El francés Thierry Frémaux, director del Instituto Lumière y del Festival de Cannes, ha dedicado buena parte de su carrera a la restauración y presentación al público de obras de los hermanos Lumière, los pioneros inventores del cinematógrafo. Con ese propósito, en 2016 realizó una presentación documental de aproximadamente un centenar de cortometrajes bajo el título ¡Lumière! Comienza la aventura, y ocho años después presenta una segunda entrega del proyecto con otro centenar y que ocupa el presente texto.
Con una estructura dividida en bloques temáticos, que hablan del cine de los hermanos Lumière desde las distintas perspectivas o temas que les interesó explorar en sus películas, Lumière, la aventura continúa realiza un gran esfuerzo por registrar y contextualizar los cortometrajes que presenta de acuerdo con el clima social y cultural de entonces, dando énfasis tanto a su labor técnica y creativa como a la manera en que supieron leer y representar los intereses puntuales de un público que se asomaba a sus “filmes de actualidad” como una curiosidad fascinante, pero también con unas motivaciones concretas y cambiantes. La presentación no tiene un orden cronológico, aunque la perspectiva temporal es siempre importante para comprender de dónde sale la necesidad de rodar y de mostrar según qué elementos.
Frémaux combina diversas facetas en su rol como narrador. Es el director del documental, por lo que su montaje confronta constantemente narrativas halladas en los cortometrajes que presenta, e incluso podría decirse que intenta crear una ilusión de recorrido cronológico aunque hable de diversas tendencias paralelas. Es, asimismo, historiador y crítico de cine, y sus comentarios con datos sobre el desarrollo del cinematógrafo o sobre el posicionamiento y significado de los encuadres de los cortos que se observan son sin duda enriquecedores. Y, por último y no menos importante, es espectador embelesado y cinéfilo, que con frecuencia reacciona emocionado, sarcástico o divertido a las imágenes que expone, y esta mirada da al ensayo un toque mucho más cercano y una conexión más inmediata. El resultado es un trabajo estupendo, que combina la exhaustividad documental con un tono lejos de la frialdad expositiva, y que hace honor a la importancia de las imágenes y a la calidad de las restauraciones mostradas.
Como alguien que siente afinidad personal por el cúmulo de descubrimientos casuales y decisiones revolucionarias que conforman los primeros años del cine, lo que se muestra y cuenta aquí resulta fascinante, y no puedo articular mis impresiones sin, en primer lugar, agradecer el rigor de esta experiencia divulgativa. Sin embargo, hay elementos e ideas con los que no estoy tan de acuerdo o, como mínimo, creo que merecen una discusión, en particular al respecto de la rama más interpretativa o emocional del documental. Frémaux es alguien particularmente maravillado con el cine y las formas de los Lumière; esto no es en absoluto negativo, pero sí creo que condiciona mucho cómo lee las imágenes que comenta, y en ocasiones creo que lo hace de maneras que chocan entre sí. Hay, por ejemplo, un vocabulario de admiración constante e incondicional; palabras como “sublime” o “magnífico” para describir los encuadres abundan y se convierten en una coletilla. Esto le lleva a realizar dos discursos que no me parecen plenamente combinables: la búsqueda de la identidad autoral, algo que establezca una línea directa de influencias con los grandes directores-autores posteriores, y, al mismo tiempo, un énfasis en la ingenuidad y el jugueteo que llevó a muchos de los descubrimientos, subrayando su carácter casual. Se puede hablar de planos que han ganado al paso del tiempo, que se han resignificado estéticamente y que ahora miramos con otros ojos, ya desde una perspectiva lejana a la de lo que significaba para los propios Lumière el cinematógrafo como herramienta creadora de posibilidades de representación; pero Frémaux, en mi opinión, se debe demasiado a un recorrido histórico posterior y no delimita bien el romanticismo del inventor-descubridor, que halla por pura serendipia cosas que serán clave para configurar la altura artística del medio y la conexión casi espiritual entre los Lumière y directores como Godard o Rossellini, como si la metodología de trabajo o los propósitos de estos pioneros fueran de algún modo similares al carácter profundamente autoral y las inquietudes artísticas individuales de los grandes directores que surgirán posteriormente.
En mi opinión, esto que observo en el documental es algo que muchos, cuando vemos registros cinematográficos tan alejados en el tiempo y de las concepciones de autor modernas, tendemos a hacer: asignar valores y perspectivas que solo tienen sentido mucho más adelante, organizar conexiones a posteriori y observar los descubrimientos de entonces desde una mística que va más allá de lo circunstancial, como si Louis Lumière pudiera prever la ‹Nouvelle vague› o como si la evolución de uno a otro no fuese un camino de reinterpretación de su legado junto con muchas otras influencias paralelas; como si para estos directores y productores de los primeros compases del cine este encuadre concreto o este hallazgo tuviesen la misma trascendencia que hoy les reconocemos, y no formasen parte de una lluvia de experimentos erráticos y logros concebidos para una representación circunstancial que, probablemente, no tenía nada de sublimación artística sino que respondía a la intención de satisfacer la curiosidad puntual de los espectadores de su tiempo. Me mosquea, también, que la historia del cine para Frémaux sea exclusivamente la historia de Hollywood y del cine europeo de grandes autores, porque le ayuda a establecer dos líneas artificiales de influencias lineales e inequívocas y a leer en ellas una intencionalidad que lleva a los pioneros, que resume a Méliès y a los hermanos Lumière y los enfrenta en una división primordial que es también, en mi opinión, artificial. El problema de Lumière, la aventura continúa es que hay un relato que acomodar, y es uno tan atractivo y tan inspirador que muchos queremos comprarlo, pero este implica leer las imágenes con una intención muy concreta y que, incluso si el propio Frémaux reconoce la problemática del mismo dada la variedad enorme de aportes simultáneos a la historia y desarrollo de la técnica del cine, termina generando un discurso simplista y calzado a medida con el que parece comprometerse plenamente al final de la presentación.
No estoy diciendo en cualquier caso que estas discrepancias que señalo sean realmente fallos de la obra o que desluzcan los aciertos. Frémaux puede tener una visión que no comparto del todo o creo necesario confrontar, pero frente a un proyecto como este, la existencia misma y la exposición de esta perspectiva también añaden valor, porque resultan tan importantes la exposición histórica y técnica de los cortometrajes presentados como la asignación de un elemento interpretativo a los mismos, esté de acuerdo con él o no, y que refleja sus inquietudes artísticas y su visión del cine con una transparencia que se agradece. El cine de los hermanos Lumière es valioso también por esto, por los significados personales que le damos y que están inspirados no por un encuentro limpio y descontextualizado con sus imágenes, sino por su nombre e influencia que notamos en todas las películas posteriores que nos gustan, y sería un error prescindir de eso, por muy matizable que sea.
