Serge Bozon recurre a la obra de Robert Louis Stevenson para reinventarla a su manera y volarnos la cabeza. Compuesta de tres capítulos que en sus títulos refieren a personajes diferentes de la película, Madame Hyde nos presenta a una Isabelle Huppert (esta mujer que unas veces consigue caer tan mal y otras, en cambio, tan extremadamente bien) que se mete en el papel de la típica profesora de física a la que tanto alumnos como profesores putean hasta el delirio. Todo comienza entonces al estilo, ya irónico por su abuso cutre y pobre, de aquellas películas de clase de suburbio en las que un profesor es asfixiado por la crueldad sádica y perversa de sus alumnos. Pero aquí Bozon no dejará que Huppert domestique a los chavales desde el “buenrollismo”. Muy al contrario, el director de Tip Top deja que sea el azar (un rayo que atraviesa a la protagonista mientras realiza un experimento) el que provoque el cambio que llevará a la profesora a una rápida evolución a través de la cuál conseguirá atraer la atención de sus alumnos sin buscarlo. El azul que domina cada plano dejará entonces paso a un rojo que se hará cada vez más presente en una pantalla que evoca a Mondrian de manera evidente.
Entre medias de todo esto, Bozon nos presenta a Malik, chaval en el que se apoya el realizador para desplegar un arsenal de ocurrencias locas y turbias que se volverán el elemento central de la película. Y es que la historia en Madame Hyde no importa tanto como el esteticismo del autor y el tono de absurdo que se desprende de la obra. Son idas de olla como la secuencia musical o los paseos de la Madame Hyde ígnea que “patetiza” de manera genial al diablo de la Post Tenebras Lux de Reygadas, las piezas que harán de Madame Hyde un trabajo abierto y relajado. Pura burla e ironía, estas que nos presenta Bozon con su Madame Hyde, que reflejan un modo de trabajar basado en el “hacer por el hacer”. Porque Bozon no parece buscar con todo esto nada más allá del propio placer y divertimento que supone la creación, y es en esas situaciones en las que las cosas salen bien. No hay más que ver a Isabelle Huppert con su cara de repollo gracioso que no se entera de nada, y a la que solo la lleva el genialísimo Hong Sang Soo, para intuir que detrás de ella hay una complicidad enorme entre el que moldea y aquella que se deja dar forma.
Madame Hyde es nervio, es garra y es chiste. Una obra en la que cada plano, construido con la precisión del que tiene escuela y con la intuición inocente del artista con talento, huele a tiza azul y provoca el escalofrío del fin del verano y el inicio de las clases. Madame Hyde es la obra de un genio y de un esteta que debe ser defendido hasta que uno se agote.