A partir de un matrimonio deshecho en proceso de divorcio se configura el eje sobre el que Loveless (Nelyubov, Andrey Zvyagintsev) ejecuta su propuesta de impostado thriller policíaco. Porque es la investigación de la desaparición del desafortunado hijo de la pareja protagonista la que sirve para desarrollar paralelamente tanto un retrato individual de dos seres egocéntricos en la búsqueda de una nueva vida que les permita ser felices como de la deconstrucción —o más bien, derribo— de la esencia de su relación. Los paisajes urbanos y naturales del barrio residencial y sus alrededores, donde se lleva a cabo la búsqueda sirven de escalofriante escenario para una ausencia que de principio parece incluso imperceptible para los responsables del niño. El frío, la lluvia o la nieve se combinan elegantemente con un preciso manejo del paso del tiempo que con sus estilizados planos fijos con lentos y dilatados zooms permite una inmersión total en una atmósfera construida desde una distancia que lleva al juicio sin concesiones hacia sus personajes.
La capacidad de Zvyagintsev para trascender en la narración usando recursos básicos como la profundidad de campo en el planteamiento de las composiciones de sus planos captura de forma extraordinaria un sentido de realismo incrustado en el expresivo contexto político de la Rusia actual y sumergido en el estilo de vida del ego digital que fagocita el presente físico de los que habitan sus secuencias. La falta de empatía se reitera en múltiples ocasiones por el flujo de información desde los medios de comunicación masivos sobre el conflicto con Ucrania y sus víctimas, la situación de las instituciones o avisos del fin del mundo. Nada afecta personalmente a una sociedad obsesionada por su propia supervivencia y placer, cuyos compromisos del pasado lastran su presenten aunque no lo reconozcan.
Su composición visual también actúa de forma minuciosa siempre desde el extraordinario sentido moral del film y un cuidado tratamiento psicológico de dos personas que reaccionan ante una situación límite que hace tambalear sus ilusiones y les cuestiona como sujetos. La combinación de una perspectiva marcada por esa buscada profundidad inherente a su puesta en escena y el movimiento de la cámara lleva a momentos de prodigiosa y horrible certeza en la exploración y construcción de los espacios en los que transitan o no sus protagonistas. En un movimiento constante —que se percibe como algo casi estático— el espectador se aproxima sigilosamente ante lo cotidiano enfrentándose a una ausencia, un vacío, que a medida que avanza el metraje se traslada de la dimensión externa al complejo compendio de emociones contradictorias que deben asumir ante la inoperancia de la policía, la falta de pistas para seguir el rastro del menor y su autoconsciencia, revelando una verdad aterradora: puede que quizá sea mejor que el pequeño Alexei no aparezca nunca sea cual sea su estado, porque eso supondría asumir su propia culpa, sus decisiones y la insatisfacción perpetua en la que se acomodan, infelices.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.