Un soldado del ejército israelí decide aparcar sus funciones militares. Si hacemos caso a lo que dice la ley, tal acción se consideraría como una deserción en toda regla, que además llega justo en una época donde el país hebreo mantiene una tensión máxima con los territorios palestinos. Estamos en la recta final de la Operación Plomo Fundido, una seria de ofensivas militares de Israel hacia la Franja de Gaza que se dieron entre 2008 y 2009. Las guerras árabe-israelitas escribieron entonces un nuevo capítulo en la cruel historia del conflicto que atenaza a la región. Quizá porque nada de esto le importa, o quizá porque le importa demasiado como para simplemente obedecer órdenes, Yoel se hace a un lado junto con su uniforme y su arma reglamentaria. Llega entonces el momento en que tiene que mirar atrás, a cómo su exmujer y el hijo que tuvieron en común ya han rehecho su vida durante la era en que él estaba más centrado en su trabajo militar. Sin familiares ni amigos conocidos, solo con un perro que además tiene que dejar en casa de su exmujer, un coche que no arranca y, probablemente, los altos mandos militares pidiendo su cabeza por deserción, Yoel vaga por la ciudad sin una ruta de futuro. Solo el encuentro con una joven y curiosa periodista le sacará de esa nube de incertidumbre a la que parece verse destinado.
Con Low Tide (Motza El Hayam), el cineasta estadounidense Daniel Mann realiza su primer largometraje de ficción. El cineasta nos sitúa en una época concreta de la historia reciente de Israel, pero tal contexto no es realmente el protagonista de los hechos, sino que actúa como mero telón de fondo (incluso metafórico) para, sobre él, dibujar el perfil de Yoel. El objetivo de esta decisión no es restar importancia al conflicto, simplemente pretende otorgar una visión más global a la personalidad del protagonista. Él es un militar israelí, pero podría ser una administrativa francesa o un barrendero checo; lo que el film pone de relieve es la soledad a la que ser humano puede enfrentarse, agobiado por el entorno y especialmente por el trabajo. Prueba de ello es la presencia de los dos secundarios más relevantes de la obra, otros dos personajes que, a su manera, también parecen vagar por el mundo sin apoyos humanos.
Por tanto, el relato de Mann alcanza una influencia más universal que la que se podía esperar desde un principio. Este hecho no es un caso aislado en Low Tide, una película que avanza por un camino que no siempre es el que parece más sencillo. Véase el caso de los dos secundarios ya comentados: el encuentro de Yoel con el vendedor da bandazos entre lo misterioso, lo cómico y lo dramático, sin que llegue a estar claro para los que estamos al otro lado de la pantalla cómo tenemos que reaccionar a sus sucesivas apariciones. Algo similar sucede con la periodista, una figura cuyas intenciones y comportamiento son todavía más insondables.
Semejante planteamiento bien pudiera haber otorgado a Low Tide un carácter ambiguo, pero lo cierto es que Mann evita adentrarse en terrenos que pudieran enmarañarse con facilidad. Pese a que hay cabos que quizá podrían haberse atado de un modo más explícito (lo relativo al personaje de la periodista, en esencia), Low Tide deja bien claras sus intenciones en un film sugerente y bastante más profundo de lo que en apariencia pudiera pensarse. Mann no deja nada al azar y, aunque no llega a completar un trabajo notable, sí cumple con su propósito de realizar una certera reflexión acerca de la soledad del ser humano y de cómo el mundo se mueve más rápido de lo que a veces podamos desear.