Madre Juana de los Ángeles, rodada en 1961, está inspirada en un conocido caso de posesiones demoníacas que tuvo lugar en la localidad francesa de Loudun en 1631, que afectó a un numeroso grupo de monjas ursulinas. El director se basó en una novela del escritor polaco Jaroslaw Iwaszkiewicz, en la que también se inspiró posteriormente Los Demonios, dirigida por el siempre excesivo Ken Russell. A simple vista, debido a su ritmo pausado y su “dreyeriana” puesta en escena, el film polaco da la impresión de encontrarse en el polo opuesto de El Exorcista (la obra más representativa del cine de posesiones que William Friedkin rodaría años después), pero el tema central de ambas obras es muy similar.
Un convento de monjas es el escenario de una serie de acontecimientos escandalosos. Todas las hermanas, con la madre Juana de los Ángeles a la cabeza, parecen estar poseídas por el diablo. El anterior encargado del caso, el Padre Garniec, fue condenado a morir en la hoguera acusado de brujería y de incitar a las monjas al pecado. El Padre Jozef es el quinto religioso que acude al convento con la intención de exorcizarlas. Las monjas aseguran estar poseídas por varios demonios y en ocasiones son presas de una especie de histeria colectiva, provocando en las monjas una gran sensación de libertad y lujuria, que está en contraposición con lo que dicta la estricta religión católica. El Padre Jozef no tardará en percatarse de que la salvación de las monjas dependerá de las medidas que tome para solucionar el asunto. Tras varias sesiones de autoflagelación, desesperado, decide entrevistarse con un rabino que sugiere que los demonios son manifestaciones de la naturaleza humana. El resto de la película se centra en los intentos del Padre Jozef de redimir a la Madre Juana a través del amor. El sacerdote se encuentra en el limbo cada vez que intima con la madre superiora, lo que le provoca un enorme deseo de poseer su cuerpo y alma.
La Madre Juana es una mujer misteriosa y extremadamente bella (aspecto que sorprende siendo una madre superiora), capaz de moverse sin problemas entre una absoluta devoción religiosa y el deseo más material en su búsqueda de la santa pureza, pero como no puede lograrla abre su corazón y su alma a los supuestos demonios.
Durante los primeros minutos del film se incide en el miedo, el sometimiento y el respeto (no exentos de cierto sarcasmo) con que los aldeanos percibían la manifestación de la religiosidad y las posesiones diabólicas en el siglo XVII. El director polaco mantiene un perfecto equilibrio entre la religiosidad y la muestra de los placeres pecaminosos para esa institución tan cerrada. El relato se mueve en dos escenarios, el convento y la posada, donde la lucha entre la pureza y la lujuria atemoriza a sus habitantes. En la institución religiosa se cuentan básicamente los intentos del cura por liberar de los supuestos demonios a la Madre Juana, y en la taberna se centra en la caída a la vida lujuriosa y mundana de una de las monjas (la única del convento que no se encuentra poseída), que cede ante las constantes insinuaciones de un caballero con el que tiene repetidos encuentros amorosos en el lugar.
El filme se sumerge profundamente en las complejidades de la psique humana y de la existencia en torno a cuestiones filosóficas y religiosas, con un más que evidente grado de escepticismo religioso (Kawalerowicz era un ateo declarado y no lo disimula en ningún momento) en un acertado estudio de la superstición y la pérdida de la percepción de la realidad inherente a la religiosidad del momento. También destaca una bella historia de amor no correspondido (por culpa de los prejuicios de su credo) entre dos seres religiosos, en la que entra en conflicto la dualidad del ser humano: la lucha entre el bien contra el mal, la santidad contra el pecado, y la lujuria contra el espíritu.
Jerzy Kawalerowicz (conocido también por Tren de Noche, influenciada de manera notoria por el cine del maestro Alfred Hitchcock, y Faraón, más próxima a los cánones de las superproducciones de Hollywood) destaca por ser un excelente observador de la realidad y un retratista de personajes auténticos a través de imágenes visuales muy poderosas. Madre Juana de los Ángeles formalmente muestra una sugerente mezcla entre La Pasión de Juana de Arco de Dreyer, y Andrei Rublev de Tarkovski, con un buen uso de los primeros planos y los movimientos de cámara, y una estupenda fotografía en un blanco y negro sublime, donde destaca un uso frecuente del recurso de la cámara subjetiva, colocándola a la altura de los ojos de los personajes.
Las actuaciones tienen el halo de trascendencia que tanto caracteriza al cine de la Europa del este, con unos personajes que se enfrentan directamente a la cámara, logrando una intimidad expresionista con el espectador. La narración se centra en un puñado de personajes, facilitando profundizar mucho más en ellos. Dentro de este reducido grupo de personajes llama nuestra atención la pareja protagonista y la monja que no está poseída, los tres interpretados de manera estupenda. Las tres actrices principales son muy bellas, aunque choca considerablemente el prominente bigote que luce la mesonera; queda la duda de si estaba escrito en el guión o es cosecha propia de la actriz polaca.
Madre Juana de los Ángeles tiene varias escenas que permanecen en la memoria del espectador. La secuencia más cercana al cine de posesiones convencional es la del exorcismo, aunque su tratamiento es mucho más bello y está dotada de una profundidad espiritual poco común en el género. Comienza con las monjas entrando en estado de trance, como si estuviesen flotando en el aire, y termina uniendo las imágenes de un vuelo de aves con el baile delirante de las monjas agitando sus hábitos blancos, que contrastan con el acentuado tono gris del escenario. Hay otra escena de vital importancia, la del encuentro del Padre Jozef con el rabino, que le confirma que no hay solución a las principales cuestiones morales y existenciales del ser humano. El director polaco acierta utilizando al mismo actor para los dos personajes; una situación desconcertante inicialmente pero que consigue hacer notar los temores del Padre Jozef en boca del religioso de un modo muy sugerente.
En definitiva, una propuesta muy atractiva que mezcla elementos del cine fantástico con el cine trascendente tan común en el norte y el este del viejo continente en la década de los sesenta, con predominio casi absoluto del segundo. La cinta, para variar, fue íntegramente prohibida por la inquisitiva censura española a pesar de ser premiada en el Festival Cannes.