La referencia más gratuita y sin embargo obvia que podría hacerse al tratar la premisa de Los tiburones (Lucía Garibaldi) —la primera película uruguaya en competición en Sundance que además obtuvo un premio de mejor dirección como película internacional— es Jaws (Steven Spielberg, 1975). No tanto por el parecido formal sino por el contraste absoluto entre dos maneras completamente distintas de entender el cine, más allá del chascarrillo, y en la conexión temática que se usa de trasfondo social. La película de Garibaldi está contextualizada en una sociedad, una familia y una forma de vida amenazada por la crisis. La supuesta visión de un tiburón en la costa por la joven protagonista (Rosina) pone sobreaviso a todas las personas cuya supervivencia depende del balneario vacacional en que transcurre la acción de la película.
Como en el largometraje de Spielberg hay un sentido de peligro que afecta al ‹statu quo›, pero en lugar de estar narrada en clave de thriller con elementos de terror, aquí lo importante es el día a día de las víctimas potenciales —de ahuyentar a los visitantes y turistas en la temporada alta—. Mientras aquella era un espectáculo con sangre y víctimas muy literales, aquí vemos en realidad cómo se usa el tiburón a modo de proyección metafórica del conflicto interno del personaje principal, atraída (u obsesionada) en su adolescencia con un chico mayor que trabaja para su padre y que no corresponde su interés. El monstruo siempre queda en el fuera de campo pero su presencia es muy tangible en cada escena a través de un montaje que retorna sistemáticamente el relato del interior a la playa, de la descripción costumbrista al horizonte oceánico repleto de misterios y de una fuerza irracional, salvaje, que define la supervivencia en el medio natural y la sexualidad en efervescencia, el deseo incontrolable de ella.
Esa proyección es una de las pocas concesiones al simbolismo que hace el film, que tiende a lo hermético en el desarrollo psicológico de la muchacha encarnada por Romina Bentancur. Si bien podría entenderse la influencia de la experiencia previa de la directora en la publicidad tal como muestra su uso de ciertas concepciones estéticas muy estilizadas en algunos planos —el inicial que utiliza la arquitectura para dividir el plano entre sujeto deseante y objeto de su deseo, entre depredador y presa que aparece cortada por una línea roja a través de un cristal translúcido blanco después mientras ella alza su mano anhelante— o la inclusión de montajes musicales a cámara lenta en determinados momentos. Pero consistentemente la mirada de la cámara se construye desde una idea naturalista de seguimiento del relato, en el que las conversaciones tienen lugar sobre todo en lugares de tránsito, en un entorno desierto que podría expresar a la vez el propio miedo de los trabajadores y responsables del lugar a las consecuencias de la falta de agua, los tiburones en el mar y la situación económica global.
La mediatización del deseo que la protagonista vive en su despertar sexual —por la falta de experiencia previa y de referentes—, la deja incapaz de manejar la situación. No tiene herramientas todavía para gestionar la frustración, el rechazo o la traición amorosa desde su punto de vista. Mientras avanza el metraje la sensación de que algo va a suceder es más intensa, pero la narración evita crear grandes situaciones de conflicto. Lo que de verdad interesa a Garibaldi es tratar de capturar un instante de realización personal, de paso a la vida adulta que se transfiere como instinto a través del mar y los tiburones ocultos en sus aguas. Pero lo hace con una idea febril del deseo, un perspectiva peligrosa del amor y el potencial de destrucción que todos encerramos dentro: nuestro aspecto animal y amoral. En esa jerarquía ética que propone la película, todo es posible y cualquier acto de Rosina no sólo se presenta desde una ambigüedad buscada, sino también desde las posibilidades de múltiples interpretaciones que encierra su final, que acaba conectando la dimensión social y personal de su narrativa y cerrando la búsqueda de los tiburones como seres ya míticos que influyen a distancia en las decisiones y comportamientos de los que trabajan y residen en la zona.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.