En un golpe de naturalidad y sencillez cinematográfica, la rumana Madre e hijo (Pozitio copilului), dirigida por Calin Peter Netzer, rehuye todo artificio innecesario. El objetivo nos sitúa en la trama, como un personaje más que acompaña a modo de testigo mudo a los protagonistas en los actos que los definen. El guión de Radvan Radulesco, no busca sorpresas ni giros extraordinarios, ganchos tan habituales en estos tiempos en los que una buena idea acaba por transformarse, al final del metraje, en un sinsentido de explosiones. Madre e hijo construye una historia paso a paso, en la que el silencio es tan elocuente como lo que se dice.
El contexto en que se desarrolla este drama materno-filial, es la sociedad rumana post-comunista en la que las desigualdades sociales, la corrupción y el tráfico de influencias que de ellas derivan, son un mal sistémico. La excusa para mostralo, un accidente de tráfico con trágicas consecuencias.
Del argumento, destacar el incisivo retrato antropológico de la madre rumana, que responde al reverso negativo y crudo de ese estereotipo o cliché tantas veces filmado en clave de comedia, de la «mamma» italiana. Pero aquí no se retrata de un modo amable, sino todo lo contrario, se muestra el lado arácnidamente manipulador de lo que se podría denominar “la madre patológica”. Cornelia, personaje encarnado por la actriz Luminita Gheorghiu de una forma sobria y sublime, representa esa “tipología de madre” erróneamente sacralizada en muchas sociedades, que sólo entiende su vida a través del control de su prolongación genética. Esta prolongación, el hijo (personaje interpretado por Bogdan Dumitrache), jamás podrá ser independiente pues en la mente materna son uno. El hijo, es una ensoñación de la madre que no se corresponde con la realidad, y en esta disociación se genera un ser amorfo, sin identidad ni rumbo, incapaz de afrontar una vida para la que no ha sido “imaginado”.
Como decía anteriormente, son muchas las películas que retratan a la madre posesiva y sus efectos colaterales, pero el filme de Mankiewizc De repente, el último verano, basado en la novela homónima del dramaturgo Tennesee Williams, lo hace también desde esa visión patológica y enfermiza. Aunque Netzer le resta todo el dramatismo poético del que el tándem Williams-Mankiewizc impregnan a sus personajes. Netzer, describe siguiendo otro esquema narrativo, donde la trama resulta casi inexistente y sin ese ansia por la búsqueda de una resolución. La cámara de Andrei Butica, abre y cierra abruptamente su objetivo en un momento puntual, buscando esa sensación de realidad acotada, en un modo de grabar claramente influenciado por la impronta que movimientos como la Nouvelle Vague o el Dogma han dejado en el lenguaje cinematográfico. Más allá de las experimentaciones más extremas de estas dos corrientes, esta sintaxis es indisociable de determinadas propuestas argumentales, favoreciendo la exposición visual de las mismas. Este trabajo es una de esas propuestas en la que el encaje forma y contenido resulta perfecto. El naturalismo en la iluminación y la diégesis sonora acentúan el sentimiento de realidad cotidiana y nos acercan a una intimidad que por momentos sentimos perturbar. Una mirada de vouyeur avergonzada que, no obstante su vergüenza, observa, siente y piensa a los personajes hasta convertirlos en seres humanos tan “reales” como nuestro vecino.
Nos encontramos ante una experiencia cinematográfica en toda su esencia; gran narrativa visual y grandes interpretaciones. Lo demás es artificio.
Excelente crítica, muchas gracias!!!