien se esconde para contemplar el avance mismo de la naturaleza. En este caso es Josebe quien nos llama la atención, a quien seguimos a cada instante para descubrir mucho de alguien que no recuerda gran cosa.
Con un foco en una enfermedad tan cruel como el Alzheimer y otro en una potente personalidad que no consigue anular lo que hace a Josebe única, descubrimos a una anciana con la mente en la juventud que vivió en Rentería y el cuerpo en un hogar de ancianos de Chile, donde lleva más de 60 años viviendo, con el sentimiento ahora de estar de paso.
La cámara escondida a los ojos de Josebe es un modo de no irrumpir en sus propios razonamientos, en su firmeza a la hora de hablar del pasado con todo lujo de detalles, mientras el ahora es un mero trámite de pura supervivencia. Alberdi (junto a Zickytè) consigue a través de su fluida forma de enlazar imágenes devolvernos a la mujer de carácter que fue en su juventud, pero también los miedos momentáneos que el cerebro genera al no retener la información, a una persona que cada mañana redescubre quién es hoy, sin borrar del todo quién fue ayer.
Esta desubicación nos ofrece un relato amable, sin ceñirse a la tristeza de la realidad, dando una forma dilatada al tiempo, ya no solo para quien no recuerda, también para aquellos que a su alrededor se amoldan al desgaste que vive Josebe. Nos quieren hablar, a partir de una única persona, de lo complejo que es ser el defensor a ultranza de un pedazo de tierra que queda muy lejano, cuando uno ni siquiera sabe reconocer el lugar en el que vive. Rentería es donde habita el cerebro de esta mujer, que nos seduce en sus silencios y sus salidas de tono, reflejando otra perspectiva desde la que afrontar el olvido, ese corto instante en el que, ajenos al ahora, se consigue vivir en el lugar más feliz de toda una vida. Para Josebe su infancia, sus padres, su novio, sus hijos, su tierra. Para los de su alrededor, asentir para que se sienta un poco menos perdida. Para la memoria, la fidelidad del ayer. Para Yo no soy de aquí, la contemplación pura.