El cine clásico mexicano posee una cinematografía diversa, con un curioso universo femenino, un enriquecedor carácter nacionalista de apego a la tierra y una fascinante multiplicidad de géneros que abarcan desde la comedia, el drama y el terror hasta el cine negro y el western, gozando de autores de la talla de Emilio Fernández, Ismael Rodríguez, Roberto Gavaldón, Alberto Gout, Fernando Méndez, Fernando de Fuentes o el fotógrafo Gabriel Figueroa, entre otros. Todo ello sin olvidar mencionar a “nuestro” Luís Buñuel, que encontró en el país azteca la libertad necesaria para rodar obras maestras como Los olvidados, Él, El gran calavera, Ensayo de un crimen o Nazarín.
¿Qué harías si tuvieses en tu poder los secretos de la vida y de la muerte? ¿Está el camino de nuestra vida predeterminado sin que nada podamos hacer por variar su rumbo? ¿Podemos cambiar nuestro sino sin que esto tenga consecuencias sobre nosotros y nuestra familia? Son preguntas que en ciertos momentos de nuestra vida seguro se nos han pasado por la cabeza y que se encuentran incrustadas en el argumento de Macario.
Macario es una obra excepcional y postrera dentro del cine de oro mexicano. La cinta está basada en un cuento de Bruno Traven, autor de El Tesoro de Sierra Madre, ubicando la epopeya en las vísperas de El Día de Muertos, narrando la historia de Macario, un campesino, interpretado de manera magistral por el gran actor mexicano Ignacio López Tarso, que se gana la vida recolectando leña. Su vida se limita a compartir carestías junto a su mujer y sus cinco hijos e igualmente en luchar por sobrevivir en condiciones de extrema pobreza, envidiando pues el bienestar y la felicidad del que gozan las clases más privilegiadas y adineradas.
Tras llevar leña a la panadería del pueblo, la visión de un pavo asado obsesionará a Macario, que representará un sueño imposible de degustar. El deseo de comer pavo, símbolo de la irrealidad de nuestros sueños más profundos, inducirá a Macario a jurar que no volverá a comer pan ni alimentos que únicamente le hacen pasar más hambre, hasta que consiga un bocado de tan preciada vianda. Su mujer, interpretada por la dulce y angelical Pina Pellicer, preocupada por la obstinación de Macario en no volver a comer, robará un pavo para satisfacer a Macario, entregándoselo a su marido para que pueda degustarlo.
Cuando Macario se dirige al bosque para satisfacer su gula, se encontrará en el camino a tres extraños personajes: un caballero vestido con negros ropajes, que representa a El Diablo que ofrecerá a Macario tanto oro como propiedades a cambio de un pedazo de pavo, ofrecimientos que Macario rechaza; un Samaritano vestido de blanco, que representa a Dios que pedirá al leñador un bocado del manjar sin ofrecer nada a cambio, únicamente solicitando la caridad de nuestro héroe, ante el cual, Macario dubitativo de compartir, verá como Dios desaparece en el momento en que iba a compartir el pavo con él; y un demacrado y siniestro vagabundo, que representa a La Muerte que solicitará a Macario compartir la degustación del guajalote. Macario acabará aceptando la propuesta de La Muerte que, como muestra de agradecimiento, le ofrecerá un jarrón de agua que otorga la vida a aquellos moribundos que la beban.
El agua confiere el poder de la vida con una sola condición: en el momento en el que se ofrezca a un enfermo, La Muerte aparecerá en la habitación y únicamente se salvará si este siniestro personaje no se sitúa en la cabecera de la cama del agonizante. Abandonado el bosque, Macario decidirá dirigirse de regreso a su casa, descubriendo que su hijo se encuentra herido mortalmente tras haberse caído a un pozo. Para salvar su vida Macario utilizará el agua ofrecida por La Muerte.
La fama de Macario como curandero se acrecentará al salvar de una muerte segura a otros moribundos y finalmente se terminará corrompiendo al utilizar el poder concedido con fines lucrativos. Sólo guardará como un preciado tesoro un frasquito del agua, con el objeto de utilizarlo para salvar la vida de los suyos. La notoriedad forjada como curandero y brujo provocará la ira y desconfianza de La Inquisición, siendo por tanto Macario acusado de hechicería, a la vez que destruida el agua curativa.
Pero un giro del destino, la enfermedad del hijo del Virrey, obligará a las autoridades a liberar a Macario con la esperanza de que los milagros obrados en el pasado por el antiguo leñador puedan sanar al pequeño. La mujer de Macario ofrecerá como último recurso de salvamento el frasco de agua salvadora que había guardado para utilizarlo en caso de necesidad. Este giro convierte a la película en una portentosa fábula moral sobre la inutilidad del dinero, los peligros de jugar con el destino, los breves momentos de felicidad que otorga la vida y el fracaso de la humildad en un mundo artificioso movido por el poder, la religión y la autoridad.
Resulta complejo elegir una escena a destacar en el conjunto de la película. Por su planteamiento filosófico, puesta en escena onírica, carácter irreal y tenebrosidad (muy cercana al cine de terror de los años 30), resalto la secuencia final en la que Macario se reencuentra con la muerte en una cueva iluminada por velas. Las velas representan las vidas de los seres humanos, que se van consumiendo conforme pasa el tiempo hasta que acaban apagándose. La muerte recuerda a Macario que solo somos luces que iluminan el mundo hasta que llegamos al final del camino que hemos recorrido a lo largo de nuestra existencia. Aunque queramos proteger la vela de la lluvia, del viento y de todos los peligros que pueden provocar su extinción, no podemos hacer nada para esquivar el final que nos depara ese viaje misterioso que es la vida.
El cine y la muerte se han dado la mano en numerosas películas como El Séptimo Sello de Ingmar Bergman, La Muerte en Vacaciones de Mitchell Leisen, La Máscara de La Muerte Roja de Roger Corman, Las tres caras del miedo de Mario Bava, Onibaba de Kaneto Shindō, La isla de la muerte de Mark Robson, Danza macabra de Antonio Margheriti y muchas más. Macario presenta a la muerte como un personaje sin maldad, que otorga a su protagonista la oportunidad de cambiar su humilde vida.
Primera película mexicana en ser nominada al Oscar como Mejor película de habla no inglesa, Macario exhibe una extraordinaria belleza gracias a la portentosa aportación de Gabriel Figueroa en la fotografía y a la excelente dirección de Roberto Gavaldón, cineasta que cuenta en su haber con maravillosas películas como En la palma de tu mano, La Diosa arrodillada, La otra o La barraca.
En ella, sobresale la ambientación del México colonial, con estupendas tomas de procesiones, calaveras, y un realismo próximo al cine italiano de los 40. Todo ello sin olvidar la contenida y magistral interpretación de Ignacio López Tarso, quien consigue que no parpadeemos en ningún momento de los noventa minutos de duración de la película, otorgando al personaje un nivel de humanidad y empatía muy pocas veces visto en el cine. De gran lirismo, poesía, con toques de cine gótico y humor negro, Macario es una joya escondida, una obra maestra a disfrutar por las nuevas generaciones de cinéfilos, y una perfecta carta de presentación para aquellos que quieran bucear en el cine clásico mexicano. Los curiosos que se animen a explorar la etapa del Cine de oro mexicano, podrán disfrutar de unas historias extraordinarias que quedarán grabadas en sus retinas de modo que cuando nos encontremos en un callejón solitario con La muerte, querremos compartir con ella el secreto del amor eterno al cine.
Todo modo de amor al cine.