Luz del 86 nos transporta a un pequeño pueblo de la campiña finlandesa en 1986, un año marcado por el accidente nuclear de Chernóbil en Ucrania. En este contexto, dos adolescentes, Mariia (interpretada por Rebekka Baer) y Mimi (Anni Iikkanen), se cruzan de manera fortuita y en un contexto extraño que desata un acercamiento entre ellas que deriva en la intensidad del primer amor. La película, dirigida por Inari Niemi y basada en un libro de la autora Vilja-Tuulia Huotarisen, sigue a estas dos jóvenes mientras pasan un luminoso verano centradas la una en la otra. Sin embargo, la luz no es suficiente para disipar las sombras que inevitablemente las rodean.
La película, que usa o subraya el símil de un desastre nuclear con el de un primer amor, es bastante valiente, al tiempo que difícil de mantener durante hora y media de metraje en todos sus recovecos. Sobre todo por la intensidad de las tormentas emocionales de la adolescencia (que aumenta con canciones de Estefanía de Mónaco o con el Love Hurts de Nazareth que ya aparecía en Juntos, de Lukas Moodysson, de nuevo asociada a un amor de juventud). Estas tormentas, internas y externas, se reflejan visualmente utilizando diferentes grados de color en la fotografía o en las nubes que rodean a los habitantes del pueblo finlandés. La luz, o el lenguaje visual en su conjunto, y especialmente en las escenas entre Mariia y Mimi, es atmosférico y delicado, y otorga una mayor gama de emociones a esta etapa del enamoramiento, eso es así. Aprovecha buena parte de la estética de la cultura pop de los 80 y de los vídeos musicales de la época para saltar entre estados de ánimo, clases sociales y enfermedades.
Por suerte para todos, Luz del 86 no es especialmente nostálgica, aunque viva muchísimo de la melancolía de su personaje principal desde el presente, porque la película se cuenta al mismo tiempo en el presente y en el 86, ya que una de las dos protagonistas regresa a su pueblo años después, cargando con la culpa y creando una conexión entre ambas líneas temporales, pues todo lo que le rodea hoy le hace regresar a ese primer amor de ayer. Porque la película es, por encima de todas las cosas, la típica historia sobre un primer amor de verano que se torna en una inolvidable tragedia de otoño. Y a pesar de no sorprender en ese sentido argumental, su atmósfera y simbolismo relativos al desastre nuclear reflejan con bastante gracia el torbellino emocional de los sentidos en la mente de personas de tan solo 15 años, e incluye momentos casi extraordinarios como los de las escenas en las que las dos protagonistas le gritan al lago. Como la historia está contada a medida que una de ellas, desde el presente, va recordando la relación, la progresión en paralelo no siempre logra capturar completamente la intensidad emocional de la historia de adolescencia, sobre todo en aquellas partes que están llenas de una ternura visual que transmite la delicadeza que se convierte en amargura al envejecer.
Por suerte, además de los aciertos visuales, aunque no sean constantes, Luz del 86 también se beneficia de las actuaciones de las dos jóvenes actrices. Rebekka Baer, en particular, logra encarnar de manera creíble la fragilidad y vulnerabilidad de Mariia en su etapa adolescente, mientras Anni Iikkanen como Mimi enriquece tanto su personaje que es clave para entender la desigualdad en la sociedad finlandesa del momento, el conflicto entre la infancia y la madurez, la culpa o el rechazo en el entorno familiar y fuera de él. Y eso que la película no profundiza casi nada en ninguno de estos temas. Tanta atmósfera, asociada a su vez a tantos sentimientos pasionales y elementos trágicos, pretende evocar pensamientos y emociones casi de manera constante, quedando un poco estancada bajo el peso de sus numerosos temas, y al final queda una amarga sensación de no reconocer del todo cuál es su esencia, aunque esta innegablemente existe.
Pero, ¿y cómo no ser imperfecta frente a tanta intensidad? Casi que es de agradecer. Las hermanas Niemi (Inari con Juuli en el guion), adaptando la novela de Huotarisen, intentan explicar la irracionalidad con radioactividad y ligarlo todo con la incertidumbre de las vidas. Algo imposible de entender en su totalidad más allá de reconocer que la luz hace compañía y casi todos andamos muy bajos de vitamina D.