En un primer momento, Lunana, un yak en la escuela parece plantear un enfrentamiento entre tradición y modernidad, pero no tarda en revelar su verdadera intención al transformarse en un entrañable e inesperado encuentro repleto de esperanza entre ambas culturas.
Esencialmente, es una propuesta muy dulce, que apuesta por la narración de una historia enternecedora y modesta. Sin embargo, tras su espíritu conmovedor se distinguen dos ideas sumamente interesantes en relación a la aparente incompatibilidad entre tradición y modernidad. Ugyen es un maestro en formación que es enviado a Lunana, un pueblo remoto de 56 habitantes situado en el distrito de Gasa en el noroeste de Bután. Él experimenta el mundo a través de un prisma modernista y extremadamente occidentalizado que le permite permanecer unido y comunicarse únicamente con sus amigos, es decir, con aquellos que comparten sus aspiraciones y perciben el futuro desde el mismo lugar; pero que, al mismo tiempo, lo distancia de su abuela. De hecho, su idioma deviene un híbrido entre el dzongkha y el inglés y su anhelo más profundo es abandonar su hogar en nombre de un futuro mejor.
Es fundamental el planteamiento de que ese futuro nunca podrá hallarse en Bután, pues Ugyen lo imagina a través de valores radicalmente occidentales y es necesario, crucial e indispensable un desplazamiento para acceder a él. Es curioso que su destino sea Australia, pues responde por sí mismo a un fenómeno idéntico, ya que, a pesar de pertenecer geográficamente a oriente posee un inequívoco carácter occidental. Con está cuestión surgen dos ideas clave que vehiculan la película: el abandono de la identidad (la tradición) en nombre de una promesa de futuro y la desconfianza por un camino propio y alternativo hacia la modernidad.
Pawo Choyning Dorji somete a su protagonista a un viaje que derrumbará y transformará todas sus creencias a cerca del mundo y él mismo, aproximándolo a una nueva noción de futuro. Ugyen llega a Lunana como un extranjero, asfixiado por la falta de comodidades y el aislamiento. Quiere marcharse nada más llegar porque le resulta imposible detectar en ese lugar una posibilidad de futuro, una posibilidad de crecimiento en un aula sin pizarra ni folios de papel. Parece que no hay nada por hacer allí. Sin embargo, cuando su teléfono móvil se queda sin batería su resistencia empieza a resquebrajarse y se abre un nuevo camino para él, en el que reconectará con su lengua, su tierra y su oficio, hallando en este último un poder sumamente valioso e inigualable, pues «El maestro puede tocar el futuro de los demás».
El film culmina con una última y rotunda declaración al mostrar a Ugyen, ya en Australia, cantando una canción que aprendió en Lunana. Se abre una grieta entre la velocidad y el ruido que reina en el lugar para hacer una ofrenda en memoria de otro lugar que se reproduce a un ritmo alternativo, pero que avanza en la misma dirección.