Pocas maneras cinematográficas mejores pueden ocurrir para despedirse del mundo. Los acontecimientos han querido que Harry Dean Stanton perdiera la vida en el pasado mes de septiembre siendo esta Lucky su obra testamentaria; no será su última pieza dentro de su filmografía, aunque lo supondrá para siempre de manera espiritual. Dirigida como ópera prima de un sólido intérprete como John Carroll Lynch (quien seguramente se habrá insuflado del oficio al trabajar con los hermanos Coen o Scorsese, por citar dos ejemplos), la película supone un cercano retrato sobre la vida y su posterior decadencia, bajo el entusiasmo hacia esos últimos días en los que inevitablemente uno echa la vista atrás; pero Lucky, este hombre crepuscular adorado por los lugareños, prefiere afrontar estos días con una mirada emotiva hacia la propia existencia. No hay artificio en el film, tampoco construcciones de guion, tan solo la inmersión en el día a día de Lucky, quien parece vivir abocado hacia un fin próximo, al mismo tiempo que promulga una exploración a la propia vida. Carroll Lynch acierta en sumirnos en su mundo a través de la cotidianidad, desde su tabla diaria de ejercicios hasta sus ansias enfermizas por el tabaco. No existe mejor manera de conocer el personaje y así se nos mostrará en la pantalla, con una exploración intimista y áridamente embaucadora; los desérticos pasajes que conforman su fronteriza ubicación, postal inmejorable donde, como le ocurría precisamente a Dean Stanton en su pasado papel más recordado, el personaje se funde con el paisaje y la melancólica orografía del lugar.
Lucky es simple en apariencia, pero no en su esencia. Se podría decir que pertenece a ese grupo de cintas cuyo discurso circula hacia la concatenación de emociones, en la más cristalina proyección de la realidad, haciendo que su mensaje sea contando por las imágenes de manera muy intrínseca. Aquí se conmueve sin necesidad de explicaciones extras, sin el cliché de los momentos dramáticos de impacto y careciendo de esos estrambóticos giros de guion destinados a la captación del espectador menos avezado. Además sobre el film se imprime una visión de cierta mordacidad, reflejadas en unas escenas ambientadas en cotidianas localizaciones, que suponen pequeños momentos de giro en la tónica de la película; ahí podremos ver el famoso cameo de David Lynch u otro comeback necesario como el de Tom Skerritt. Siendo fiel a la tónica habitual de películas con temática similar, para Lucky lo fácil hubiese sido realizar una reflexión desesperanzadora del inminente final y la mirada atrás hacia los más destacables momentos de la vida; aquí no pasará eso. Lo que Carroll Lynch promulga es una visión ilusionante hacia la inevitable entrada en la decadencia, donde uno ha de ser fiel a su integridad revistiéndose de una mirada jovial hacia ese pasado que parece edificar, en este caso, los diálogos de los personajes anexos.
Sería injusto no pararse en dos aspectos clave que también, a parte de su mensaje, hacen de esta Lucky una de las mejores películas de la temporada; la dirección de John Carroll Lynch, que ofrece una planificación cinematográfica poderosamente próxima a su personaje principal, regalando además esa tenaz ambientación tan vacua como luminosa que además de regalar el reverso más preciosista de la aridez escénica, propondrá un exquisito dibujo para mostrar la cotidianidad de los personajes que en ella pueblan. Por otra parte, lo de Harry Dean Stanton se promulga como algo monumental; la película es él, dejando caer todo su peso en el personaje, a lo que el intérprete responde con las maneras de alguien que se fusiona hacia su alter ego como si realidad y ficción fuesen todo uno. La actuación del actor, emotivamente vigorosa, hace todo un manifiesto esperanzador hacia ese ocaso cuyo desenlace parece venidero. Sería poco justo también añadir que el fallecimiento de Dean Stanton hace que el contenido emotivo de Lucky se eleve al cubo; pero, de lo que no cabe duda, es que a uno le gustaría pensar que el actor, icono absoluto del inicio del Nuevo Hollywood, estuvo esperando a hacer una película así para despedirse. No se le puede hacer mejor homenaje que disfrutar de esta pequeña gran muestra de humanidad, que supura realidad en estado puro.