Esta semana Luis López Carrasco llega a los cines con una visión dividida de un mismo punto temporal. La división es clara, un fina línea parte la pantalla y obliga a prestar atención a una u otra acción arbitrariamente. No es la primera vez que la historia queda impregnada en la imagen manipulada a través de la mente de este director. Antes de El año del descubrimiento (premiado hace unas horas en el Festival de Sevilla) ya sorprendió con su debut en el largometraje, El futuro, tras varios años ensayando dentro del colectivo Los hijos, donde no siempre la historia era lo importante, donde la imagen como memoria, el estudio de la huella que deja el movimiento, o mirar atrás y recordar algo que otros perfeccionaron son solo detalles de trabajos más próximos al experimento que al piloto automático cinéfilo.
Pero un hombre que sabe mirar atrás y crecer a través del archivo, también tiene un pasado. Era 2007, y el entonces estudiante de la ECAM se atrevía a inventar a través de las entrevistas realizadas a unos compañeros de interpretación, los últimos de su especie al parecer, dentro del corto Para ser cajera del súper siempre hay tiempo, frase que se podría convertir en icono para todos aquellos que deciden perseguir un sueño por un tiempo, sabiendo que volver atrás, desandar lo avanzado, siempre es una posibilidad. ¿Por qué no?
El montaje es el aliado de Luis López Carrasco desde sus inicios. No hace falta tener miedo a romper la pomposidad cinéfila con lo que sucede tras las cámaras. ¿No forma parte del contenido? Son varios los puntos de interés para el realizador: la entrevista en la que narrar qué les gustaría interpretar en un futuro, la materialización de ese sueño como si se tratase de una gran producción cinematográfica y el trabajo que lleva de un punto a otro, ese momento en que una cámara gira sobre su eje y descubres todo lo que hasta el momento ha quedado fuera de plano. Es decir, Para ser cajera del súper siempre hay tiempo es una “metacinefiliación” de un posible futuro, de un gran proyecto que no existe y se crea solo como un ejercicio de estilo a través de tres jóvenes que persiguen una máxima… y que siempre les queda mirar atrás.
Luis López Carrasco nos ata así a tres microuniversos donde el proceso creativo es tan importante como el resultado, influidos por una narración espontánea que se avanza a nuestra imaginación, demostrando que la rueda de la creatividad es hiperactiva en sus manos, y que la realidad siempre se puede matizar forzando con maestría la ficción. Puede que Para ser cajera del súper siempre hay tiempo sea solo una de las primeras pruebas sobre la dilatación del discurso que vendría después, pero sirve para ver cómo se hilvanaba un creador con voz propia e ideas colectivas.