En no pocas ocasiones, notables piezas de cine documental pasan inadvertidas debido a al criterio de selección de un espectador que prioriza un filme sobre otro tomando como base la afinidad que presente sobre el tema a tratar en las cinta.
Después del visionado de Mademoiselle C, encuentro ese método de selección aún más nefasto si cabe; y es que el retrato que el director primerizo Fabien Constant realiza, no sólo de su protagonista, la icónica Carine Roitfeld, sino también del estrambótico —por adjetivarlo sólo con un calificativo— mundo de la moda, ha conseguido mantener enganchado y generar un especial interés en un neófito —aunque algo leído— de la materia como el que suscribe.
Puede que el principal motivo que convierte a Mademoiselle C en una obra tan disfrutable sea el magnetismo que desprende la figura de Roitfeld. La que fuera editora jefa de la prestigiosa publicación «Vogue Francia» se convierte en la conductora perfecta de un filme que, huyendo del biopic, y pese a hacer referencia directa a ella en su título, sacrifica un necesario repaso a la vida de la estilista —vagamente apuntada— en pos de radiografiar el medio en el que se desenvuelve. De este modo, y gracias a una cicerone perfecta, Fabien Constant capitanea un entretenidísimo viaje en primera clase en el que la excentricidad y el ego suponen la cara más visible y evidente de un mundo en el que la profesionalidad y la inquietud artística, aunque ensombrecidas por el exceso, están a la orden del día.
Como cinéfilo con cierta tendencia a la mitomanía y amante de la parafernalia hollywoodiense, el ambiente explorado por el documental, y el tono y forma que emplea para ello, se me antoja la otra gran plusvalía de la cinta. El glamour de pasarelas, photocalls y sesiones de fotos, el derroche, el lujo y la idolatría profesada hacia rostros y nombres propios del medio, se convierten ya no en un universo paralelo equivalente al del celuloide, sino en una suerte de extensión de él en la que pesos pesados de los dos ámbitos comparten escena dando lugar a situaciones que podrían catalogarse como la quintaesencia de lo «cool», muy acorde a la realización del filme, repleta de luz, color y secuencias de montaje videocliperas al ritmo del típico grupo dance de moda.
Aunque todo parezca indicar que Mademoiselle C propone una superficial apología del lujoso estilo de vida de sus protagonistas, el largo consigue profundizar hasta cierto punto en el significado y las consecuencias que tiene el intentar prosperar en el mundo de la moda aún cuando ya se es una figura consagrada. Si bien es cierto que en numerosas ocasiones se presencian muestras de una grandilocuencia y pomposidad detestables, la cinta consigue emplearlas como un alivio cómico para quitar densidad al tema principal del filme, en el que Carine Roitfeld trata de crecer aún más como profesional y afianzar su posición como artista defendiendo su creatividad y luchando por sacara delante nuevos proyectos. Por desgracia, y pese a mostrar una evidente solidez en su relato, la opera prima Constant no encuentra su verdadera identidad, y no acaba de decantarse entre qué historia quiere contar; si la de la artista alabada por medio mundo en su afán por reinventarse, o la de un microcosmos dentro de la sociedad en el que lo que verdaderamente importa es la altura de tus tacones, y lo amplio de tu sonrisa frente a las cámaras.
A pesar de la falta de personalidad que demuestra, Mademoiselle C destaca tanto por lo ameno de su propuesta, como por el buen hacer a la hora de presentarla en pantalla. Y en caso de que el tema no convenza, este documental es una excusa perfecta para poder ver sentados en una misma mesa a James Franco, Beyoncé, Marina Abramovic, Tom Ford, Rooney Mara y Karl Lagerfeld —entre otros— mientras Harvey Weinstein, Kirsten Dunst y Marion Cotillard pululan por una fiesta en la que acaba de cantar Sky Ferreira y en la que está a punto de desfilar Karolina Kurkova. Ahí es nada.