Existe el cine de trama y el cine de atmósfera. Y luego están los films donde se confunde la gimnasia con la magnesia. Es decir que lo atmosférico se vea reducido a una anécdota, a un bucle en forma de mantra que presuntamente sienta las bases de la repulsión, de la puesta en escena de la grima como ‹leitmotiv› argumental. Un ejemplo de ello es la nueva película de Peter Brunner, Luzifer.
Con el telón de fondo genérico (y esto es algo que se ha venido repitiendo en diversas películas del festival) del ecoterror, Brunner empaca un producto que pretende jugar a lo hipnótico, a la atracción malsana y a la fascinación que presuntamente nos tiene que ofrecer la vida de dos ermitaños (madre e hijo) exiliados en las montañas y cuyo fanatismo religioso parece ser doble vía de escape para una redención personal y como huida de un mundo urbano visto como pecaminoso y destructor.
A partir de aquí asistimos a una especie de crónica de su vida cotidiana donde la rutina de rezos y cuidado de animales se mezcla con sus desvaríos religiosos y personales. Escenas que se repiten y que sientan las bases de dicho aislamiento que les lleva hasta los bordes de la locura o, quizás, hacia lo que ellos interpretan como una santidad impuesta por la sana obediencia a Dios (¿su dios?). ¿El resultado? Pues también es religioso ya que acaba convirtiéndose en un sin Dios de bostezos, caos, dispersión confundida con cripticismo y momentos involuntarios de comedia.
Más allá de los bonitos paisajes naturales encontramos “desokupas” rurales, ataque de drones y una crítica de brocha gorda hacia la destrucción del ecosistema a manos de intereses capitalistas. Y no, nada de todo esto resulta fascinante. Básicamente a su capacidad de generar tedio y a ser reiterativa, se une la incapacidad del director por generar una mínima tensión, de crear un interés por los enigmas que aparentemente van apareciendo durante el metraje.
¿Dónde está el Diablo? Pues probablemente, como diría el refranero popular, está en los detalles. En este caso en lo insinuado en pantalla pero, sobre todo, en la omisión deliberada a dar un sentido, más allá de la obviedad argumental, a la presencia del mal. Al fin y al cabo dicha lucha sí existe, y la entendemos, pero no deja de tener un regusto a falsa transgresión y a derivas de provocación un tanto inane y, por tanto, inofensiva. Si lo que se trataba era de realizar una metáfora sobre la eterna lucha del bien y el mal trasladada a ámbitos más terrenales, el resultado no pude ser más decepcionante.
De alguna manera Luzifer se erige en una nueva muestra de este nuevo género dentro del terror en el que se pretende ir un paso por encima de lo que tradicionalmente se asociaba al género. Un posicionamiento que se intuye con vocación de trascendencia, de manifiesto que explora sensaciones a través de las imágenes. Nada que decir al respecto excepto que, en el caso que nos ocupa no inventa nada, no es trascendente y su desarrollo atmosférico solo puede definirse como aluvión de bostezos, esotéricos o no.