El cine post-apocalíptico ha tenido normalmente cierto nexo social/humano que acercaba esos universos por lo general distantes y desconocidos para nosotros (aunque no por ello menos probables, incluso con la peligrosa cercanía de algunos) a estratos más tangibles de la realidad mostrando mediante paralelismos y metáforas que, aun y encontrándonos en un marco más crudo e inhumano del que domina nuestro mundo, nada queda tan lejos como uno podría suponer.
Los últimos días se aprovecha de ese factor para entretejer una parábola tanto social como con ciertos rasgos políticos de nuestro tiempo entorno a esa situación tan extrema en la que los ciudadanos empiezan a desarrollar una misteriosa afección llamada El pánico. Esta circunstancia sirve a los hermanos Pastor para hablarnos de como la gente vive sin esperanza en un universo dominado por algo que ellos no pueden controlar, aferrándose así a lo único que les queda en vida, que no es otra cosa que el sentimiento entorno a sus seres queridos: un sentimiento que parece ser el último resquicio de esperanza ante una situación que les rebasa y que ni siquiera pueden hacer nada por controlar.
Así es como se inicia la aventura de Marc, quien tras chantajear a Enrique para que le lleve con él a través de las ahora desérticas vías de metro, posibilidad exclusiva por otro lado para viajar amén de las cloacas debido al hecho de que esa enfermedad no les permite salir a la calle, intentará encontrar al único ser querido que parece quedarle sobre la faz de la Tierra, su novia Julia.
Los Pastor se nutren de ‹flashbacks› explicativos que nos llevan constantemente a un pasado no tan lejano para esclarecer (sin arrojar luz) la génesis de ese Pánico, sus primeras consecuencias y como los protagonistas, en especial Marc, van percibiendo que algo extraño está sucediendo esos días. Lejos de lo que pudiera parecer, esos ‹flashbacks› funcionan tanto por como están administrados como por la información que proporcionan al espectador, y aunque si bien es cierto que empiezan a hilvanar recursos dramáticos por desarrollar (algo tan típico de esa herramienta tan necesaria en un film así), no resultan molestos en ningún momento y se aceptan con interés por la cantidad de detalles que aportan acerca de la situación actual en el film.
Esos ‹flashbacks› les permiten, por tanto, jugar con el desarrollo de una especie de pandemia que se extiende soslayadamente pero, a medida que lo va haciendo, va levantando suspicacias y ayudando a levantar esa parábola que tiene su momento cumbre en una escena donde Marc y Julia desayunan mientras ven un noticiario sobre la propagación a nivel mundial de esa enfermedad, oyendo en el una frase que el propio Marc recibe con resignación: «No hay peligro de contagio». Frase que bien nos puede sonar por tenerla tan cercana debido a ese “corralito” de Chipre y que traza un paralelismo, casi sin quererlo (por la cercanía de los hechos, en este caso), demoledor.
Tras una presentación rebosante de datos (que abarca prácticamente un tercio del metraje), se inicia uno de esos relatos de supervivencia tan típicos del cine post-apocalíptico que funciona gracias a las dotes de dirección de los hermanos Pastor, quienes otorgan el poderío necesario a las secuencias de acción como para que el respetable no salga escupido de la pantalla y siga con atención unos momentos que están tan bien concebidos como desarrollados dentro de ese marco, aportando quizá el brío que un trabajo de estas características requiere.
El refuerzo de los elementos visuales (como esos planos exteriores de una Barcelona irreconocible) que van poniendo en escena, la competencia en el plano actoral (en el que, de hecho, sólo rechina Marta Etura, incapaz de conferir la profundidad adecuada a su personaje) y la concepción de algunas secuencias (la del supermercado es realmente potente) otorgan un plus a ese trasfondo tan bien hilvanado haciendo de Los últimos días una propuesta más que interesante que sólo pierde su rumbo en un desenlace realmente blando.
Paradójicamente, en esos últimos minutos lo que había funcionado a buen rendimiento casi todo el film, su sentido tanto estético como formal, se echa a perder en una conclusión donde lo que no falla es el libreto, pues ya no se trata de que su conclusión sea más o menos satisfactoria, sino más bien de que resulte consecuente con lo mostrado antes y, a juzgar por su trasfondo, lo es. El principal problema es el énfasis que los Pastor confieren a ese final, sobrecargando la escena en distintos aspectos y dejando así Los últimos días en otra de esas obras tan inicialmente reivindicables como olvidables en su cierre por mucho que los cineastas catalanes continúen demostrando tener las tablas suficientes como para ser el punto diferencial de géneros menos concurridos en los próximos años.
Larga vida a la nueva carne.