La ambición se define como el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. Semejante símbolo cubre toda la personalidad del personaje de Macbeth, creado por William Shakespeare a principios del siglo XVII a través de la libre interpretación de un personaje histórico que fuera rey de Escocia, perdurando en la memoria histórica y siendo un clásico entre clasicazos. Como si de una serie de volúmenes se tratase, el dramaturgo quiso dotar, a las que se convirtieron en sus obras más célebres, de alegorías tan intrínsecas a sus personajes y temáticas, representando Hamlet la duda, Otelo los celos, Yago la hipocresía o Romeo y Julieta el amor. Y es que muchas han sido las interpretaciones que se les han dado a los escritos de Shakespeare, no obstante sin huir nunca del signo que les representa, conservando la esencia del personaje. Adaptaciones cinematográficas de la mano de Orson Welles o Roman Polaski con sus visiones más o menos acertadas de Macbeth, es de considerar la alabanza al trabajo realizado en 1957 por Akira Kurosawa con la adecuación del personaje ambicioso en Trono de sangre.
El australiano Justin Kurzel se introduce en el olimpo del cine con semejante relato, después de contar con pocos trabajos a sus espaldas y ofreciendo su visión a través de trabajos con tramas dramáticas sobre asuntos aislados y puntuales, como en el caso de Snowtown. De repente, aparece su nombre en un trabajo tan grande y es complicado hacerse una idea de lo que nos puede ofrecer. La responsabilidad es abismal. Si a ello se le añade el marrón que supone enfrentarse a una obra del maestro de la literatura universal, las expectativas difieren entre un espectador y otro. De primera mano, el reparto elegido es titánico, con Michael Fassbender en el papel protagonista, el cual está soberbio y dotado de la gracia de serle asignado un trabajo tan portentoso, y Marion Cotillard interpretando a una humanizada Lady Macbeth. Como contrapunto encontramos el texto asignado, diálogos elegidos al mínimo detalle con una métrica inglesa calcada en su mayor medida a la obra shakesperiana, que provoca en el espectador una especie de colapso lingüístico debido a su lenguaje esbelto y remilgado. Sin embargo, aquí es donde recae la esencia de la obra, consiguiendo una adaptación conseguida que debe ser disfrutada en versión original.
La historia, conocida por muchos, trata sobre la codicia y el anhelo de desear lo que no se tiene. Pero, ¿y si creemos en el destino? ¿Y si conociésemos ese paradero futuro? Macbeth y Banquo, generales del ejército de Duncan, rey de Escocia, se encuentran con tres brujas después de librar una batalla, las cuales les informarán del destino de cada uno. En el caso de Macbeth, barón de Glamis, conseguirá convertirse en barón de Cawdor y posteriormente en rey. Sin descendencia que continúe su dinastía, el reinado recaerá en los hijos de Banquo. Incrédulos antes semejantes premisas, continuarán con sus cometidos bélicos hasta que la primera premonición se hace verídica junto al crecimiento del ansía por parte de Macbeth.
Sabemos cómo termina la historia, nos lo están contando al inicio; no obstante, es lo de menos. Lo que en Macbeth se intenta plasmar es la inmoralidad del alma humana, y de ello ya se encarga el personaje de Lady Macbeth. La diferencia entre el personaje original de la obra literaria con la interpretación de Cotillard es la naturalidad y mortalidad que presenta el papel, dentro de los estandartes propios que definen a la señora de Macbeth. Y es que muchas son las interpretaciones que se le han dado a este personaje literario en cuanto a si lleva los pantalones en la relación, pues es la partícipe en todo el tinglado que se monta. Si Macbeth es la ambición personificada, Lady Macbeth es el origen de la ambición, quien incita a su marido y la cabeza pensante de todo lo desencadenado, utilizando a su cónyuge como si de una marioneta se tratase. En esta versión, la delicadeza y elegancia de la oscarizada actriz francesa sirven para humanizar un personaje maquiavélico que se esconde entre las sombras.
En este caso, cuando se habla de sombras se expresa de una manera metafórica pero también literal, ya que cuenta con una ambientación lúgubre que en ocasiones mueve la imagen más por intuición que por claridad, sirviéndose de velas o resquicios entre las ventanas que proyectan una luz escasa haciendo de este Macbeth una cinta oscura y melancólica. La iluminación es un punto fuerte en la película, pues permite crea un juego en el que la luz será más intensa en las batallas y más tenue en momentos de calma y diálogos dentro de espacios cerrados. Hay que destacar los conflictos bélicos, proyectados a cámara lenta en espacios muy abiertos que, debido a la amplia profundidad de campo, permiten no perder detalle alguno de la fotografía hecha por Adam Arkapaw.
Estamos ante un Macbeth original y tenebroso que, tras su participación en el Festival de Cannes y en el Festival de Sitges, está creando disparidad de opiniones, levantando ampollas entre unos y pasiones entre otros. De todos modos, es innegable considerar que la película de Justin Kurzel está dotada de una carga simbólica en cada uno de sus planos, tornando una Escocia con sus paisajes verdes en un tono bermellón que plasma el descenso a los infiernos a la perfección.