La vida de Jesucristo es uno de los temas que más películas ha generado en el cine desde la etapa silente hasta la actualidad. Son varias las producciones realizadas al respecto y algunas se mantienen vigentes porque son reiteradamente exhibidas cada año, en época de Semana Santa, especialmente por canales de televisión.
La historia de Cristo es conocida por todo el mundo y por eso, para el cine, constituye un argumento previsible, lo que ha hecho que existan iniciativas fílmicas que destacaron otros aspectos para llamar la atención del público. De este modo, se crearon superproducciones de gran atractivo visual y películas que se basaron en guiones que reinterpretaron a los Evangelios para encontrar enfoques de interés adicional. Esto pasó, por ejemplo, con La Última Tentación de Cristo, de Martin Scorsese, en donde se toma como referencia a un Jesús más humano y en capacidad de vivir en pareja con una mujer; y La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, que coloca al sufrimiento del Mesías en niveles límites.
Pero, cuando se creía que estaban agotados los entornos novedosos de esta temática, aparece un joven director europeo, Andy Guérif, para impulsar un proyecto experimental, que intenta dar vida a una famosa pintura medieval de una manera distinta a la que uno pueda imaginarse antes de verlo.
Recordemos que la relación de la pintura con el cine existe también desde la creación de este último arte, en donde se empleó mucho la estética plástica para representar diversas escenas fílmicas. Posteriormente, se observó, en la gran pantalla, varias producciones sustentadas en conceptos o tendencias pictóricas, especialmente reflejadas en decorados y vestuarios; y, además, hubo cintas que contaron la vida y el estilo de pintores famosos e influyentes.
Al ser artes de carácter visual, la pintura y la fotografía ha logrado compenetrarse y mantener una cierta concordancia estética, que parecía haber encontrado su momento culminante con la creación de Loving Vincent, la primera cinta animada hecha sólo con pinturas al óleo, pero no fue así.
Si bien, se podría decir que el cine asumió todas las opciones que le ofreció la pintura, faltaba explorar lo contrario, es decir, que la pintura asuma al cine en su capacidad expresiva. Guérif decidió meterse en este complicado objetivo y, para ello, sabía que no podía tomar cualquier obra plástica sino una que le ofrezca la posibilidad de contar una historia, de introducir escenas y de estructurar un hilo argumental. Fue así que eligió al famoso cuadro gótico de Duccio di Buoningsegna, conocido como La Maestá, un gran retablo del siglo XIV ubicado en la Catedral de Siena y que tiene representaciones en sus dos lados. El director europeo, seleccionó la parte posterior, la que representa a la Pasión de Cristo y que está dividida en 26 composiciones gráficas que, de abajo hacia arriba, describen la secuencia de la historia de Cristo sucedida desde su entrada a Jerusalén, la última cena, la oración en el huerto Getsemaní, la traición de Judas, su captura, el juzgamiento por Poncio Pilatos, la crucifixión, la sepultura, la resurrección y el camino de Emaús.
Maesta, La passion du Christ es de los más curiosos filmes experimentales de toda la historia del cine. Su característica principal es colocar en toda su hora de duración, y en una sola toma fija, la gráfica de la pintura completa de Duccio, pero dándole movimiento y sonido a cada una de sus partes de acuerdo al orden cronológico establecido por el propio pintor italiano.
En este sentido, la película se concibe bajo el criterio de interpretar cada una de las 26 escenas originales y darles vida, por unos minutos, asumiendo hechos que constan en los Evangelios y otros que son deducidos de manera anecdótica. El filme es una pintura viviente de principio a fin, explotando al máximo la técnica conocida como tableaux vivants (representación humana de una obra pictórica), método que lo utilizaron parcialmente algunos directores cinematográficos, como Luis Buñuel en Viridiana con el famoso cuadro de Leonardo da Vinci de La Última Cena.
Todo el desarrollo expresivo que el Séptimo Arte ha demostrado desde su creación, queda totalmente distorsionado en espacio y tiempo con este filme que, conscientemente, fue construido con limitaciones de recursos, de espacios y de tiempo para no alterar los parámetros de forma y fondo que imponen las artes plásticas. Pese a ser muy restringida en cuanto a su perspectiva, la película encuentra su identidad en el respeto a los códigos pictóricos.
Maesta, La passion du Christ aspira a ser una obra de arte completa, y por ello incorpora también aspectos propios del teatro, que se los observa en su puesta en escena, en la actuación individual y grupal, y en la manera de narrar los 26 actos, cada uno independiente del otro, pero relacionados entre sí para generar un ritmo sujeto a una especie de mecanicismo secuencial que, si bien se basa en una historia muy conocida, posee elementos que lo sustentan en su compás como el uso de llamativos contrastes en colores en los decorados y vestimentas, al tiempo de incorporar un penetrante sonido que fluye libremente en un amplio espacio.
Los austeros diálogos presentes son complementados con una serie de murmullos inentendibles que envuelven al filme con una estética sonora rara, que se altera a sí misma con la inclusión de elementos de ruptura acústica, como cuando irrumpen de manera potente los gritos de dolor de Jesucristo y de los dos ladrones cuando son clavados en las cruces.
Esta vez, el cine no ofrecerá una secuencia de imágenes con puntos focales para que la mirada del espectador se mantenga casi fija en un gran rectángulo, sino que colocará sólo una imagen en la cual los ojos del público deberán moverse por varios puntos de la misma para seguir la continuidad de una historia. Habrá sólo un elemento para que inquiete la apreciación del espectador, que es la permanencia constante de una escena en uno de los cuadrantes con la construcción del sepulcro de Cristo.
Si bien hablamos de una película plana, se podría decir que contiene la capacidad subjetiva de reflejar aspectos tridimensionales, porque ofrece al espectador la oportunidad de introducirse dentro de un cuadro clásico y asumir imaginariamente los hechos que inspiraron crearlo. Por su concepto, Maesta, La passion du Christ parece no ser un producto para salas comerciales de cine, sino más bien para festivales de cine de arte o de ensayo, aunque también encajaría perfecto en un museo, como una obra de arte plástica más pero con vida propia.
La pasión está también en el cine.