Siempre hubo polémica entre cinéfilos y/o creyentes en la veracidad de los Before… (franja del día) de Richard Linklater y su amor basado en la chispa del encuentro casual y su pesado recuerdo. Horas y más horas de discusión que nunca llegarán a nada, pues para los soñadores del amor será una idealización palpable, que algún día llegara, y para aquellos que lo racionalizan, una idealización imposible, algo que nunca traspasará la cámara cinematográfica o el papel de algún libro. Simplemente, no pasará.
Madrid, above the Moon vive totalmente de ese inesperado toque al corazón. Comienza como un plagio, pero va más allá, cuando pasa a la reflexión, y la distancia es más larga todavía, cuando se dirige a ese plano oblicuo que convierte la ficción en un impostaje caprichoso.
Porque Miguel Santesmases se implica por completo en esto del Low Cost castizo que fluye en los últimos tiempos en el panorama cinéfilo, y lo hace, además de con pequeños recursos y mucha colaboración haciendo una película consciente de sí misma, es decir, una película que no reniega de su artificio aunque todo fluya de un modo muy natural.
Si el amor de encontronazo es uno de los pilares, Madrid se convierte en el envoltorio perfecto, sus inmensos parques que contienen los restos de la historia de su nacimiento y de todos aquellos que quisieron que fuese de su propiedad. También está la casa, la del mismo director, el templo que avala la figura del protagonista, aunque sea todo una cuestión de fachada.
Arranca el film con un joven fotografiando turistas junto a las esculturas de Cervantes y sus personajes, y de modo casual conoce a Susan, alguien de paso por Madrid con quien fundar un nuevo comienzo. El inicio, la chispa, la novedad. A todo el mundo le suena esto, extraños en un tren que congenian y, pasado el día, no están preparados para separarse. Si hasta aquí has odiado a esos jóvenes con una relación perfecta, de repente llega la realidad para poner en su sitio al film. Siempre hay una obra de arte que se hace partícipe de la conversación, ya sea un cuadro, una fotografía, una piedra tallada o la inmensidad de Madrid. Y la conversación se va degradando con el tiempo, de la espectacularidad de un primer encuentro a la desnudez de se quita todas las corazas misteriosas.
La verdad impuesta. Porque en el cine todo es posible, y en los amores de un día, en ocasiones puede hasta resultar real, si alguno de los dos se cree las mentiras que cuentan de sí mismos. Un poco de fe para tanto amor de desayuno. Llega el momento de lo que titularé «El efecto Rocío León». Es ya impactante lo de esta joven actriz, que siempre que me la encuentro en una película aporta ese guiño metacinéfilo que hace despertar al espectador del cuento de hadas en el que se ha introducido voluntariamente. Siempre espero que, en algún momento, me mire directamente y me avise que es cierto, que «ya ha estado en otras como esa». Hay que aplaudir que cuenten con ella, perteneciendo a ese nuevo grupo de actores que están preparados para ser parte de la película, más allá de la interpretación, como parece ha sido la intención de Santesmases, dejar que ellos hablen a partir de su idea personal y aporten un poco de veracidad.
Madrid, above the Moon es ese flirteo que te transporta a los límites de lo racional, que convierte una charla casual en una intención, y una mentira en una válvula de escape, que para desencuentros ya está el día a día. Sincera y dinámica, Santesmases hace suya la libertad interpersonal y encima te da pie a comparar con lo conocido y experimentar con la fabulación. Además tiene tiempo de recomendar a Cassavettes y su Una mujer bajo la influencia, en inglés, entre dos madrileños. Y repito, por si acaso: sale Rocío León.
La cámara de fotos se nos queda pequeña para retratar todo lo que esconde esa persona que aparenta ser interesante. Pero si no estás en una película, es mejor quedarse con la foto si no tienes la seguridad de encontrar algo detrás de la imagen. O no, puedes parar a una chica guapa en medio de la calle, decirle que lo haces porque te pareció muy bonita y que podría darte su número de teléfono para quedar, para después darte cuenta que tu discurso pierde fuerza y pedirle volver a empezar la conversación. Llevarte un teléfono y llamar y ver que es falso, o no hacerlo y dejarla esperando por siempre.
Total, nadie va a guionizar tus actos, a saber qué ocurre, es cuestión de suerte.