Pequeñas joyas nos llegan de la mano de países que necesitan recordar su pasado para mostrar la Historia que se repite una y otra vez. Da igual que la sociedad evolucione cuando la codicia y la deshumanización tornan en conflicto. Narimane Mari realizó su primer, y único, largometraje hace ya dos años y podemos disfrutarlo ahora en nuestro país, después de pasar por algún que otro festival ensalzando una ópera prima que tiene mucho que contar.
En una playa paradisíaca de Argelia un grupo de jóvenes disfrutan del tiempo soleado jugando, lanzándose desde las rocas y nadando como un día más. Pronto nos daremos cuenta de los problemas a los que se enfrentan debido a los griteríos y quejas que se propician los unos a los otros. Hartos de comer siempre alubias rojas (legumbre que da nombre al título de la cinta) pues les ocasionan problemas gástricos, deciden aventurarse para robar alimentos. En pleno conflicto por la independencia de Argelia, en la que se asentó la OAS francesa (Organisation de l’Armée Secrète) acuden a un refugio enemigo en el que pronto descubrirán un suceso irreconocible para una pandilla de niños, la violencia de género. Será el primer momento en el que la poesía visual y los simbolismos cinematográficos cojan protagonismo, debido a la representación del maltratador con una careta de cerdo.
El empeño por proteger lo que a uno le pertenece y el odio hacia los franceses germinará una actitud de sacrificio y rebeldía en los jóvenes, pues serán conscientes de la época que les ha tocado vivir, sin dejar de ser niños. Se nos mostrarán unas actitudes y conversaciones propias de adultos a través de los cuerpos de 17 infantes, entre los cuales únicamente hay 3 niñas, realizando el rol de la serenidad, la razón y la comprensión. En ciertos casos tres son multitud, sin embargo en esta historia son el pilar fuerte, viendo pequeñas pinceladas de feminismo cuando ven representado su plan de hurto como una guerra en la que las mujeres no se limitan a cocinar ni limpiar, pues también son capaces de participar en la contienda.
Lo que más sorprende en esta versión de El señor de las moscas de William Golding es la serenidad y la crudeza con la que afrontan los chavales la muerte, y esto es debido a una infancia destruida por las circunstancias, por un estilo de vida en el que hay que adaptarse y ser el más fuerte antes de morir. Son conocedores de su destino y parecen estar preparados para ello. Recalco el verbo parecer. Como si de un juego de espías y ladrones se tratase se están preparando para lo que les viene encima. Se divierte por compasión, por obligación, por naturaleza. La esencia de Loubia Hamra radica en cómo a través de un hecho aislado se refleja la guerra en general. Existe un punto crucial en el que, para llegar a su destino de comida en abundancia, deben cruzar un cementerio y la metáfora vuelve a ser plasmada cuando este grupo de protagonistas realizan representaciones de las estatuas sagradas que protegen las tumbas en una oscuridad plena quebrantada por la luz que proyecta el foco de la cámara.
La importancia de la cámara se hace patente en su participación, como si de un atrezo más se tratase, pues filma como si estuviésemos viendo un documental y se transforma en un protagonista artificial. Como consecuencia proyecta un baile de sombras que los jóvenes realizan con sus disfraces haciendo representaciones de luchas donde existe odio y poco respeto por la vida, dejando clara la familiaridad con la muerte. A través de su juego se preguntan del porqué de la guerra, explicando la carencia de su significado a través de sus cuestiones inocentes. Todo ello a ritmo de electro-pop de la mano del dúo francés Zombie Zombie, dejando patente que lo que visualizamos podría estar ocurriendo en nuestra época en un lugar no muy lejano.
«¿Es mejor ser que obedecer?
Se lo dije una vez, se lo volví a decir otra vez,
pero aunque gritaba como un loco,
ellos rehusaron escuchar mi mensaje.»
Este pequeño fragmento pertenece a Petit poeme des poissons de la mer, el cual en 1926 fue escrito por Antonin Artaud y que cierra el filme con una sensación de vacío y un miedo descontrolado, el mismo que sienten estos jóvenes omnipresentes en la película pues, como anteriormente se comentó, parecían tener control y ser conocedores de su destino, hasta el momento en el que se enfrentan a la realidad más cruda y entienden que su vida es un hecho indiferente dentro de la situación en la que su país se encuentra.