Los primeros días de esta edición del Festival de San Sebastián están ofreciendo una serie de títulos de desigual calidad en los que llama la atención la abundancia de tramas centradas en las relaciones familiares, especialmente entre padres e hijos. A una Sección Oficial más bien decepcionante hasta la fecha hay que sumarle lo visto en secciones como Perlas, que ofrece el estreno nacional de una selección de títulos que ya han triunfado en otros festivales del mundo.
Aquí es donde se ha podido contemplar el tercer largometraje del rumano Calin Peter Netzer, que se alzó con el Oso de Oro en la última edición del Festival de Berlín. Child’s Pose ofrece un retrato descarnado de la sociedad rumana a partir de la relación entre un hijo y una posesiva madre de clase alta que intenta evitar por todos los medios, incluyendo multitud de trucos y sobornos, que acabe con sus huesos en la cárcel tras matar accidentalmente a un niño en un atropello cometido en extrañas circunstancias.
Netzer aprovecha inteligentemente el gran número de posibilidades que ofrece este punto de partida: tras un arranque bastante dubitativo, que sirve sin embargo para presentar el fuerte contraste entre una Rumanía formada por una élite de nuevos ricos con grandes influencias y otra que sobrevive a duras penas, la introducción del conflicto despliega una dura disección de una sociedad podrida, en la que imperan las dobles morales y el dinero es capaz de cambiarlo todo. Esto va unido a la constante evasión de responsabilidades personales en la que ha sido educado el protagonista y las peligrosas consecuencias que acarrea en el entorno: aquí se habla del tejido social e institucional rumano, pero su cruda realidad, tan actual, no resulta lejana en exceso para espectadores ajenos a él.
Llama la atención que toda una escuela de cineastas rumanos, que en su mayoría han llegado a nuestros ojos tras el tremendo éxito de Cristian Mungiu con 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007), insista en proyectar esta mirada hacia las autoridades y estratos sociales de su país. A ella, Netzer suma una gran sensibilidad para tratar la relación entre una madre que se niega a toda costa a perder a su hijo ya treintañero y éste, que ha crecido bajo una excesiva protección que le ha convertido en un ser cobarde que evade toda responsabilidad y compromiso, a la vez que se niega a seguir bajo el asfixiante manto materno. En palabras del propio director, en los países del antiguo bloque de la Europa del Este las circunstancias sociopolíticas han derivado en un sentido de posesión materno hacia los hijos mucho más desarrollado que en la Europa Occidental. Aquí llama la atención la ausencia casi total de la figura masculina del padre.
Tras casi dos horas con la cámara pegada a las idas y venidas de los personajes y sus múltiples fisuras —en especial de la madre encarnada por una espléndida Luminita Gheorghiu, cuyo punto de vista gobierna el metraje—, una magnífica catarsis final, que bordea el melodrama sensiblero sin llegar a rozarlo, expulsa todo lo que llevan dentro y confronta directamente a ambas partes con las consecuencias de la sociedad en la que han sido educadas y asimiladas. Sorteando los ligeros fallos de ritmo que la alejan en cierto modo de obras coetáneas, Child’s Pose supone un certero estudio de una sociedad que se aproxima al abismo a la par que parece renunciar a sus opciones de evolución y empeñarse en considerar intactos lazos que se han desatado irremisiblemente.