«¡Gloria a Ucrania!
¡Gloria a los héroes!»
Sergei Loznitsa es un cineasta que se ha movido por buena parte de los países que formaron la URSS, desde su Bielorrusia natal a Ucrania, pasando por Rusia. Con el problema ucraniano todavía coleando y con un punto de vista Occidental que se mueve por la contaminación ideológica preestablecida sobre el conflicto, no vendría mal intentar comprender que el cineasta, que apoya la revolución sin tapujos, es alguien que se ha destacado por su humanismo en sus cintas, revisionando la tan siempre glorificada resistencia soviética ante el invasor alemán en la II GM, por ejemplo, de la misma manera que sería imposible comprender su cine sin una cierta idea de identidad que aún comparten algunos países de la antigua URSS, sobre todo cultural.
Para una mirada simple desde España (manifestaste = nazis / revolucionarios = santos) esto puede llegar a generar una contradicción, pero créanme, el problema es más nuestro que del bueno de Sergei.
Maidan es una mirada mucho más irónica y crítica de la revolución ucraniana de lo que parece a simple vista. Aunque sin duda y como decía, su cineasta se posiciona a favor de ella, de hecho que el punto que adquiere la cámara no engaña en ningún momento. La cámara estática captura a la marea humana de manifestantes entrando y saliendo de plano en largas tomas que sirven para tomar la temperatura de los sucesos, siempre desde el bando de los manifestantes. La idea le gustaría a los hermanos Lumiere y sus vistas de los primeros años del cinematógrafo. Y esta simpleza funciona a las mil maravillas.
El documental se articula en dos partes bien diferenciadas, rota tras la primera hora donde el caos y la violencia represora de las autoridades hacen acto de presencia (un servidor ya se está posicionando sobre el conflicto, tomen nota). Si en la primera entendemos la organización y la ilusión de los manifestantes, la segunda es un crescendo de fuego y sangre que termina con el duelo por los caídos.
Hay un detalle que me llama poderosamente la atención. Sergei parece jugar a ser esa mosca en la pared que todo lo ve de manera imparcial, que no juzga, tan sólo coloca una cámara y deja que sea la multitud quien hable y los acontecimientos se vayan desarrollando. Creo que esto sólo es un punto de partida que decide no cumplir, no sé si como premisa o decidido sobre la marcha.
Porque lo cierto es que sí, su cineasta está con la revolución a tope y tal, pero por la cámara desfila un patrioterismo que me resulta demasiado chovinista (pero puede ser cosa mía y mis “ideales” previos) e incluso casposo, a parte de un poder eclesiástico ortodoxo del que directamente me dan ganas de salir corriendo. Los detractores señalan este aspecto como punta de lanza para machacar el documental y de paso recordarnos que muchos de esos manifestantes eran de un partido de dudosa calidad democrática. No lo tengo tan claro, creo que el propio cineasta es consciente de ello. De hecho creo que es revelador uno de los villancicos que se cantan donde aparecen niños en Maidan. Hay uno de esos pequeños, de apenas 4 años de edad, que no entiende (no puede) que sucede a su alrededor, pero el «speaker» lo jadea y la multitud aplaude entusiasmada. Y me parece vislumbrar el gesto torcido del propio director en ese momento.
Hay otro detalle que muchos han pasado por alto, y es la utilización del sonido, en especial la voz de ese mismo «speaker» al que rara vez vemos o los himnos que suenan. Escuchamos a ese hombre mientras los planos nos muestra a la multitud. ¿Es el alma y la voz de todos los presentes? Creo que hay más ironía de lo que parece, sobre todo cuando en un momento determinado hace un discurso acerca de la “pequeña banda de matones” que tiene “secuestrado” a las ciudades del este ucraniano (que apoyaban al antiguo “dirigente” ucraniano y por el cual se manifestaban la gente reunida en Maidan).
Lo cierto es que pronto se descubrió que de pocos nada, que era la mayoría y que ahora mismo están en guerra (y por tanto, guerra civil). Teniendo en cuenta que la fase de montaje del documental se realiza cuando Crimea es recuperada (o anexionada por la fuerza, elijan) y la tensión en el este ucraniano se dispara, no puedo llegar a otra conclusión que este monólogo del «speaker» está metido con toda la intención del mundo.
Lo de los himnos puede ir por otro camino. Iniciamos el documental con el himno nacional ucraniano, al que volveremos en otras ocasiones (mismo plano, hombres y mujeres diferentes, misma multitud). Pero no es el único himno que escuchamos. Desde la Marsellesa al Chao, vella chao versión ucraniana o la popular en nuestro país durante la guerra civil himno anarquista (la varsovella). El remix de canciones nos da, sin que sus protagonistas sean conscientes, una idea de lo disperso de los manifestantes, que ocupan una gran gama de ideologías.
Todo esto y recordando la condición de humanista del cineasta, me hace llegar a la conclusión que no es un documental de un único color (o desde una posición establecida, la mirada resulta mucho más sustanciosa). También se ve, porque la cámara quieta e inamovible captura, como un manifestante tira una piedra y le da a otro compañero situado más adelante, o como algo impacta contra un policía que se encuentra en un tejado (¿un disparo?), y un sinfin de situaciones que la vista de Sergei capta y, por tanto, nosotros también.
Rectifico. La cámara se mueve en dos momentos, cada uno de ellos por situaciones diferentes. Tras hora y media de documental, la cámara debe “huir” por los gases lacrimógenos que lanza la policía. Su cineasta rompe las reglas prefijadas por causa mayor (aunque luego lo añade al montaje. Y eso es intencionado, que nadie se engañe). La segunda es definitoria, por si quedaban dudas del posicionamiento del documental o del humanismo del director.
La policía comienza a disparar a los manifestantes con munición real, y estos van muriendo ante nuestros ojos. La cámara, en una posición elevada (de las pocas veces que la vamos encontrar huyendo de un plano frontal), se mueve. Y se mueve porque consciente de su situación privilegiada, quiere capturar para la posterioridad ese momento, donde en un intento por acabar con la revolución (o golpe de estado, sigan eligiendo punto de vista partiendo cada uno de sus fobias) sale a relucir el lado atroz de la represión. Sergei es ante todo uno más de ellos y ante la injusticia final (arrebatar una vida), se mueve, y con él, la cámara, que cobra conciencia.
El final es un interrogante. Acaba Maidan y su revolución, comienza la guerra en el este, la perdida por parte de Ucrania de Crimea y el conflicto pasa también a ser una partida de ajedrez de las cancillerías de los buenos europeos occidentales que todo lo hacen por amor a la democracia y la libertad (voy a vomitar, ahora vuelvo) y del gran patriota de la Rusia libre que no se deja arrodillar por yankis, nuestro amado líder Putin (sigo vomitando).
Brillante y lúcido (auto)retrato de Maidan.
Cada uno saldrá confirmando sus ideas previas. La mía ha quedado clara.